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Wild Wild Country
UN GURÚ EN ESTADOS UNIDOS — DISPONIBLE EN NETFLIX
Wild Wild Country

Los seres humanos, nos guste o no, necesitamos líderes de todo tipo para afrontar nuestras vidas. Hasta la persona que se considera un lobo solitario tiene en su horizonte algún modelo de conducta, un individuo cuyas palabras y acciones funcionan como una brújula con la cual el seguidor transita su camino.

Existen numerosos tipos de líderes en las sociedades. Están los abocados a la política, encargados de dictar el rumbo político del partido que presiden o, en el caso de llegar a lo más alto de su carrera, llevar adelante una nación. Están los líderes artísticos, por ejemplo, directores de cine que deben comandar un equipo diverso de actores, iluminadores, guionistas, productores, hasta la gente del catering; sin su supervisión y control es casi imposible que el largometraje llegue a buen puerto.

También existen los líderes espirituales, personas que fueron elegidas por algún grupo para comandar un movimiento religioso o se autoimpusieron en ese rol, creando un conjunto de seguidores en el proceso que siguen a rajatabla sus enseñanzas. La palabra de estos líderes espirituales suele ser muy poderosa, generando un sentido de éxtasis en sus fieles.

A estos guías se los suele llamar líderes carismáticos. Todos suelen compartir varias características en común. Tienen la capacidad de relacionarse sin problema con otras personas, y crean una sensación de confort y confianza entre sus allegados. Son entusiastas, se muestran resolutivos de los problemas que afronta su comunidad. Alientas a las personas que los siguen a que trabajen, se esfuercen y se superen, potenciando las habilidades del individuo al cual intentan influenciar.

El “cambio” que los seguidores perciben potencia la figura del líder, porque es una propuesta atractiva. ¿Si siguiendo a esta persona me siento mejor, mis problemas parecen ir resolviéndose, por qué no le haría caso en todo lo que me dice y me exige?

Wild Wild Country (que podemos traducir como País Salvaje Salvaje) cuenta la historia de un gurú indio y su esposa. El nombre de este particular líder era Chandra Mohan Jain, a quien después se lo conoció como Rajneesh —y así bautizó a su movimiento—, para después pasar a ser conocido como Acharya Rajneesh. Más tarde se bautizó como Bhagwan Shree Rajneesh, hasta que decidió simplificar todo y se autodenominó Osho, nomenclatura con la que la mayor parte del mundo lo conoce.

Osho ya era una personalidad en India antes de arribar a Estados Unidos, desde los 19 años, cuando asistía a la universidad la ciudad Jabalpur en donde, según cuenta él, tras hacer varios trabajos como orador mientras chocaba permanentemente con las autoridades académicas por sus pensamientos disruptivos, alcanzó la iluminación a los 21.

Recibido de filósofo pero expulsado de su casa de estudios por ser considerado una persona peligrosa, comenzó a viajar por la India predicando la muerte de la religión tradicional, a la que consideraba antigua, carente de sentido y alienante para sus seguidores. Su abordaje a la espiritualidad lo llevaron a dar cada vez más seminarios y a organizar encuentros de meditación, poniendo énfasis en la liberación sexual del pueblo indio. Esto le valió el apodo de gurú del sexo para la prensa y sus detractores.

Para la década del ´70, y tras haber chocado con todos los líderes espirituales hindúes, decide arribar en Bombay para crear el primer gran grupo de seguidores, los neo-sanniasins. Si uno accedía a ese grupo tenía que cambiarse el nombre, utilizar ropa tradicional santa de la religión hindú, y hasta llevar un collar con una foto de Osho. El culto a la personalidad comenzó a solidificarse, y el hombre empezó a percibir “ayudas” económicas de su congregación que le permitieron viajar con el fin de esparcir sus prédicas a un público mucho más amplio. Fue en 1974 cuando Osho junto a sus seguidores se instalaron a una propiedad que compró gracias al capital de una seguidora de origen griego. Así se constituyó el primer ashram del culto, o sea, un lugar especial dedicado para la meditación.

Con el tiempo las actividades de este centro fueron creciendo, obteniendo ingresos gracias a las terapias alternativas mediante meditación guiada. El número ascendente de seguidores aseguraban poder económico para el líder espiritual, así como un poder aún más grande de influencia. Las ideas radicales de Osho encontraron un campo fértil para florecer, y bajo el “paraguas” de terapias alternativas las prácticas más espirituales se mezclaron con situaciones de agresión, tanto física como sexual.

El grupo de Osho no tardó mucho en caer en todo tipo de controversias públicas e investigaciones por crímenes para nada menores, como tráfico de drogas y trata de personas. La popularidad del hombre era absoluta, y su palabra era ley ya que ninguna decisión pasaba sin que él diera el visto bueno. Por supuesto, cada vez que aparecía una investigación judicial tenía un ejército de personas capaces de poner el cuerpo y recibir el castigo.

A pesar de todos los problemas legales y humanos que rodeaban al culto, éste no paraba de crecer. Para inicios de los ´80 más de treinta mil personas visitaban las instalaciones para recibir guía espiritual, intentar conseguir la tan anhelada iluminación mediante a las polémicas terapias y, por supuesto, dejar mucho dinero en las cuentas bancarias de Osho.

La persecución legal en la India, sumado al gran afluente de personas provenientes de Estados Unidos, hicieron que el líder —que para ese entonces se había impuesto tres años de silencio mediático— decidiera emigrar al país norteamericano en 1981, con la idea de fundar allí una sede de su culto. Osho encontró un lugar en Óregon, en donde construyó una comunidad enorme, pese a que el hombre no habló con su congregación hasta 1984.

Wild Wild Country narra a lo largo de seis apasionantes episodios aquellos años del culto en Estados Unidos. Dirigida por Chapman y Maclain Way esta miniserie tuvo su premiere en el prestigioso festival de cine Sundance. Mediante entrevistas a antiguos miembros y material de archivo la dupla consigue crear un relato crudo que muestra la realidad surrealista (valga la redundancia) de cómo es la vida dentro de un culto.

Para aquellos que no conocen cómo terminó aquella “aventura” estadounidense de Osho les recomiendo que no busquen información y que, a cambio, se dejen llevar por cada capítulo —que tiene una duración de poco más de una hora cada uno— para saber por qué la serie tiene un nombre tan impactante y por qué Osho, a quien se lo suele relacionar con libros de autoayuda o enseñanzas de vida positivistas, fue un personaje mucho más complejo y oscuro de lo que parece.

Los seis episodios se encuentran disponibles en Netflix, y son una puerta de acceso excelente para entender cómo funcionan estos líderes carismáticos, cómo consiguen cautivar gente y porqué, pese a que en la actualidad todo el conocimiento está al alcance de nuestras manos, los cultos siguen apareciendo a lo largo y ancho del planeta.

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