Uno y los Otros
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Uno el Fútbol y la Emigración
En este país el fútbol se ha empobrecido y está en vías de extinguirse como gran mercado
Uno el Fútbol y la Emigración

No, si uno lo sabe, vaya si lo sabe porque, ¿quién quiere emigrar, abandonar la tierra en la que nació, desarraigarse de tantas cosas que guardan tanta relación con la vida de uno, con hábitos, costumbres, esquinas, barrios, amigos? Nadie, sólo alguna especie de aventureros, tal vez. Pero, ¿sabe qué pasa? Es el país, es la situación económica, el valor de la plata, la inseguridad… En este país el fútbol se ha empobrecido y está en vías de extinguirse como gran mercado y si uno tiene la posibilidad de ir a jugar a Europa, a Italia, a Francia, a España o, en una de ésas, a Colombia, no puede decir que no porque es la gran oportunidad, ¿se da cuenta?

Nadie puede darse el lujo de desestimar una tentación de esa magnitud porque la vigencia del jugador de fútbol es efímera, apenas si dispo­ne de unos pocos años, no es lo mismo que en otras profesiones -en la mayoría de ellas- en las que el trabajador dispone de toda una existencia por delante para ganar dinero…

A uno le duele el país, le duelen muchas cosas, pero el sacrificio vale porque lo justifica la cantidad de dinero que uno se gana, que es como asegurarse para todo el resto de la vida, no sólo para uno sino para toda la familia. ¿Qué te pasa, che fútbol? Cada día te quedás más pobre y más solo.

Como decía un amigo mío uruguayo, cuando en la vecina orilla todos hacían las valijas, el que se va último que apague la luz y cierre la puerta… Ya se embarcaron en El Verdeolivo, rumbo a otras playas lejanas, Márcico, Burruchaga, Trossero, Pasculli, Gareca, por ahí hablan de Ruggeri… Si esto sigue así, El Verdeolivo no alcanzará para las exigencias del éxodo, mucho más ahora cuando los australes abara­taron el verde, cuando las arcas de la tesore­ría están vacías. Que se vayan todos, procla­man los dirigentes. Ya no hay límites para el for export.

Hasta los dirigentes se quieren ir como los reyes de Discepolín que revolvían el mazo buscando el yobaca para disparar…
Osvaldo Ardizzone – Tiempo Argentino – Agosto 1985

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