Al Pie de la Letra
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Jugos Gustosos
Relato de Pablo Diringuer con la fiebre de un sábado por la noche y un final con la ñata contra el vidrio
Jugos Gustosos

Me quedé pensando en ese jugo de lúcuma y sus cuarenta grados etílicos, algo parecido a mi temperatura mientras el perimido jugo de ella sucumbía en una inexplicable histeria que se cobijaba en la punta de un iceberg que quién sabe ni ella lograba explicar.

Jugos Gustosos
Jugo de lúcuma. No chorrea ni por las tapas de ninguna botella que haya comprado en alguna… frutería o juguería o kiosquito o… verdulería de esos espacios pro-ecologistas y ambiciosos-visionarios de vegetales flotantes de alimentación popular-populosa a merced del común de la gente. Jugo. Eso solamente es jugo que sale de ella en esa frontal y aterciopelada franela del tete a tete a la salida del boliche en el cual los guitarristas y los bajistas y los bateristas y los… no sé muy bien qué virtuosos del instrumento musical aflojaron el enjambre de moscas y abejas a punto de aguijonear –unos- e inyectar su rollo –otros- para, finalmente, desistir ella, de su histeriqueo volátil a flor de piel.

Está bárbara ella y su vestimenta totalmente especuladora para el relucimiento de su anzuelo atrapante, surte su efecto en el medio del bullicio de luces agónicas en ese bar del barrio de Palermo mientras los parlantes a todo lo que da, envuelven a los masticadores de chicles que no se resignan a también masticar la palabra vacía de dinosaurios o inodoros volátiles de insalubres conversaciones carentes de la nada como principal intérprete de la película en vivo y en directo.

La música no para y esa rara mezcla de notas sonoras con palabras nos envuelve en gestos acompañantes del momento. Está bueno eso de la piel y lo raro del sentir en el tacto de dos cuerpos que arañan sin rasguñar alientos que contagian; cada palabra que nos decimos encubre el acertijo de la proximidad de lo fortuito y de un placer no explícito ni implícito de lo que surja en esa rara vorágine loca de los sexos un sábado a la noche. Ella me mira a los ojos todo el tiempo pero también se da un espacio casi imperceptible para observar  si alguien femenino o no, detienen su tiempo de disfrute y curioso hacia mi persona que la obnubila en su íntima percepción. La incipiente relación o el encuentro azaroso de oportunidades del lugar, me halló frente a frente con ella que es muy bonita y desecha luego de un rato de enchufar su encastre femenino con el masculino de mi inherencia, y cada tanto se toma un respiro y sus suspiros aparecen solapados en el medio de ese bosque llenos de ramas movilizadoras por los vientos de cola que soplan tempestades de ganas íntimas de cuerpos a transpirar.

Estoy “acostumbrado a falsear mi acostumbramiento “de esas noches y noches sabatinas llenas de jolgorio e imprevisibilidad; nunca supe a ciencia cierta si la certeza formaba parte de mi rifle con mira telescópica y el ¡pum! Final atraparía la presa apuntada en la dilatación de mi iris. Nunca supe, pero en la proximidad de los hechos después de las palabras compartidas, la sensación de leones y bambis, indiscutiblemente giraban alrededor de mi apreciación. Ella con su pollera corta y piernas estilizadas en medias oscuras, podían presagiar un nuevo ring selvático de ciudad nocturna en donde leones y bambis intercambian roles sin árbitros ni puntuaciones tarjeteras alrededor del fin del encuentro. A mí me gusta ella, y a ella, aparentemente , le correspondo. Por eso la invité en la barra mientras meneaba su figura al son de una melodía Stone ese trago raro licuado de energizante, por eso, el aliento se tiñó de sonrisas que exhalaban sabores de jugos dentales con alcoholes. Yo me le puse al frente de su frescura odontológica como… a… cinco centímetros… ella rió como un tic adrede a su beneplácito o… sorpresiva actitud de mi parte. Estuve a punto de gatillar con la bala en la recámara, ella distanció su aparente duda con un nuevo trago de esas frutas ahogadas de vahos penetrantes. Finalmente sí, las excusas inexistentes fenecieron en la papelera de reciclaje de cualquier computadora mental y mi beso fue el de ella. ¿Vamos para mi casa? –le dije insólitamente como un principiante-

Ella sonrió y me dijo con rostro pensativo que no; que no era el momento adecuado a su síntesis existencial en esa madrugada destemplada de posibilidades sentimentales. Raros pretextos intercalados luego de las palabras y ojos encajados en perfectas sensaciones, a mí me daba el crédito de algo más, luego de ese beso gustoso de alcoholes confusos en la aspereza de las lenguas. Ella se fue y yo la llevé a la casa y mi ñata contra el vidrio empañó al mismo de vapores calientes. Me quedé pensando en ese jugo de lúcuma y sus cuarenta grados etílicos, algo parecido a mi temperatura mientras el perimido jugo de ella sucumbía en una inexplicable histeria que se cobijaba en la punta de un iceberg que quién sabe ni ella lograba explicar.

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