La Edad Dorada de las “figus” podemos ubicarla en las décadas de 1960 y 1970; estimación comprobable hablando con cualquier kioskero, salvo el insólito estallido figuril que a mediados de 2022, disparó una ansiedad de masas por obtener figuritas del Mundial de Fútbol con sede en Qatar a disputarse éste año.

En esas décadas los pibes estaban sujetos a misteriosos mecanismos de “modas”, que de un día para el otro establecía con el infalible mecanismo del boca a boca, que había que comprar bolitas; y toda la chiquillada juntaba monedas e iba al kiosko a comprar bolitas. Los más previsores las habían guardado de temporadas anteriores y revolviendo un cajón de fruta que oficiaba de baúl de juguetes, sacaba su arsenal rodante; las había de vidrio; lecheritas, japonesas de ojito, de cerámica, de acero y los enormes bolones que no se sabía bien para qué servían. Pero cuando la “temporada” de bolita pasaba, un buen día uno se enteraba que habían “salido “ las figuritas. En la cuadra se improvisaban mercados infantiles para intercambiar las piezas de cartón; en los recreos escolares se jugaba al “espejito”, la “tapadita”, el “punto”; quien gana, lleva todo; el que pierde “garpa”, y así uno entraba al juego con un “pilón” de figus y salía sin nada; o viceversa. Las competencias generaban no pocas peleas y algún labio hinchado por un trompis.

El mundo lúdico era casi infinito, sin internet, poca televisión y la calle con un horizonte interminable para jugar. La creatividad era tan intensa como el despliegue físico.

Bolitas, figuritas, pequeños y baratos autitos de plástico huecos, rellenos con masilla o plastilina para imitar a los campeones del Turismo de Carretera, el “vigi – ladrón”, las eternas “mancha” y “escondida” y el elástico, exclusivo de las nenas.

Pero la temporada de las figuritas parecía movilizar energías ocultas. Sólo se conocía el kiosko vendedor, pero nadie se preguntaba de donde salían, quien las fabricaba ni qué misterioso mecanismo hacía girar la rueda de la fortuna, cargando de “figus” repetidas a muchos que gastaban todo lo que tenían en los pequeños paquetitos, o aquel que de casualidad conseguía la “difícil”, esa con la imagen del jugador que no tenía nadie, que podía ser la única faltante para completar el álbum que al afortunado lo hacía acreedor a una pelota de cuero número cinco, una de “verdad”; sin desmerecer la gloriosa “Pulpo” de goma, pateando la redonda de cuero uno se sentía Marzolini o Corbatta.

Las figuritas argentinas en su larga existencia, abordaron todos los temas, los diseños y hasta el material con que se fabricaron. Desde las más antiguas difundidas por el Chocolate Águila, se editaron año tras año, piezas con el retrato de futbolistas, banderas, buques de guerra, aviones, animales y hasta extraterrestres imaginarios. En general eran redondas, pero las hubo rectangulares, ovaladas y también de lata. Starosta y Sport, eran las marcas de los hermanos Panini que generaron ese milagro.

A su vez, las chicas realizaban un tráfico similar al de los varones, con las figuritas con brillantina, que en general remitían a estampas de cuentos maravillosos y temas femeninos para las más pequeñas. Los álbumes eran en general apaisados, con un equipo de fútbol por página. Después de algunas semanas de manipularlo, las manchas y el pegoteo del engrudo casero era inevitable para el castigado álbum.

Son años en que los “cracks” abundan en el balompié nacional y por lo tanto, pueblan los álbumes de figuritas. Más allá de aquellos nombres gloriosos en la cancha, algunos fueron “odiados” por los pequeños coleccionistas, por tratarse de figuritas “difíciles”. El más buscado en la temporada 1964, fue Puntorero de Atlanta. El jugador no gozaba de la enorme popularidad de un Mussimessi, Pizzutti, Varacka o el “Hacha Brava” Navarro, pero su condición de figurita difícil lo convirtió en el centro de la conversación de los pibes.

La “difícil” entonces como ahora, es la contracara de la “repetida”; una figurita que por verla tan a menudo, resulta insoportable. Así pasa también con las figuras mediáticas de los ámbitos políticos, faranduleros o deportivos; lo repetido cansa. Nunca un mote tan acertado como el de “figurita repetida”, ya que a éstos como aquellas, su reiterada aparición termina por desvalorizarlos.

No obstante y contra todos los pronósticos, en el año 2004 alguien se atrevió a organizar una muestra de figuritas titulada “Malditas Difíciles”. Su organizador fue el historiador y coleccionista Rafael Bitrán. El evento se cumplió en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires y en pocos días la visitaron 32.000 personas.

A su vez, el Mundial de Fútbol 2022 en Qatar, disparó una fiebre “figuritera” que a finales de éste año, no terminó.

Editadas por la empresa Panini Argentina, el 24 de agosto de 2022 salieron a la venta las piezas junto con los álbumes. Entonces se desató una suerte de histeria colectiva por conseguirlas, acompañada como suele suceder ante una fuerte demanda de cualquier cosa, por la especulación.

Precios por encima de los sugeridos, acaparamiento en algunas bocas de venta y hasta conflictos entre kioskeros y grandes cadenas de ventas polirrubros, ensombreció la fiesta de las figurita. La caracterización de “difíciles” y “repetidas” corre por cuenta de los coleccionistas y llevado al plano mediático, que alguien sea figurita “repetida” no siempre es beneficioso