Aceptar esa jeringa invisible pero tangible que nos chupa la sangre para… justificar que vivimos bajo un Estado o país que nos cobija y nos protege y que piensa en nosotros como si fuésemos el irrefrenable sentimiento paterno.
Alcabalas
Impuestos… Situaciones que nos ponen adentro; sí, nos introducen dentro de nuestras vivencias en Sociedad luego de haber descosido el trasero del esfuerzo en cualquier actividad que nos hubiese ocurrido o se nos hubiese ocurrido. Podemos ser obreros, empleados de oficina, escritores, músicos, abogados, médicos, artesanos, comerciantes, deportistas, gasistas o destapadores de cloacas, maestros o empleados del Estado… todos tenemos un chanchito con nuestro código o número de DNI que nos ha marcado a fuego en el lomo y nos indica imperativamente que tenemos que ponernos con los morlacos transpirados de nuestro accionar y -como resultado del mismo- aceptar esa jeringa invisible pero tangible que nos chupa la sangre para… justificar que vivimos bajo un Estado o país que nos cobija y nos protege y que piensa en nosotros como si fuésemos el irrefrenable sentimiento paterno que nos acompañará hasta el final de nuestros días.
“Alcabalas”. Siglo XI o el que fuere y el originario invento de algún rey que se arrogó el derecho de cobrar impuestos al común de la gente, y si alguien se retobaba, empalado en el trasero o colgado de alguna soga o triturado por algún encapuchado y sus partículas diseminadas a campo traviesa mientras las alas desplegadas de los dípteros rapaces salivaban previamente de placer.
Bolsillos agujereados por un lado, y billeteras o cuentas bancarias espurias por el otro, señales de un mundo terrestre que no ha cambiado a través de los siglos, si los reyes con coronas y tronos a esta altura de los acontecimientos están siendo muy cuestionados, es muy plausible inferir que no se logra comprender esa invisible afinidad de los barrenderos de la miseria cómo se han visto obnubilados por esas sonrisas blancas y voces amables de alta alcurnia que todo lo palmean sobre los hombros transpirados cargados de ladrillos que nunca construyen un miserable techo de casa básica de familia. Alcabalas e impuestos y a seguir remando hacia la superficie del espacio sideral para, finalmente, quedarnos sin oxígeno. Objetivo apócrifo si lo hay para concluir en que son todos iguales, son todos reyes o corruptos que se olvidan de sus orígenes o… simplemente traidores que se traían entre manos ese refregar irrefrenable de la ambición desmedida. El trabajo de unos y otros: el de los singulares de sangres azules; y el de los comunes con sangres coloradas producto del esfuerzo sentados en ese inodoro que cuesta cada vez más sacar la materia fecal mientras el papel higiénico cada vez es más escaso y caro al mismo tiempo.
Todo esto lo estoy pensando, meditando sentado en el enlozado blanco del baño y mientras la baranda inunda el pequeño ámbito cruzo mi brazo hacia los fondos de mi persona y aprieto el botón salvador y expulsador de lo que no necesito, de lo que ya, ha sido suficiente en la providencia de mí existir. El jabón y mis manos concluyen el trabajo inmediato, tras la puerta del exclusivo habitáculo… culo culo culo (eco libre de dilataciones inmediatas) nuevamente mi mente se arrebata de cuestionamientos; las alcabalas brillan por su presencia, aquellas que, evidentemente no dejarán tranquilas a mi mente ni a mi billetera, como si todo fuese un primer día expuesto al sol que todo lo quema, que todo lo achicharra y el descuido inocente o crédulo fuese patrimonio exclusivo de infantes incautos.
Por Pablo Diringuer