Fuera de Serie
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Gambito de Dama
JAQUE MATE AL ABURRIMIENTO - DISPONIBLE EN NETFLIX
Gambito de Dama

El ajedrez, un juego milenario, tiene muchísimas tácticas de apertura. Uno de ellos es el que da título a la serie homónima, el gambito de dama, que básicamente consta de tres movimientos, en el cual las blancas mueven un peón de la dama dos casilleros, las negras mueven de forma similar, y las blancas hacen un tercer movimiento adelantando el peón del alfil, consumando así la apertura que constituye, en realidad, un falso gambito dependiendo de cómo se desarrolle el resto de las movidas. La finalidad de esta apertura es intentar sacrificar una pieza, en general un peón, de forma temprana, pero avanzado en el tablero.

Se dice que es un falso gambito porque el sacrificio del peón por parte de las blancas no suele concretarse, pero la apuesta del jugador —perder para ganar— es una metáfora que se aplica a la perfección a la temática general de esta mini serie.

La historia comienza en la década del ´50, en Estados Unidos, cuando la pequeña Beth Harmon, de tan solo nueve años de edad, queda huérfana tras el suicidio de su madre, quien se estrelló contra un vehículo en un puente. La madre, incapaz de lidiar con las responsabilidades de la maternidad debido a un problema grave de depresión, intenta llevarse a la niña consigo, pero ella sobrevive, y termina en el Hogar para niñas Methuen, en donde la pequeña pelirroja, de pocas palabras pero con un cerebro inquieto y mirada curiosa, se hace amiga de Jolene, una chica de color que comienza a guiarla por la vida de huérfana, le dará algunos trucos para hacer su estadía un poco más cómoda, y le brindará una perspectiva temprana sobre la segregación racial en el país, al demostrarle que las chicas negras no suelen ser adoptadas.

Dentro de la institución, comandada por Helen Deardoff, Beth descubrirá dos cosas que la marcarán a fuego para el resto de su vida: primero prueba el efecto reconfortante de las pastillas tranquilizantes, unas drogas poderosas que eran de común uso en los orfanatos a mediados del siglo XX. La niña pronto se convierte en adicta a la droga, porque le permite bajar la velocidad de su prodigiosa mente, le permite ver con claridad.

El segundo evento definitorio de su estadía en el hogar viene de la mano del conserje, el señor Shaibel, un hombre silencioso, que pasa sus ratos libres en el sótano jugando partidas de ajedrez con libros. Beth, que siempre termina sus tareas de matemática antes que todos sus compañeros —don que hereda de su madre— baja hasta la oscura habitación para limpiar los borradores y se encuentra, por primera vez, con el tablero de sesenta y cuatro casillas repleto de piezas que la atraen de inmediato. Al principio el conserje no acepta enseñarle a la pequeña los secretos del juego, pero Beth es incapaz de aceptar un “no” como respuesta, y tras demostrarle que tan solo echándole un par de vistazos a los movimientos ya comenzó a comprender la mecánica del ajedrez, el conserje accede a darle clases.

La chica demuestra tener un talento natural para mover las piezas, para visualizar el tablero y adelantarse a los movimientos de su oponente. Los tranquilizantes, que consume por las noches, le permiten aclarar los pensamientos y, una velada antes de dormir, acostada boca arriba, las sombras de los árboles aledaños proyectadas sobre el techo mutan de forma, se convierten en un tablero, que pronto se llena de peones, alfiles, caballos, torres, reyes y reinas. Beth, lejos de asustarse por la visión, empieza a mover las piezas, replicando movimientos que vio en juegos previos y profundizando su relación con las estrategias, que Shaibel también nutre con sus conocimientos y con libros que le presta.

En paralelo, la adicción de la pequeña crece a la par de sus habilidades. Beth solo puede pensar en escaparse de las clases que le resultan aburridas para poder sentarse en el sótano y jugar al ajedrez. El constante incremento de presión por la intensidad de las partidas llega al pico cuando la invitan de un club de ajedrez perteneciente a un colegio secundario para que juegue múltiples partidas simultáneas. Las pastillas verdes y blancas parecen ser la única llave para encerrar sus demonios.

A los quince años el matrimonio Wheatley, Allston y Alma, adoptan a la adolescente. El hombre de la casa siempre tiene una excusa laboral para irse de viaje, y Alma encuentra refugio en el alcohol para esquivar la obvia realidad que un día se manifiesta con toda potencia: Allston tiene una vida paralela, no soporta a su esposa alcohólica y adoptó a Beth para que se hagan compañía mutuamente, y así poder escapar de una vez sin sentir ningún tipo de culpa. Alma cae en un pozo depresivo peor, agobiada por la escasez de dinero, y apenas le presta atención a su hija.

Beth, por su parte, no puede encajar en el nuevo colegio, aburrida por las clases, con la mente puesta en conseguir libros y revistas de ajedrez, y las compañeras que le tocaron en suerte le parecen triviales.

Encima su madre consume las mismas pastillas que ella tomaba en el orfanato, y no tarda mucho en recaer antes de cumplir siquiera la edad legal para comprar medicamentos sola. Pero, en una de las escapadas a la farmacia, tras robar una publicación dedicada a su amado juego, encuentra un anuncio de un torneo de ajedrez que ofrece un premio suculento en efectivo. Beth consigue que el señor Shaibel le patrocine los cinco dólares de la inscripción, y así la joven pelirroja inicia su camino en el mundo del ajedrez profesional.

Una vez consolidada en el terreno profesional pronto se hace un nombre propio, siendo la primera ajedrecista mujer en darle batalla a los grandes maestros del juego, ganando cada vez más dinero y ofreciéndole a su madre la vida que tanto soñó, llena de glamour, ropa cara, hoteles de lujo y viajes exóticos. Pero para Beth, que también se acostumbró al cambio de vida, el ajedrez sigue siendo su principal objetivo en la vida, independientemente de su nuevo amor por la moda y el florecimiento de su vida sexual.

También descubre el alcohol, que al principio será una compañía silenciosa. Beberá por gusto pero con temor al ver los efectos que tiene el alcoholismo en su madre. Los tranquilizantes siguen siendo su arma secreta para enfrentar las instancias definitivas en los torneos.

Beth tiene entre ceja y ceja al temible Vasily Borgov, un ajedrecista soviético, aparentemente invencible. En el circuito profesional se sabe que la Unión Soviética invierte dinero y tiempo en los jugadores, que estos actúan en forma de equipo, a diferencia de los estadounidenses que se manejan de forma más individualista. La joven desde que descubre el poderío europeo no puede quitarse de la cabeza la idea de ser no solo una gran maestra del juego, sino que quiere enfrentarse a Borgov, a quien mira con respeto, admiración y temor.

En un mundo donde la Guerra Fría está creciendo día a día, la serie nos muestra que los jugadores de ajedrez no se consideran enemigos sino rivales, y se admiran mutuamente. Para el mundo exterior el hecho que un estadounidense compita con un soviético es una cuestión de Estado, pero para ellos la política queda afuera del tablero. El intelecto le gana a la mezquindad humana, y los ajedrecistas pueden aceptar tanto el poderío de los rusos en pos de aprender más secretos del juego, como que una mujer en plena década del ´60 sea capaz de destruirlos en menos de cuarenta movimientos.

Gambito de Dama es una serie sobre una ajedrecista, pero podría ser cualquier otro juego, deporte o disciplina, porque la temática principal es cómo los demonios internos y las presiones internas/externas de una persona se conjugan de la peor manera con las adicciones. Beth Harmon es un personaje trágico desde su concepción. Su vida está marcada por constantes tragedias, busca aislarse de un mundo que parece rechazarla, y encuentra en el ajedrez una vía de escape.

El tablero es un mundo de sesenta y cuatro casillas. Me siento segura ahí, puedo controlarlo, puedo dominarlo.

A medida que Beth, traída a la vida gracias a la increíble Anna Taylor-Joy, se vuelve una con el tablero y las piezas, todo el control que ejerce sobre la mecánica del juego es inversamente proporcional al control que tiene sobre su propia vida. Pareciera que cada vez que consigue triunfos dentro de su campo profesional algo en su vida se desmorona. No consigue mantener relaciones afectivas sanas, pierde seres queridos, las adicciones la derrotan de forma tan contundente como ella se despacha a rivales inferiores, y en cada capítulo su objetivo principal, el temible soviético, luce cada vez más inalcanzable. Queda más que claro que no es porque ella no tiene los conocimientos necesarios para derrotar al mejor de todos, sino porque la persona a la que tiene que derrotar es ella antes que nadie.

El camino de la protagonista es uno solitario pese a que va generando un grupo de amigos/colegas en el camino. La sombra de las enseñanzas que su madre biológica le legó, en pleno pozo depresivo, la asechan. Ella creía que no se puede confiar en nadie, que uno tiene que ser su propio mejor amigo y no debe depender de nadie. Tal vez por eso el tablero de ajedrez le resulta tan atractivo. Sentada frente a su oponente no debe depender de nadie, a excepción de su prodigioso cerebro.

Pero la vida no se puede controlar, solo brinda ilusiones de control, y el ajedrez es igual. En numerosas oportunidades vemos como Beth cree saber qué va a suceder dentro del mundo contenido del tablero. Conoce los movimientos adecuados, sabe como se va a mover su rival por los escaques, pero varias veces se choca contra la inevitable realidad de que ha perdido, que se ha equivocado, que lo que creía tener dominado se le escapó entre los dedos.

Gambito de dama es un estudio de personaje increíble, adictivo, y bien condensado en siete capítulos que se pueden ver de un tirón y no cansa para nada. Scott Frank es quien creó y dirige la mini serie, e intentó durante años adaptar el libro homónimo, escrito por Walter Tevis en la década del ´80, en una película. La suerte lo llevó al camino del streaming, lo que le permitió contar la historia de forma más holgada, sin necesidad de concentrarse solo en los torneos y en el “antagonista” soviético.

Los primeros dos episodios se centran en la pequeña Beth, encarnada por Annabeth Kelly, una increíble actriz cuya presencia en pantalla es magnética. Su interpretación del personaje es silenciosa, pero intensa, y consigue algo que es muy difícil para cualquier actor: actuar con la mirada. Cuando la niña está mirando el techo e imaginando el tablero, realmente creemos que no es una alucinación de una niña drogada sino una manifestación de su talentoso cerebro. Annabeth mira el tablero con ojos hambrientos, como un depredador saboreando de antemano su presa. Anna Taylor-Joy también consigue transmitir la misma sensación, pero a medida que su personaje crece, también aumentan los desafíos para la actriz, y es ver para creer, porque lo que consigue la joven estadounidense-argentina es una de esas interpretaciones que quedarán para la historia. Sin exagerar.

Taylor-Joy consigue que las partidas de ajedrez —un juego que, en palabras del director, es casi imposible de retratar en formato fílmico sin que sea aburrido— sean una experiencia vertiginosa.

Cuando ella está en apuros, sus gestos lo transmiten, podemos sentir el dolor de estar acorralada en el tablero. Cuando consigue ver los movimientos por adelantado que le otorgaran la victoria, aparece una sonrisa sutil, y ella abre sus enormes ojos, clavando la vista en su oponente, informándole a él —y a los espectadores— que ha ganado. Vemos en pantalla como las piezas se mueven, pero el vértigo de dos personas jugando sentadas, en silencio, se da en los rostros, en las gotas de sudor, en pequeños tics, en las lágrimas. Gambito de dama es una lección de cine de casi ocho horas dividida en siete episodios.

El reparto se complementa, entre otros, con Thomas Brodie-Sangster como Benny Watts, un gran maestro de ajedrez estadounidense, uno de los principales rivales y después aliados de Beth. Bill Camp como Shaibel, el mentor de la pequeña. Marielle Heller le da vida a Alma, la madre adoptiva. Harry Melling es Harry Beltik, el primer campeón que derrota Beth y que termina siendo amigo. Todos la van guiando en el mundo del profesionalismo e intentan rescatarla de sus adicciones y demonios, y los actores ejercen su oficio con precisión de relojero.

La serie tuvo como consultores para las partidas de ajedrez a dos eminencias, el entrenador Bruce Pandolfini y el ex campeón mundial Garry Kasparov, que ayudaron a que las partidas que se muestran en pantalla y todo el diálogo técnico sea lo más acertado posible. Quien la vea y entienda los rudimentos del juego podrá captar algunos detalles técnicos muy interesantes, pero los ajenos a este mundo no se verán excluidos porque Gambito de dama busca contar la historia de una mujer que intenta abrirse paso en la vida, encontrar su lugar en el mundo, y da la casualidad que es el ajedrez lo que la apasiona y obsesiona.

Gambito de dama fue un hit inmediato, terminó de poner en la categoría de estrella a su protagonista, y hasta el día de hoy sigue siendo uno de los productos más reverenciados de Netflix.

Independientemente de que a uno le guste o no el ajedrez, el juego es pivotal para los protagonistas pero no es necesario entenderlo para apreciar el drama que cuenta. La obsesión, las presiones y las adicciones son temáticas universales que acá se tratan con seriedad, madurez, sin caer en golpes bajos, sin sentir lástima por Beth. Gambito de dama —cuyo título es una excelente analogía con las decisiones que toma la protagonista a lo largo de los siete capítulos, sacrificando muchas cosas para ganar— es una producción que rebalsa de excelencia en todos sus aspectos, tanto técnicos como artísticos. Está disponible en el servicio de streaming y, fundamentalmente, está a la altura de la reputación que se forjó desde su estreno en el 2020.

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