Cancionero
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Discepolín
23 de diciembre de 1951 - La muerte de un poeta popular
Discepolín

La Muerte de un Poeta Popular

Huesudo, flaco- con más años que kilos- el poeta se ha refugiado en ese tercer piso de la calle Callao el numero 765 (“porque hasta el número del domicilio me ha venido al revés”). Allí permanece, junto a la ventana, divisando el ajetreo de automóviles y transeúntes. Ensimismado, inquietándose ante la campanilla del teléfono- quizás preludio de un insulto- o ante el ruido de un sobre deslizado por debajo de la puerta que anticipa, seguramente, nuevos agravios. El odio “gorila” no ceja. Un circulo implacable se estrecha más y más en torno suyo. La última vez que oso pisar un restaurant,  desde varias mesas brotó el insulto amenazador. En la última recorrida por la calle Corrientes, aquel encuentro con ese viejo actor, compañero de tantas representaciones, que lo dejo con la mano extendida. Y después,  la calumnia desde la tribuna radical en boca de uno de sus principales dirigentes. Por eso, ha abandonado las calles porteñas y se ha recluido en ese departamento donde canamente intenta explicarse la causa de tanta afrenta.

Se sumerge, entonces en sus recuerdos juveniles, en aquel anarquismo romántico de su adolescencia, cuando tomo partido por los trabajadores.- Recuerda, asimismo, sus propias hambrunas, en aquella “gran Argentina de frac y galera”, cuando el chapaleaba barro por las callecitas pobretonas de Parque Patricios, en los tiempos en que su amigo el socialista Facio Hebecquer, expresa en sus dibujos el mundo de la miseria, con sus gurrumines tristes y sus perros flacos. Rememora luego, aquellos años treinta, cuando el dolor argentino le lastimó el corazón y salió a recogerla bronca y la desesperación de sus compatriotas “que se rajaban los tamangos, buscando ese mango” para poder morfar, probándose anticipadamente la ropa del pariente enfermo o secando al sol la yerba, para seguir engañando con mate el estómago vacío.

Cambalache sin destino donde el que trabajaba todo el día “como un buey” no merecía el reconocimiento que tenía Don Chicho, el jefe de la mafia o los concejales vendidos a la CADE, donde todo era igual y nada mejor, “porque los inmorales nos han igualao”.- Pobre país aquel, susurra el poeta, donde más valía “cachar el bufoso y chau…vamo a dormir”, como decidieran tantos argentinos catalogados por la policía como “Suicidas son conocerse las causas”. Años de esperanzas marchitas, de frustración, de derrota popular. Época siniestra donde el, ni siquiera un literato de los grandes diarios, compuso aquella saga de tangos testimoniales que conformó la más perfecta radiografía de la vergüenza nacional y una acusación ilevantable a la oligarquía vendepatria. También allí, al igual que años atrás, había estado consustanciado con su pueblo; también allí había probado que le dolía “como propia cicatriz ajena”, tal cual se lo dijera Manzi.

Discepolín

Sobre el mármol helado, migas de medialunas,
y una mujer absurda que come en un rincón;
tu musa está sangrando y ella se desayuna.
El alba no perdona, no tiene corazón.
Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca
y del alma manchada con sangre de carmín?
Mejor es que salgamos antes de que amanezca,
Antes de que lloremos, ¡viejo Discepolín!

Conozco de tu amargo sufrimiento,
y comprendo lo que cuesta ser feliz
Y al son de cada tango te presiento
con tu talento enorme y tu nariz…
Con tu lágrima amarga y escondida,
con tu careta pálida de clown,
y con esa sonrisa entristecida
que floreces en verso y en canción.

La gente se te arrima con su montón de penas,
y tú las acaricias casi con un temblor.
Te duele como propia la cicatriz ajena,
aquél no tuvo suerte y ésta no tuvo amor…

La pista se ha poblado al ruido de la orquesta,
se abrazan bajo el foco muñecos de aserrín
¿No ves que están bailando…? ¿No ves que están de fiesta?
Vamos, que todo duele, ¡viejo Discepolín!

Letra: Homero Manzi 
Música: Aníbal Troilo 
Tango – 1951

Ilustración de Miguel Ángel Lucero – 2000

Y entonces, ¿Cómo no iba a estar ahora, en los años 50, de nuevo con su pueblo? Ahora, que ya no escribía tangos tristes porque se vivía una época de pronunciado ascenso social, ¿Cómo no iba a estar él apoyando ese proceso de cambio?, él, que no sabía de ideologías pero cuya sensibilidad social tremenda lo guiaba certeramente en los conflictos políticos.- Recuerda entonces aquella noche en que se le ocurrió inventarse un interlocutor para las audiciones radiales ; Mordisquito, “Y bueno, discutamos, por que vos naciste, Mordisquito, no a la orilla del arrabal ofendido por el conventillo y atravesando por la zanja, no allá lejos, en el dolor de una provincia olvidaba o de un territorio maltrecho… sino en barrio cómodo, dentro de una familia confortable, a una cuadra del colegio…Todo servido para vos…Por eso tenés la negligencia del que vive bien y está muy lejos de los que mueren mal… Porque vos siempre viviste sin la angustia del peso que falta y nunca llegaba hasta tu mundo el rumor doloroso de las muchedumbres explotadas, entendés.- Mordisquito… No, a mí no me vas a contar que no entendés ¡No! ¡A mí no me la vas a contar!”.

Eran verdades elementales, brotadas de una convicción autentica alimentada en la realidad “Y protestás…Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez… Y vos no decías ni medio… Y ahora protestás porque no hay té de Ceylán… y durante toda tu vida tomaste mate.- No.- ¡A mí no me la vas a contar!”. ¿Cómo podía ser, entonces, que no lo entendieran? ¿Tan agudo era el egoísmo, tan enorme la maldad? ¿Cómo podían suponerse que él tuviera algún motivo subalterno- dinero o temor- para sostener esas verdades de siempre, las del muchachito anarquista del 19, las del poeta testimonial del 30? Y sin embargo, un gran sector de su público y sus amistades del ambiente artístico, había roto violentamente con él, lo excretaba, lo perseguía con saña…

Acaso lo mejor sería abandonar el país… pero el porta ya no tiene fuerzas para decisión alguna. El odio ha liquidado sus defensas.- Casi no se alimenta. Su físico es el de un chiquilín consumido, aniquilado.- Y esa noche del 23 de diciembre lo encuentra junto a la ventana. Discépolo deja vagar la mirada por el paisaje familiar de Callao: el café de la esquina de Córdoba, el kiosco de cigarrillos de “el griego”, el “canilla” voceando “la sexta”, el tráfico que va apagando su ruido en la noche del domingo. Se aferra ahora a la ventana y se esfuerza por atrapar esa última estampa porteña. Un profundo dolor le aprieta entonces  el pecho cortándole la respiración…Y cae hacia atrás, exhalando un estertor de agonía.- El corazón del poeta se ha roto en el estallido del síncope.

Discépolo ha muerto y muy pronto los trabajadores sentirán encogerse el alma porque se les ha ido un amigo, tesonero y consecuente, que les fue fiel en los momentos sombríos y en las horas de alegría, un poeta singular que los seguirá acompañando, sin embargo, con sus tangos y que aunque la oligarquía intente arrinconarlo en el panteón vedado de “los Malditos”, quedará indeleblemente grabado en esa memoria colectiva donde los pueblos guardan sus mayores afectos.
Jotapé – Diciembre 1987 – Por Norberto Galasso

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