Al Pie de la Letra
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Sonrojados
Relato de Pablo Diringuer cuando sus ojos brillaban como la primera vez y suena el celular
Sonrojados

Dos posibilidades ambidiestras: Ella lo mandó a la mierda; Él hizo lo suyo como para, también, desechar lo tortuoso de no querer para nada gastar almanaques alrededor de la acompañante en cuestión.

Mundos gastados en esa rara erosión alrededor del cansancio del codo a codo de lagrimear lagañas en esas bostezadas mañanas de camas bicompuestas de amor que… nubes inéditas y volátiles sucumbieron en la vorágine del acelerador experimental de vidas.

Voces de ambos lados del infortunio declamado de afinidad  para con las partes involucradas, y… luego, ese intentar recomponer el individual pormenor conjugador, primero, de sentir algo por alguien, aunque fuese una esporádica isla en el medio del océano lleno de tiburones. Después sí;  avistar alguien que desea algo notorio para con el sobreviviente que despertare dentro del Ser y, ese otro, que también bracea en esa búsqueda insoslayable de oportunidades.

Oportunamente, recuerdo chispazos de mi escuela primaria y trato de relacionarlos con esas clases de geografías lejanas, y me desarmo en millones de partes viajeras cuando esa maestra hablaba con su batuta sapiencia de estudios y experimentación vocacional, y nos platicaba de países netamente lejanos del globo terráqueo y… hablaba y hablaba y hablaba de costumbres geográficas, ambientales y de población…

Luego, y ya de comenzadas  las experiencias superiores que había incursionado en  observar mi ser masculino casi de pantalones largos, surgía en mi Ser la impronta básica alrededor de la materia Biología, y en ese esporádico de clases intercaladas en la semanal secundaria de colegio, los imberbes y las corpiñeras infladas hubimos de incursionar en esas intercaladas miradas sugerentes de ambición novedosa y experimentales alrededor del interrogante en el despertar del tete a tete.

Dejar el banco escolar y esos libros kilométricos de dichos enjaulados de sapiencia para mirarnos frente a frente en esos bailes estudiantiles esporádicos -primero- y contínuos de necesidad generacional- después- y esos brillos labiales y ritmos perfectos combinados de ganas cuando el conteo de palabras o frases concluían en un «tengo ganas de vos».

Cuchicheos de ambos sexos cada uno de ellos por su lado, y luego la sonrisa o el desencanto acarreado por las repercusiones de los mismos. ¿Cuánto hubo de pasar al respecto mientras la radio sigue mostrando melodías recordatorias de aquel entonces como si el reloj se hubiese detenido?

Seres terráqueos que ni siquiera podemos saber ni suponer más allá del Universo marciano o transplutoniano y no por eso, dejamos de creer en ese interior que tenemos sobre todo cuando nos cruzamos con ese alguien por primera vez que nos muestra a través de su trato para con quien sea, que seguimos vivos y en esa hipotética cercanía, casi en el boca a boca, afloran movimientos de latidos y pieles erizadas que todo lo reviven… ¡Qué mierda me importa lo de Marte o Plutón! -concluimos en ese auto justificarnos- ¡estoy aquí, en el barrio de Versalles, o Palermo o en ese Oeste inolvidable! ¿De qué planeta salpican palabras de qué?

Ahí suena mi teléfono celular, debo interrumpir mi viaje de dichos, momentáneamente;  a ella no le place aparentemente de displicencia  -intuyo- el gastar mis dichos circunspectos en ese alrededor que desconoce y hasta vislumbra ápices de celos. Yo también me rocío esporádicamente de esas gotas dudosas de ansiedad, luego, cuando nos re-encontramos todos esos interrogantes hasta casi vergonzosos hierven de estupidez, nuestros ojos brillan como la primera vez, como cuando en ese banco escolar del quinto grado en que miraba la vincha sujetadora del pelo lacio de ella y su correspondiente mirada abombada, casi disimulada de vergüenza, delataba el cutis rojo de mi persona que equilibraba la escena aparentando cierta “sobriedad”.

De Pablo Diringuer

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