Sé que hay palabras que hoy, más que nunca, riman con soledad. No hablo de la soledad buscada. Sino la otra, la que nos impide socializarnos con actividades de rutina que teníamos en nuestras anteriores vidas, vidas SP (vidas sin pandemia); a cambio tenemos vidas de fragilidad visible las 24 horas del día en toda dimensión y latitudes.
La pandemia nos ha dejado tan o más solos que antes, incluso la palabra cordura rima más con locura que con otra cosa. La locura de la incerteza y la cordura de la supervivencia; la locura de arrimar las palabras a un barbijo para que se queden a mitad de camino; la voz se diluye, los oídos se tornan ausentes y finalmente la comunicación decae.
Ha habido locos idealistas en todos los tiempos, la historia y la literatura nos ha dejado conocerlos. Cada uno ha de tener su lista de predilectos, y en esa elección personal prefiero mantenerme al margen por la sencilla razón de que cada uno valora y se refleja a la medida de las ideas, sentires, bagaje y experiencia de vida que le haya tocado. Sin embargo, el hoy nos es común y nos encuentra en principio desorientados y luego, de uno u otro modo, solitarios. Por esas cosas ignotas que tiene la mente me puse a pensar que a veces una simple consonante cambia el sentido de las cosas y en esa senda estoy. No es lo mismo ser o estar solitario que ser o estar solidario. La soledad es el opuesto de la solidaridad. Ver el mundo que nos rodea, con el corazón abierto (valga la metáfora para dejar de hacer cálculos y por un instante acompañar los pasos del otro, es lo que nos convierte en seres humanos (idealismo puro el mío, esa es mi libertad); las sociedades que no logran comprender el sentido de pertenencia están condenadas a la ceguera y de ese modo, más tarde o más temprano todos tantearemos el mundo con el corazón vacío. No me imagino una sociedad de corazones vacíos, tampoco una sociedad atrincherada en sus esquemas de pensamiento absoluto.
La solidaridad se construye a medida que caminamos la vida, es un valor que se estimula con la acción o se deja adormecido hasta nuevo aviso. Soy afecta a pensar que los valores que abrazamos como sociedad nos definen el futuro, y como soy una soñadora, me encanta pensar en un futuro de pertenencia y amor por el lugar que nos vio nacer, así de simple. Claro que no es lo mismo las grandes urbes, los pueblos o las ciudades en crecimiento, no es lo mismo el norte que el sur, el oeste que el este, pero afinando el hilo de la idea todos somos hijos de las circunstancias y las circunstancias se crean entre todos. Me quedé pensando qué distinto sería todo si no fuésemos tan obstinados en matar al niño que alguna vez hemos sido, ese que llevaba masitas al Jardín de Infantes y le convidaba a los compañeros de salita; después de todo el barrio se parece bastante a ese esquema de socialización: nos saludamos, conocemos los integrantes, los llamamos por el nombre, sabemos de sus buenos momentos y tristezas, es el lugar que nos permite recrearnos, crecer y soñar, bah, eso pienso cuando lo camino mientras la pandemia nos transforma con resultado desconocido. En fin, dar una mano a quien lo necesita es la forma más amable de reencontrarnos en el futuro porque el hoy está en continuo desgaste, aquí, allá y acullá, solo intento subirme al techo del pensamiento para ver más allá de mi nariz. Después de todo, la última palabra siempre habita en boca de lo que cada uno hace. Desde que el mundo es mundo la palabra goza de ambigüedades, pero los hechos nos hablan de las certezas y me gusta ser parte de los hechos que suman a un todo más humano, comprensivo y solidario.
La Calle del Agua
Un hombre empapado de dificultades
transita el día en la oscuridad sana.
Esa oscuridad que conoce el claro
de un despertar esperanzado.
Necesita llenar
su estómago con algo.
Su soledad es invisible
como la soledad otros tantos.
El deseo de saciar el hambre
se sitúa en la calabaza de un mate.
En los bolsillos hay una queja antigua,
se parece a su panza deshabitada.
Nada más nada es una ecuación intransitable.
De pronto, tropieza
con un ser vivo: una flor
que irradia luz en su intención más humana.
Se apodera de su mano y lo apoya
con un poco de yerba y pan tibio
para mitigar el espanto.
El golpe seco de la solidaridad truena,
anuncia tormenta, trae lluvia de unión y esperanza.
El hombre solitario ya no se diluye,
es uno y todos en la calle del agua.
Ana María Caliyuri