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La “Gente de Bien”
El concepto fue apropiado por distintos sectores sociales y cada uno lo dotó de los valores que le pareció más meritorio
La “Gente de Bien”

Rastreando los posibles antecedentes , pensemos en la “grieta” mayor que parafraseando a Jauretche refiriéndose a otra zoncera, al menos en esto fue la “Madre que las parió a todas”: el apotegma que dividió a los argentinos en civilizados y bárbaros.

La “Gente de Bien”
Transcurría el mes de octubre de 1905. En el entonces prestigioso salón Prince George’s Hall del Centro porteño, lo más granado de la alta sociedad argentina realizaba un evento para recaudar fondos destinados a ayudar a los pobres.

Recordemos que son los años de esa Argentina que los dueños de la tierra y los agroexportadores, consideraban “El granero del mundo”. La contracara era la gravísima situación social, los conflictos gremiales y un Estado fuertemente represivo.

La descripción del contexto es necesaria para comprender una verdadera “perla” del periodismo de la época, la crónica de un baile de caridad: “El buen pueblo mira curioso todas estas bellas exhibiciones del lujo, de la moda, de la fantasía, porque sabe que todo eso se hace en obsequio de los que sufren y de los que lloran. Había centenares de curiosos delante de la gran sala británica. Todas las mujeres del barrio se habían aglomerado allí, porque hay que ver, hay que curiosear, hay que aplaudir, felicitar y criticar… No faltaba más, que no se criticase!…” (1)

Pero como decían nuestros mayores “para muestra basta un botón”, el diario dedicado a informar sobre actividades sociales de la clase alta, en la misma edición “ningunea” y apenas menciona un importante conflicto de los trabajadores gráficos que amenazaba con impedir la salida de algunas de las publicaciones más importantes del momento como las revistas PBT y Caras Caretas. Cosas del periodismo especializado.

Lo interesante de poner en foco esa parte de la caracterización de nuestra sociedad que hacía cierta prensa, es que el concepto de “gente de bien” no lo inventó ningún político del siglo XXI.

En esa crónica testimonial queda al desnudo una visión cerradamente clasista y ancestral de la “grieta”, que tampoco es un invento de la “post verdad” penosa de nuestros días, donde cualquier discurso parece imponerse a los hechos.

Rastreando los posibles antecedentes , pensemos en la “grieta” mayor que parafraseando a Arturo Jauretche refiriéndose a otra zoncera, al menos en esto fue la “Madre que las parió a todas”: el apotegma sarmientino que dividió a los argentinos en civilizados y bárbaros.

Luego siguieron otras antinomias: la “chusma” radical opuesta al “régimen” oligárquico; “cabecitas negras y aluvión zoológico” versus las fuerzas “democráticas”.

Para no pocos analistas, el conflicto de fondo es la tensión entre modelos de país opuestos y no resueltos en el conflicto entre federales y unitarios; la prueba es que derrotado el modelo rosista, siguieron el avasallamiento de las autonomías provinciales y la frutilla del postre: la destrucción del Paraguay, según lo denunció Juan Bautista Alberdi, un liberal muy bien formado que nunca se sintió “casta”.

Lo curioso es que en ambos bandos, siempre hubo personas que con o sin razón se consideraron “gente de bien”.

Una visión de “gente de bien” es la descrita por la crónica mencionada al comienzo de la nota. De allí se destaca el concepto de “caridad” y el paternalismo despreciativo hacia los vecinos que se acercaban a mirar el espectáculo debido a que por lo menos era gratis; y desdeña la crítica de los díscolos que señalaban ese contraste brutal entre la ostentación de riqueza y el fin altruista que llamaban “caridad”.

Pero la ética que sostiene la idea de “gente de bien” no es monopolio exclusivo de los sectores sociales que lo asocian al poder: entre la población definida como “humilde”, ser gente de bien implica trabajar, ser honesto, ser solidario con el desvalido y la ayuda no es “caridad”; es socorrer al hermano en desgracia. Porque parte de una idea no siempre explícita pero presente: somos una Comunidad y en algún punto, todos dependemos de todos.

A finales de la década de 1960 la revista “Tío Landrú”, reemplazante de “Tía Vicenta” (clausurada por el dictador Juan C. Onganía) y dirigida por el humorista Juan Carlos Colombres (Landrú), estableció un listado de actitudes, lugares de diversión, indumentaria, lenguaje y otras características que diferenciaban a la “Gente Como Uno”, “Gente Bien” o simplemente “bienuda”, de su contracara: los “mersas”. Estos cultivaban todos los rasgos opuestos a la “Gente de Bien”, según lo veía Landrú en clave de parodia.

No obstante como se señaló, el concepto fue apropiado por distintos sectores sociales y cada uno lo dotó de los valores que le pareció más meritorio.

Prueba de la universalidad de esa adjetivación, es el comentario hecho por el embajador alemán en Colombia, Peter Ptassek en 2021: “La gente de bien, ¿quiénes? ¿La que acata leyes, paga impuestos, tiene empatía con los vulnerables, protege el medio ambiente, promueve la paz, defiende los derechos humanos y de la sociedad civil, no vandaliza ni acaba con los bienes públicos? Si esa es la “gente de bien”, ¡No me la critiquen…!” (2).

Lo penoso es que una sociedad de vocación democrática como es la nuestra más allá de las interrupciones institucionales, instigadas curiosamente por sectores muy poderosos que se calificaban a sí mismo como “gente de bien”, en pleno siglo XXI y desde niveles de alta responsabilidad política, se retrocede décadas pregonando cruzadas mesiánicas entre presunta “gente de bien” y todos aquellos que según la mirada caprichosa de algunos líderes, no encajan en su molde estrechamente mezquino y sectario. En definitiva, si determinada gente es “de bien” o “del mal”, lo define su práctica. El resto es literatura.

1) Diario El Guante Blanco – Buenos Aires – 11-10-1905.-
2) La Semana – Bogotá – Colombia, 10-06-2021.-

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