Serie Fantástica
Fecha de Publicación:
El Círculo de Color Rojo
Del libro "Cuentos Dulces para un Atajo" - Ediciones Tahiel – 2022 – “el amor siempre busca una vía para expresarse”
El Círculo de Color Rojo

Allí estaba Julián, en su mundo, jugando con un autito que hacía rodar una y otra vez. Susana se aproximó a él. Se sentó a su lado, Julián no la miró. Susana, sí. Lo miró, una y otra vez. Colocó sobre el piso de cerámica blanca la hoja que había sacado de su bolsillo.

El Círculo de Color Rojo
Susana Lamperte buscaba con esmero una caja antigua de madera lustrada. Llevaba una inscripción en la tapa con el apellido de la familia. En esa preciada caja había fotos, recortes de diarios, estampitas de comunión, mechones de cabellos, hojas con garabatos, cartas de familia y otros detalles que valían la pena guardar. Sabía muy bien que estaba guardada, pero ¿dónde? No lo recordaba. Esas trabas que tiene la memoria cuando se nubla y que provoca incomodidad.

Seguro que la había guardado de manera mecánica mientras estaba con el pensamiento en otro lado. 

¡Está en algún lugar!, exclamó la mujer con optimismo, mientras subía la escalera hacia un viejo altillo. El polvo acumulado sobre los pocos muebles que allí había le hizo acordar que hacía demasiado tiempo que no visitaba ese lugar. Tomó una vieja gamuza colgada de un clavo y como quien espanta moscas, lo sacudió por el aire, para luego sacar el polvillo acumulado sobre una mesa ratona que había sido de su abuela Rosa.

Se persignó antes de acomodar la mesa al pie de un ropero estilo provenzal, y se subió a ella. No era cuestión de caerse y terminar quebrada. Esos cuarenta centímetros de altura alcanzarían para elevarse y poder pasar la mano por la parte superior del ropero, como quien rastrilla un terreno en busca de algo. Quizá con suerte se toparía con la caja que buscaba. Hizo la maniobra de rastrillaje, una y otra vez. Fue en vano. Se bajó de la mesa ratona, alisó sus cabellos entrecanos, y poniendo su mano sobre el mentón, comenzó a pensar distintas alternativas. Lo que buscaba tenía que estar en el altillo. Ya había revuelto toda la casa sin ningún resultado. Solo quedaba ese sitio. Una luz de remoto recuerdo brilló en su mirada. Abrió la puerta derecha del ropero estilo provenzal. Las perchas de madera con ropas antiguas emanaron olor a humedad. Era tiempo de sacarlas de allí, seguramente servirían para que sus nietas jugasen a disfrazarse. Sobre el estante superior  había revistas de moda, una bolsa con ruleros, y al fondo de todo, la caja que buscaba. Sintió una fuerte emoción: era la cajita familiar, la que había heredado, la que tenía una chapa de bronce donde figuraba: Francisco Marino y señora. Nunca supo quién les había regalado esa caja a sus padres. Si ellos viviesen podría saciar su curiosidad, pero ellos habían muerto hacía más de dos décadas.

Tomó la caja entre sus manos y como quien asiste a un momento mágico, la acarició. Se sentó en una vieja mecedora que había pertenecido a su tía paterna bajo la luz que entraba a través de una pequeña ventana con forma de ojo de buey. Ese era un buen lugar. Lo primero que halló fue un collar de perlas que había pertenecido a su madre haciendo juego con un par de aros. Los colocó sobre la falda y se dejó llevar por la lectura de recortes del diario local donde figuraban no solo los nacimientos familiares, sino los decesos. Luego, miró una por una las fotos de su niñez y se emocionó, pero no tanto como para perder el objetivo de su búsqueda. En el fondo de la caja, apareció lo buscado: una hoja de papel blanco que tenía dibujados con color rojo varios círculos concéntricos. Era todo lo que necesitaba ese día para ser feliz. En el ángulo superior derecho se leía un nombre: Julián. Apoyó la hoja sobre su pecho. Luego, volviéndola a mirar, besó los trazos.

La guardó en el bolsillo de su pantalón. Se alzó de la mecedora.

Miró con nostalgia la máquina de coser “Singer” que había pertenecido a su madre. Abrió uno de los cajones superiores. Buscó, entre los crayones que había allí guardados, uno de color rojo.

Bajó la escalera con cuidado. Se dirigió al comedor. Allí estaba Julián, en su mundo, jugando con un autito que hacía rodar una y otra vez. Susana se aproximó a él. Se sentó a su lado, Julián no la miró. Susana, sí. Lo miró, una y otra vez. Colocó sobre el piso de cerámica blanca la hoja que había sacado de su bolsillo. Julián miró la hoja. Susana, con emoción, trazó varios círculos alrededor de los que estaban dibujados. Un acto lúdico hecho con amor, con entrega, con esperanza. Después, dejó el crayón sobre la hoja. Y esperó, como esperan las abuelas, con paciencia, con confianza.

Julián detuvo  el andar del autito. Susana por un instante sintió que se detenía su corazón. El niño tomó el crayón y dibujó círculos concéntricos alrededor de los que había trazado su abuela. Uno, dos, y más.

La puerta del comedor se abrió. Era Virginia, la hija de Susana:
—Mamá, ¿qué estás haciendo sentada en el piso? No te vas a poder levantar —le dijo con tono de preocupación.

Susana, con lágrimas en los ojos, le respondió:
—Hija, estoy jugando con Julián. Mejor dicho, nos estamos acercando cada vez más.

Virginia la miró conmovida.
—¿Acercando? A Julián le cuesta comunicarse, mamá, ya sabés el diagnóstico que nos dio el neurólogo. No te ilusiones.
—Sí, hija, sé lo que dice el doctor. ¿Podés decirle que estos círculos que hicimos entre los dos es la prueba de que nos estamos abrazando?

Virginia se sintió emocionada. Abrazó a su madre, y se sentó a mirar cómo Julián, su hijo, seguía haciendo círculos hasta que abandonó el crayón sobre la hoja. Virginia, con lágrimas en los ojos, supo que era su turno. Tomó el crayón de color rojo y con la vista nublada hizo un círculo inmenso que contenía los trazos de su hijo, Julián, y de su madre, Susana.

Desde que el mundo es mundo, el amor siempre busca una vía para expresarse.

Del libro «Cuentos Dulces para un Atajo» – Ediciones Tahiel – 2022

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