Existía en el Buenos Aires de principios del siglo XX, un barrio muy precario. Se extendía aproximadamente entre la Avenida Amancio Alcorta, vías del ferrocarril y las calles Colonia y Monteagudo, en el actual Parque de los Patricios, entonces los Corrales Viejos.
Las viviendas eran de lata y madera, habitadas por desocupados, rateros, prostitutas y gente que utilizaba ese barrio como refugio para eludir a la policía. El legendario nombre del Barrio de las Ranas, provendría de una laguna ubicada en la zona y en la que abundaban las ranas, de las que seguramente se servirían muchos de sus habitantes para alimentarse.
También se lo conocía como Barrio de las Latas, por el material con que estaban construidas la mayoría de sus chozas. Vale recordar que en sus alrededores, se encontraba la quema de basura a cielo abierto que funcionó durante muchos años, dando al conjunto sur de Parque de los Patricios, el mote de “quemero”, como se conoce también al Club Atlético Huracán, emblema del barrio. En esa quema, el “ranero”, como se llamaba al morador del barrio de emergencia, también tenía la posibilidad de recolectar desechos a los que podían vender y obtener algunos recursos.
Si bien se le atribuye al apelativo “rana” como sinónimo de persona avispada, un origen español, en el caso del rana porteño es inevitable la asociación con la gente del Barrio de las Ranas, cuya astucia para la supervivencia estaba probada en el hecho de mantenerse sin trabajar, o practicando alguna pillería menor y en muchos casos “cirujeando”, revolviendo basura.
Lo concreto es que el calificativo se popularizó como sinónimo de tipo vivo, astuto, pasando a ser un adjetivo que describía a aquel capaz de vivir sin esfuerzo, de “pelechar”, trepar, en la sociedad o hacerse mantener por una querida, como el “gigoló”. Había ranas de menor valía, como aquellos que se las ingeniaban para pasarla bien en el empleo, en el servicio militar, o en cuanta obligación tuvieran que “agachar el lomo” y no quisieran hacerlo; esta suerte de vivillo, de astuto de poca monta, no opacaba al otro rana que se dedicaba al “jailaife” es decir, la buena vida pero con recursos de origen incierto.
En general, el rana era un individuo que más allá de los distintos matices que le otorgaba la “ranada” que practicara, en su accionar se destacaba la viveza, la sabiduría de la calle y un inagotable arsenal de recursos para sobrevivir.
Muchacho Rana
Me da pena contemplarte… ¡che, Pirulo!
qué decís, extravagante, ¡Cómo sos!
La cabeza la tenés para ese rulo,
la “nueva ola” te conquistó.
Ajustados son tus trajes con tajitos,
vos tomás leche con crema, nada más.
Vos le erraste el camino… ¡che, gilito!
Con esa pinta… ¿a dónde vas?
Muchacho rana, sos un payaso
que me da pena, me hace reír.
No te das cuenta, vas contramano
te creés un vivo y sos un gil.
Muchacho rana, bailate un tango,
dejá el bolero, cachá a Gardel.
Hacete un hombre como Dios manda,
dejá ese circo es para tu bien.
Avivate, estás a tiempo, pipistrelo,
aflojá con tu locura, mister Rock.
Dale el raje a ese rulito de tu pelo,
peinate, nene, como un varón.
Muchachito, no te enojes si tu vieja
te aconseja mansamente: ¡Trabajá!
El slogan de los pobres es “paciencia,
la vida es larga, hay que esperar”.
Tango – 1960
Música: Héctor Stamponi
Letra: Tita Merello