Lunfardo
Fecha de Publicación:
Lorenzo Stanchina: De Devoto a Boedo
No era de Boedo sino de Villa Devoto, estuvo muy vinculado a aquel barrio, impregnado de nostalgia y de cultura
Lorenzo Stanchina: De Devoto a Boedo

En la total producción de este joven escritor argentino se nota una notoria  influencia de los escritores rusos, particularmente de Destoierosky, el autor que, como lo observara “La Nación”, ha influido más substancialmente en la formación de su personalidad.

Lleva publicados ocho libros, casi todos de cuentos. Sus protagonistas son generalmente tipos anormales, fronterizos, que se agitan en una atmósfera de realidad cálida y sombría. Humanos, desoladamente humanos, todos sus personajes son seres tristes que despiertan piedad.

De “Endemoniados”, obra con la cual fue consagrada su labor por el Concurso Municipal de Literatura del año 1936, ha dicho el gran novelista Manuel Gálvez: “Endemoniados”, se lo afirmo a usted y estoy dispuesto a responder a estas palabras , es uno de los grandes libros de cuentos de nuestra literatura. Usted ha leído bien a Dosteiewsky y es indudable que aplica sus procedimientos. Pero nada más que algunos de sus procedimientos. No es usted un imitador, sino un discípulo”.

Sus libros “Desgraciados” y “Brumas” han sido traducidos al portugués y muchos de sus cuentos al ruso, francés, italiano, alemán e idisch.

En el Teatro del Pueblo ha entrenado los dramas “Detrás del Muro”, “Celos” y “Humillados”.
Nuestra Novela – 17-10-41

Palabras Pronunciadas por el
Señor Académico de Número don
José Gobello al Inhumarse los
Restos del Señor Académico Emérito
Don Lorenzo Stanchina el
24 de diciembre de 1987

La academia Porteña del Lunfardo no deja partir a su querido Académico Emérito sin decir algunas modestas palabras que expresen su cariño y su pena. Se había incorporado su primer año de vida, fue, pues, casi un fundador. Desde entonces y hasta el 25 de setiembre de 1986 ocupó el sillón “Enrique Muiño”. Ese día decidió pasar a Académico para seguir trayéndonos el ejemplo de su modestia y de su bondad, y abandó el sillón que pasaría a ocupar un artista del barrio de Boedo, don Francisco Reyes.

Stachina, que no era de Boedo sino de Villa Devoto, estuvo muy vinculado a aquel barrio, impregnado de nostalgia y de cultura. Perteneció al grupo famoso constituido en torno a Antonio Zamora. César Tiempo, otro querido miembro de nuestra institución, recordó que ninguno de los integrantes del grupo vivía en el barrio. Los bogavantes- la palabra y los recuerdos son de Tiempo- eran Elías Castelnuovo, que vivía en la calle Sadi Carnot; Álvaro Yunque- miembro también de nuestra Academia-, habitaba una antigua casa de la calle Estados Unidos al 1300, próxima a nuestra sede; Gustavo Riccio era de Rivadavia al 2000; Pero Juan Vignale de la Boca, lo mismo que Roberto Mariani; Roberto Arlt, de Flores; Enrique Amorin, del Salto Oriental; Lorenzo Stanchina, de Villa Devoto; José Sebastián Tallón, de la calle Brasil al 1300. “No solo no éramos de Boedo- memora Tiempo- sino que ni siquiera nos reuníamos en ninguno de los innumerables cafés de la calle epónima”. Y el mismo don Lorenzo, que hoy nos deja, en su novela “Corrientes y Maipú”, que es indispensable leer para conocer a Buenos Aires y que, felizmente, ha sido muy leída, evocaba a Castelnuovo, “sin sombrero y embutido en su tricota de lana que le llegaba hasta el mentón, cubriéndole su cuello de jirafa; a Nicolás Olivari, “el gran tragón de uñas”; a Berletta “dinámico y con cera de seminarista”, a sí mismo “callado y retraído”.

Aquellos hombres, aquellos jóvenes, puesto que lo eran, contribuyeron a forjar una literatura para un país que carecía de ella. Eran, o pretendían ser, escritores sociales, en el sentido de que planteaban la situación de la sociedad, de una sociedad donde las diferencias de fortuna y de cultura eran muy notorias. Ellos se pusieron de parte de los de abajo. Lugones comenzó su carrera literaria poniéndose de parte de los astros. Los hombres de Boedo se pusieron de parte del pueblo. Se los tenía por escritores de izquierda; ellos mismo, tal vez, creían serlo. Pero inclusive literalmente las palabras derecha e izquierda son metafóricas. Eran en todo caso escritores realistas, como lo habían sido Florencio Sánchez y en parte, al menos -su mejor parte- Evaristo Carriego.

Stachina se inició como ensayista, con un trabajo sobre Manuel Gálvez, compuesto en colaboración con Nicolás Olivari, pero quien quiso ser ante todo su narrador, y lo fue. Narraciones denominó a los trabajos reunidos en sus primeros libros: “Desgraciados”, “Brumas” e “Inocentes”. Su obra abarca otros títulos, entre ellos los dos volúmenes de cuentos titulados “Endemoniados”, “Exenticos” y “El Eunuco” y el de la novela “Corrientes y Maipú”. Y agregaría aun el de una novelista, “Por una mujer”, aparecida en 1922. Creo que sus títulos exceden los diez que el declaraba en 1962. Le preocupó el realismo sin fraudes, la dimensión humana de los personajes, la virilidad de la prosa. Durante más de sesenta años de vida literaria fue leal a sus preocupaciones.

Es probable- diría que es seguro- que las nuevas generaciones de lectores, amamantadas con best sellers, nutridas con slogans, ejercitadas en la fácil gimnasia del aforismo, no conocen la obra de Stachina, por lo menos en la medida que deberían conocerla, aunque muchas de sus páginas han sido vertidas al ruso, al francés, al italiano, al alemán, al idish y sus libros “Desgraciados” y “Brumas”, traducidos al portugués y editados en el Brasil. No hay que lamentarse demasiado. La vida, la historia, el país se hacen con memorias y con olvidos, y no hay memoria que algún día no se convierta en olvido. Stanchina fue un sembrador de cultura, como lo fueron sus compañeros de Boedo, y los de Florida, y los escritores todos. El país se ha alimentado del fruto de sus semillas y para gustar el pan no hace falta identificar la semilla de la que procede.

Muchos de los colegas de nuestra academia no tuvieron ocasión – por cuestiones generacionales- de conocer a don Lorenzo, de tratarlo, de disfrutar sus pocas palabras, su bondadosa y comprensiva sonrisa, sus vastos y elocuentes silencios. Pero el espíritu de Stachina estará siempre entre nosotros y queremos transmitir a quienes se incorporan y se vayan incorporando en nuestra institución el ejemplo de su modestia, de su disciplina, de su predilección por los lugares menos visibles, de su saber decirlo todo sin decir casi nada. Yo le recordaré siempre como a un escritor recio revestido de un hombre manso y bueno. Tuve el honor de pronunciar el discurso de bienvenida cuando se incorporó oficialmente en la Academia, en una sesión realizada en el salón del Circulo de la Prensa, y tengo ahora también el honor y el dolor de decirle adiós en nombre de quienes nos hemos agrandado siendo sus cofrades. Descanse en paz este viejo guerrero de la pluma. El Capitán le ha ordenado abandonar la guardia. Otros ocuparan su puesto. Ojala esos otros se le parezcan.

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