Costumbres
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Cocina Económica
A principios del siglo XX la “económica” metálica está bastante difundida; sobre todo en Buenos Aires y otras grandes ciudades
Cocina Económica

En la era del microondas, la cocina eléctrica, los artefactos de gas natural o envasado sobre todo en las ciudades, una cocina alimentada exclusivamente a leña, kerosén, carbón o desperdicios combustibles, parece una extrañeza. No obstante, esos artefactos existen y gozan de buena salud.

En regiones con escasez de esos beneficios servidos por red, las cocinas alimentadas con combustibles alternos siguen siendo una realidad. Las “económicas” abundan en esas latitudes. Existe un amplio catálogo de ofertas también en las ciudades. Lo elevado de los costos no permite pensar que sus usuarios las prefieren por ser económicas. De hierro fundido como las tradicionales u otros materiales similares, el precio final varía según la cantidad de hornallas y otras funciones; como horno y depósito para conservar agua caliente. También depende de la calidad de los materiales empleados.

Otra variedad de cocinas económicas existió desde tiempos antiguos; las de ladrillos y otros materiales de construcción. En Buenos Aires y otros pueblos del Interior, como también en fincas de la campaña, antes de la llegada de las de hierro era común construir en la espaciosa cocina, una estructura de ladrillo o piedra y mampostería, con la “panza” hueca con varias bocas a la altura de las hornallas, para introducir madera, carbón y otros elementos para quemar. Cuando el tiraje no era bueno, la humareda de la cocina invadía la casa entera: En la ciudad desde tiempos coloniales, las casas de familias de buen pasar eran espaciosas, con sala a la calle, patio común desde la puerta de calle hasta la huerta que cerraba el final de la propiedad. En el medio, sucesivas habitaciones que daban al patio y conducían a la cocina ubicada también al fondo; frente a las habitaciones de la servidumbre o los esclavos, según la época. Esas “económicas” de ladrillo generaban la suficiente energía para proveer la comida necesaria para todos los habitantes de la casa y la intensidad del fuego, se regulaba con la cantidad de leña o carbón que se le introducía.

Como todos los grandes inventos, no surgieron espontáneamente. Se cuenta que en 1802 un tal George Bodley patentó la cocina de hogar cerrado con tiraje y en 1834 Philo Stewart diseñó la primera “económica” compacta para uso doméstico.

Un año más tarde, surge en nuestro país la primera fábrica de cocinas económicas de metal, pese a que en Europa ya se conocían desde el siglo XVIII.

En la Argentina a principios del siglo XX la “económica” metálica está bastante difundida; sobre todo en Buenos Aires y otras grandes ciudades. En los años ‘20 se estableció en la ciudad bonaerense de Tres Arroyos, Don Juan Bautista Istilart. El inquieto fabricante comienza a producir cocinas económicas de hierro fundido. Las primeras tenían dos hornallas y horno con una novedad: termómetro en la puerta. La cubierta por ser también de hierro, podía utilizarse como bifera o plancha, gracias a la elevada temperatura que retenía.

Vale recordar que en ambientes amplios, la cocina también hacía las veces de estufa; como una salamandra.

Las Istilart se presentaban en tres modelos: denominados 1, 2 y 3. De la 1 ya hablamos.

Las 2 y 3 contaban además con un tanque para conservar agua caliente. Las hornallas y tapas se fijaban con gruesas arandelas y podían quitarse para brindar fuego directo al utensilio que se colocara encima de las mismas. Pocos años después desembarcaron en el mercado argentino las cocinas a gas de kerosén, revolucionando las costumbres domésticas. Pero no tardan en aparecer las de gas natural. Este último fluido, pese a ser un combustible relativamente barato debido al flamante Gasoducto Comodoro Rivadavia – Buenos Aires inaugurados a finales de los años ‘40, no estaba al alcance de todos los vecinos en Buenos Aires, debido a que no todos los barrios contaban con la red domiciliaria de Gas del Estado, que se fue extendiendo con el paso de los años. El brasero de carbón, la cocina de gas de kerosén y las económicas alimentadas con leña y carbón, siguieron siendo de uso corriente hasta bien entrado el siglo XX, pese a que ya existía el gas envasado en garrafas.

A medida que la demanda de las económicas de hierro comenzaba a languidecer, Istilart abarcó otros rubros para mantener su industria metalúrgica. De su fábrica de Tres Arroyos salió al mercado una línea de más de cien productos, elaborados por un millar de trabajadores.

También las cocinas Cassels de Buenos Aires, de características similares a las Istilart, dejaron su marca en ese rubro que hoy es casi un elemento práctico y decorativo a la vez, para satisfacer la nostalgia o construir una calidad de vida alejada de los artefactos que masivamente ocupan los mínimos resquicios de nuestra vida doméstica.

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