Padre; gracias te doy por enseñarme siempre con el ejemplo; gracias por, aún hoy, seguir siendo mí protección y mi guía. Gracias también por contagiarme el amor por la vida, la danza y la música…
Por Claudio Valerio
Honrar a tu Padre
Honrar al padre hace que le demostremos respeto, amor, y obediencia. Además, y según las tradiciones de prácticamente todas las culturas, lo hacemos mostrándole respeto a través de acciones y actitudes.
Padre; gracias te doy por enseñarme siempre con el ejemplo; gracias por, aún hoy, seguir siendo mí protección y mi guía. Gracias también por contagiarme el amor por la vida, la danza y la música…
Honremos a los padres quienes, como el mío, siguen trabajando para construir un mejor mundo para sus hijas e hijos; un mundo lleno de responsabilidad, presencia y amor.
La poeta y escritora de Ecuador, Ing. Irma Gaibor García, lo hizo de esta manera a quien, por sensibilidad y humildad, está presente… Padre; hoy quiero honrarte por darme mucho más que la vida.
*Irma Gaibor García* (Ecuador)
*¡A mi Padre!*
HAN PASADO LAS HORAS CON LA PRISA
DE LAS ALAS DEL PÁJARO EN EL VIENTO,
HA QUEDADO OBSOLETO EL CALENDARIO
COMO UNA PIEDRA ROTA,
LA INFANCIA FUE LAGUNA DE COLORES
CON AROMA DE CIELO Y MARIPOSA.
Con la tarde repleta de presagios
mis oídos bañados de silencio
escuchan desde lejos esa voz
tan suave de papá…
Hay un árbol amado en este bosque
que me extiende sus ramas y me envuelve
con los brazos lejanos de papá.
En el menú inconstante de los días
un jigsaw de trabajos y sonrisas,
de juegos y secretos que resbalan
debajo de la mesa.
Yo metida en su agenda como siempre
en busca de una dádiva, le digo:
Yo soy la “negra” que te amaba,
y al caer de la tarde siempre eras
el héroe que admiraba,
el fuerte entre los fuertes,
de mirada celeste,
el dulce ciudadano de mis sueños.
Con el “toro barroso” y con “la chola cuencana”
nos hacíamos dueños del salón de la fiesta,
daba igual debajo de un ciprés o un eucalipto,
un pretexto cualquiera siempre era
un llamado a la danza y a la risa.
Me enseñaste a suspirar bajo la luna
me enseñaste a dibujar atardeceres
en la tela azul de mis pupilas,
a mirar que “el cóndor pasa”
por los riscos enormes de la vida.
Nunca fui la más bella de tus hijas
pero hallaste en mis ojos una cifra de amor,
hallaste en mis pisadas esa extraña vocación
del que va dejando sus huellas al pasar.
Por ti planté banderas en los mares lejanos,
navegué sobre azucenas por el mundo
con tu venia y con tu voto.
Me crecieron alas y aprendí
a remendar sonrisas,
a maquillar las faldas de la brisa
para andar a galope en los caminos.
A tu lado aprendí a rescatar cada minuto
y a ordeñar cada día la felicidad.
Y aunque un martes cualquiera
la muerte lanzó el anzuelo y te pescó de repente,
ya habías marcado en mí
la senda del amor filial,
yo llevo tu sello en la justa medida,
eres esa página de fuego
que vibra en mis recuerdos…
¡Oh papá!
edificaré en el tiempo
una estatua con tu nombre y tu sonrisa.