Uno y los Otros
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Uno y la Histeria en el Tango
El silencio solo adviene cuando se sabe del Uno (del Uno Lógico y del Uno de Discépolo)
Uno y la Histeria en el Tango

El tango es un tratado desde y sobre el deseo. Es un tratado de aquel que está del lado de la imposibilidad del deseo sobre aquella que pone el acento en la insatisfacción del deseo. Pero, ante todo, es un tratado fallido.

Uno y la Histeria en el Tango
Una ciudad que olvida a sus poetas e una ciudad sin voz, un lugar mudo, pero sin silencios. En ella los fantasmas serían los últimos testigos que en su mudez clamarían por un estilo que se perdió. Este libro es una alentadora idea para retrasar ese tiempo. El silencio no es la azorada mirada que busca comprender todo el tiempo y no puede. El silencio es ese instante en que alfo de la verdad se hace oír. Por eso a veces en aquella ciudad cuando un tango decía algo de aquel desgarro ($) un repentino y prudente silencio se apropiaba del lugar, fugaz e instantáneo, como los trazos de su danza en el aire. El silencio solo adviene cuando se sabe del Uno (del Uno Lógico y del Uno de Discépolo)

Histeria

“Si arrastré por este mundo
La vergüenza de haber sido,
Y el dolor de ya no ser.
Bajo el ala del sombrero,
Cuantas veces embozada,
una lágrima asomada
Yo no pude contener.

Si crucé por los caminos,
Como un paria que el destino
Se empeñó en deshacer.
Si fui flojo, si fui ciego

Sólo quiero que hoy comprendan
El valor que representa
El coraje de querer.”
(Cuesta Abajo, Carlos Gardel y Alfredo La Pera)

El tango es un tratado desde y sobre le deseo. Es un tratado de aquel que está del lado de la imposibilidad del deseo sobre aquella que pone el acento en la insatisfacción del deseo. Pero, ante todo, es un tratado fallido.

Un tratado fallido, sí, escrito por un neurótico obsesivo:

“Por qué te sigo queriendo
Si me hacen daño tus ojos,
Si me hacen daño tus labios
Cuando te quiero besar.
Por qué te sigo queriendo
Si es tanta tu diferencia
Que hasta quisiera llorar”.
(¿Por qué te Sigo Queriendo? De Leopoldo Díaz Vélez y Josefina de la Fuente)

Decir que el tango es un tratado sobre la histeria quizá no sea muy original. Pero es un intento de señalar algo que esté más allá de lo que se dice comúnmente del tango y de la histeria.

Esto no es fácil para alguien que, como le hacía decir CORTAZAR a Horacio Oliveira, es porteño y Colegio Nacional. Lo que anticipa cierto déficit cuasi estructural en lo que se va a decir sobre cualquier tema, pero más aún si ese tema es el tango…o la histeria.

Tratado, decía, pero en el sentido que le otorgaba DIDEROT al diferenciarlo del ensayo. Mientras que lo singular y propio de éste último radica en su libertad y en el descubrimiento de lo imprevisto, el tratado esta signado por la repetición.

El tango como tratado, pues, para pensar qué hay de sintomático en su discurso.

No es esta una tarea ingrata. El tango ofrece infinidad de recovecos desde donde uno puede permitirse sostener este intento. Quizá sea DISCEPOLIN uno de los compositores que más fácilmente nos ofrezca su talento para demostrar esta hipótesis inicial. Desde el primero hasta el último verso, cada uno de sus tangos lleva la marca indeleble de la repetición. Como bien lo podemos apreciar en Uno:

“Uno, busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias…
Sabe que la lucha es cruel y es mucha,
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina…

Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor,
sufre y se destroza
hasta entender:
que uno se ha quedao
sin corazón…
Precio de castigo
que uno entrega
por un beso que no llega
a un amor que lo engañó…
 ¡Vacío ya de amar y de llorar
tanta traición!
(…)
Pero Dios, te trajo a mi destino
sin pensar que ya es muy tarde
y no sabré cómo quererte…
Déjame que llore
como aquel que sufre en vida
la tortura de llorar su propia muerte…
Pura como sos, habrías salvado
mi esperanza con tu amor…
Uno está tan solo en su dolor

Uno está tan ciego en su penar
Pero un frío cruel
que es peor que el odio
punto muerto de las almas
tumba horrenda de mi amor

Maldijo para siempre y me robó…
toda ilusión…”

(Uno, de Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores)

Lucien ISRAËL[i] en El goce de la histeria encuentra que la perfección, esa necesidad de impedir que emerjan fallas en la belleza de la histérica, esa “perfección de la imagen ofrecida a lo ajeno”, está destinada a otro que él llama “el maestro”.

Maestro instituido en su magisterio por la propia histérica- más allá de que a menudo se nos escapen los criterios de esa atribución, se encarga en remarcar- a quien intenta ofrecerle su cuerpo perfecto. Maestro y ofrecimiento. Este último anuncia en su propio movimiento su fracaso. Ofrecimiento sostenido por la espera- esperanza de cierta reversión del goce. Así lo dice ISRAËL: “Esperando, en el sentido en que se dice esperá un poco, esperando que ese goce perfecto así ofrecido al maestro se revierta sobre ella. Es allí cuando fracasa”.

Como es sabido, el goce del neurótico obsesivo no es igual que el de la histérica. Y el fracaso es de ella, del movimiento mismo y de él.

Aquí a la caída del maestro y al desengaño sistemático de la histérica uno, en relación al tango, podría agregarle la sanción. Sanción de la histeria al que no pudo revertir sobre ella aquel goce perfecto tan “bien” ofrecido. Claro que si de sanciones a maestros se trata estas no pueden ser otras que el iniciarles un sumario, la suspensión o el dejarlos cesantes. Sobre todo eso ultimo:

Ausencia de tus manos en mis manos,
Distancia de tu voz que ya no está…
Mi buena Claudinette de un sueño vano,
Perdida ya de mí, ¿dónde andarás?
(…)
Me dejaste con la pena
De saber que te perdí,
mocosita dulce y buena
Que me diste la condena
De no ser jamás feliz.
Mi sueño es un fracaso que te nombra
Y espera tu presencia, corazón,
Por el camino de una cita en sombra
En un país de luna y de farol.

(Claudinette, de Julián Centeya y Enrique Delfino)

En el tango encontramos a centenares de maestros cesanteados manifestando, en su versión original de varones amuraos, con pancartas alusivas y al ritmo de dos por cuatro, el “engaño” sufrido, la “caída” y el “castigo”.

Tangoanálisis – De Papusas que no Oyen y Varones Amurados – Contribución a una Psicología de la Música Popular – Gustavo Hurtado – 1994 – Club de Estudio SRL

Ilustraciones: Chipo Sánchez


[i] ISRAËL, Lucien: El poeta de la histérica, Ed. Argonauta, Biblioteca de Psicoanálisis, Buenos Aires, 1988. 99. 90-91.

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