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La Martingala Perfecta
Desgracias nacidas sobre un paño verde y treinta y seis números, cuya suma da 666; una ecuación del diablo
La Martingala Perfecta

Fedor Dostoievski amante pasional de la ruleta, y consecuente con la singular dimensión psicológica de sus personajes, fue víctima de  terribles circunstancias, narradas en El Jugador (1866). Hubiera considerado indigno una tragamonedas.

La Martingala Perfecta del Peluquero Barlolucci
La tardía, aunque infalible justicia escolástica, íntimamente relacionada con la fe religiosa, la razón filosófica y el azaroso escolaso, según mi tío Ernesto Moyá, dio un paseo fugaz por Indiana, Estados Unidos en agosto de 2006. Si, esa señora existe. Durante dos días con sus tardes y noches atendió en el hotel casino Caesars y produjo un milagro.

Algunos testigos siguen conmovidos y secretean en voz baja con los ojos desorbitados. Otros se persignan con pasmo y ruegan por la repetición del fenómeno. Los menos ríen a mandíbula batiente. Por una vez la vida se acordó de todos ellos. Fue un golpe maestro de la maricona fortuna que obsequió cuatrocientos ochenta y siete mil dólares, así como así.

El instrumento para el dispendioso reparto fueron dos maquinas tragamonedas Extra Money de última generación que, mal programadas, vaya error, multiplicaron automáticamente por diez el monto de las apuestas y acreditaron la suma como ganancia a los jugadores, quienes ni siquiera tuvieron que arriesgar una moneda para levantar la cosecha.

Pasar ocho billetes de veinte dólares por la ranura de apuestas significó retirar en el acto un vale por mil seiscientos. El tumulto y los festejos alborozados duraron hasta que una señora (ya en el segundo día) avisó a un guardia de seguridad. Le espetaron cara a cara: “¡Hubieras espero a que le empatáramos, buchonas mal fornicada!”. Hay gente para todo, como se ve.

Las tragaperras (nombre que le dan los españoles) nunca habían tenido un comportamiento errático semejante, que se sepa. Inventadas en San Francisco por Charles Fey en 1896 son las mejores aliadas para la explotación de los juegos de azar. Trabajan sin pausa las 24 horas, no contraen gripe, jamás se embarazan (hasta ahora), siquiera están agremiadas y con comen ni van al baño una vez por turno. Representan el 62 por ciento de los ingresos en apuestas de los casinos y retienen como ganancia del 10 al 25 por ciento de todo el dinero que les circula.

Aquí, por caso, los slots (es otro de sus nombres) que funcionan en el subsuelo del hipódromo de Palermo recaudaron en 2004 lo mismo que el barco casino de Puerto Madero: mil quinientos millones de pesos.

Fedor Dostoievski hubiera considerado indigno de un jugador bien plantado sentarse a dirimir suertes frente a una tragamonedas, averiada o no. Ni siquiera para obtener un salvoconducto que cambiara su destino de exilio y lo pusiera a salvo de molestos acreedores. Amante pasional de la ruleta, y consecuente con la singular dimensión psicológica de sus personajes, fue victima de  terribles circunstancias, narradas en El Jugador (1866). Desgracias nacidas sobre un paño verde y treinta y seis números, cuya suma da 666; una ecuación del diablo.

Muchas almas perdieron el rumbo detrás de las leyes estadísticas y las formulas algebraicas del azar. Estudios de Blas Pascal (inventor de la ruleta) y Pierre de Fermat, notables matemáticos del siglo XVII, que racionalizaron sistemas de juego para llegar a una conclusión más o menos obvia: “La banca siempre gana”.

Pero el empeño humano es inquebrantable y la búsqueda de martingalas (ciencia, artimañas o artificios para ganar), incesante. Pascual Bartolucci, un peluquero de Necochea, encontró la suya cuando descubrió a mediados de los 40, el pandeo provocado por desgaste de uso en algunos cilindros de ruleta provenientes de Río Hondo. Los siguió hasta Mar del Plata, enviados allí cuando se estatizaron los casinos. La localización de las mesas en las que giraban, con complicidad de los empleados, le permitía acertar con frecuencia.

“Son los números que indica mi marido”, confesó la mujer del peluquero cuando, otra mujer, la felicito por su buena fortuna. Esta inocente dama era la esposa de un oficial del acorazado Graf Spee, hundido frente a Montevideo en 1939. Así entró la tripulación de alemanes, residentes aquí, al negocio de la ruleta que, expandido, no duró mucho. Pascual, no importa donde esté, sigue llorando.

En 1861, cuando Francia dejó al Principado de Mónaco apenas un peñasco frente al Mediterráneo, Carolina, princesa madre, encargó a Francois Blanc, un personaje de dudosa prosapia, la fundación de un casino, Monte Carlo, que conllevó la prohibición de vender armas. Elegante: para suicidarse después de perder la fortuna había que obviar el balazo.

Los Grimaldi ríen desde entonces.

Debate – 24-08-06 – Por Lorenzo Amengual

Martingala

Suegrito, querido tata,
le habla su yerno el doctor
desde el hotel «Gran Señor»
dónde paro en Mar del Plata.
El asunto es que se trata
de un compromiso de honor
me jugué entero a un color
y el muy lavido y traidor
no quiso darse ni vino
y van a embargarme el fol.
¡Ay, ya me veo a pie a Buenos Aires!

La cosa fue porque Lala,
su hija menor y Pirula
me arrastraron a la rula
en base a una martingala.

Un montón de oro la sala
había, viejo, que verla
y las fichas ver barrerla
le aseguro sin engaño
que ese fue el más lindo baño
que nos dimos en el mar.

Y mire que mi vieja me dijo,
«Andá a veranear a La Salada,
que Mar del Plata no es pa vos, cartón»
Ahora estamos varados,
sin tener para el hotel
esperando el giro aquel
que le pedí días pasados.
¿Usted no vende al contado ladrillos, cal y cemento, bla, bla, bla?
Póngase en buen sentimiento, viejo
Piense un poco en mi apellido
que va a quedar malherido, jo, jo, jo.
Porque aquí hace falta vento,
no estamos en la pensión de la albóndiga embrujada, viejo.

Acuérdese del adagio,
Dale morfi al que está hambriento.
Crea en arrepentimiento.
Sálvenos de este naufragio
mucha bronca mi presagio,
pensarlo solo da horror.
Cuando volvamos, señor,
lo comeremos a besos,
mándeme veinte mil pesos.
(Mándemelos viejo, mire,
si no se los devuelvo yo se los devuelve
Pontier que tiene más guita que Canaro)
es una deuda de honor.

Milonga – 1957
Letra de Miguel Bucino
Música de Miguel Bucino

La Martingale
Año: 1983
País: Suiza
Dirección: Alain Bloch
Guión: Michel Legris, Alain Quercy
Reparto: Omar Sharif – Catherine Spaak – Catherine Spaak
Compañías: Coproducción Suiza-Francia-Bélgica-Canadá; RTBF (Télévision Belge), SRC Radio, Société Suisse de Radiodiffusión et Telévisión, TF1. Distribuidora: TF1
Género: Drama | Telefilm

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