Al Pie de la Letra
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«22333»
Cuento de Hugo Guardia
«22333»

A las seis de la mañana mis ojos estaban vivos. Cuando abrí las cortinas, me recibió un día con cara mustia, igual a la del jefe, – todo lo desagradable lo representa.

No soporto a las personas de mal carácter ni a las prepotentes. Mi jefe es campeón del mundo en ambas especialidades y para colmo mi sumisión alimenta su machismo. Ya me tiene cansada.

Presiento un día diferente, me levanté optimista y dispuesta a enfrentar la rutina con mis mejores besos. No sé por qué, presiento que hoy 23 de diciembre, algo cambiará en mi vida.

Mientras espero el micro en la esquina de la agencia de lotería, noto que ya está abierta y con todas las luces encendidas, ¿a las 07,00? acá pasa algo raro…

Me acerco, y veo el cartelito amarillo con letras negras: » ULTIMO ENTERO. JUEGA HOY, 12 HORAS, ES SU SUERTE «.  Debajo un entero solitario 22333, ¡les había quedado de “clavo”. 

Pensé: es horrible, ¿quién lo va a comprar? Al mismo tiempo recordé que lo soñé hace años; en mi sueño era el primer premio. Salgo de la cola y cuando encaro la puerta del negocio piso el regalito que ha dejado un perro (dicen que es suerte), entro, cuento hasta las últimas moneditas y me alcanza justo para comprar mi independencia.  Exijo el entero como si fuera la llave del paraíso.

¡Adivinaron!, tengo que ir caminando al trabajo y llegaré tarde.

Cuando entro a la oficina, el ogro me espera de brazos cruzados. Sus ojos son dos flechazos:

-MARIA ELINAAAA, ¡veenga para acáa ! Ha llegado quince minutos tarde. La espero después de hora para terminar el inventario ¿eh?
-Por favor ¿no? -contesto con una voz tan grave y segura que me asombro.
-¿Qué ha dicho? -preguntó el jefe que ya estaba tomando un color mostaza subido.
-Dije que se olvidó el «por favor» con que las personas educadas piden algo. -la frase sonó como una bofetada, pero yo me sentía con la fuerza que solo da el respaldo de cobrar un entero de Navidad.
-Después de las seis la espero. ¡No se olvide! -ladra tajante.
-No creo, usted no paga horas extras. -comento rebelde. Lo miro. Sigue vivo.

Abre la boca como si estuviese viendo una procesión de fantasmas. Tengo que salir de su oficina pidiendo permiso porque mis compañeros ya habían oído los gritos y se amontonaban en la puerta.

Las 11,45; abandono todo sobre mi escritorio y voy a la cocinita, el sorteo empieza a las 12, y no me lo quiero perder. Prendo la radio, mientras observo la cafetera, negra de hollín, me parece la lámpara de Aladino. El aroma del café berreta es irresistible, me llama con insistencia y no me puedo negar:  ¡Negro tenía que ser!.

Me tiro en un sillón, subo el volumen y me entrego a los mimos del negro. Ingresaba en un delicioso letargo cuando cantan el número ganador… 

En ese momento:
-¡MENENDEEEEEZ, grrrr, ¡demonios mujer! ¿Qué hace en la cocina? ¡ya pasaron los diez minutos de la merienda, usted tiene que estar trabajando!

Salté, enardecida:
 -¡TENIA, oso peludo! TE- NI- A, ¿me oyó? -le digo, mientras los demás no quieren perderse mi heroica reacción. Hay aplausos. Con semejante hinchada a favor, en un segundo, paso a ser un camión con acoplado y sin frenos bajando el «Pan de azúcar».

Bramo, acercando mi nariz a la suya:
-¡Estúpido!, lo digo con todo cariño, estos billetes que tengo en la mano y que lo están dejando bizco, son los ganadores del primer premio del gordo de navidad, el  pasaporte a mi dignidad,  la renuncia a mi esclavitud! ¡Ahora soy rica… RICAAA!  ¿Me oyó?  Hoy es el último día que piso esta pocilga. ¡Hasta nunca, esclavo del marketing y la opulencia! ¡ojalá que en el país de los perros seas el único árbol!

Me asusto, los ojos se le están saliendo de las órbitas y se pone rojo como un cangrejo hervido. Le tiro la borra del café en el rostro y sigo gritando, ya no me para nadie:

-Escuche la radio energúmeno, en cinco minutos repiten el número ganador, y sepa que en la vida, una acertada elección puede salvarnos del infierno, como en este caso. ¡Escuche la radio, patotero de cuarta!

Mientras subo al máximo el volumen, me obedece tambaleante; por primera vez lo veo agachar la cabeza, como poniéndola en una guillotina.

Entonces, un eufórico vozarrón irrumpe en el ambiente;
– Queridos amigos, para todos ustedes, repito el número ganador del primer premio de navidad  Eeeeeeees eeeeeeeeeeeeel   (se me pone la piel de gallina)

DIECISÉIS  MIIIIIIIL, CUATROCIENTOOOOOS … NUEEEVEEEEE !!!

Nunca más lo ví…

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