Costumbres
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El Hombre es un Animal de Costumbres
“Hábito, modo habitual de proceder o conducirse. Práctica muy usada que ha adquirido fuerza de precepto. Lo que se hace más comúnmente…”
El Hombre es un Animal de Costumbres

“El hombre es un animal de costumbres…” escuchamos decir hasta el cansancio. Esta simplificación del pensamiento aristotélico convertido en un lugar común, no siempre es razonado antes de expresarlo; pero tiene su buena cuota de realidad. Un inventario al alcance de la mano de nuestras propias costumbres personales, parecen confirmar éste aserto. Al margen de las rutinas obligadas como ir a trabajar, estudiar u otras exigencias, las actividades gozosas también tienden a ser rutinarias. La caminata placentera por los mismos lugares, tomar el colectivo de siempre aunque existan otras líneas, frecuentar bares o comercios al margen del buen servicio o precios convenientes, o el gusto por determinados espacios verdes, obedecerían a ese mandato inconsciente que llamamos costumbre.

“Hábito, modo habitual de proceder o conducirse. Práctica muy usada que ha adquirido fuerza de precepto. Lo que se hace más comúnmente…” (1). Son apenas algunas acepciones de una lista más extensa, que ofrece la Real Academia de la Lengua Española para explicar el significado de la palabra costumbre. Muy pocas frases y demasiado frías para contener el universo de vivencias que encierran las costumbres.

Las llamadas “buenas”, por ejemplo, están inmersas en las tradiciones, se rigen por pautas de conducta y valores morales, éticos. La vulneración de algunas costumbres puede no tener sanción legal, pero sí condena social. El consentimiento o rechazo a ciertos hábitos varían según la época, el estrato social, el país y hasta las regiones dentro de una misma nación. A esas variaciones no son ajenas los orígenes de cada comunidad, con su carga de tradiciones que termina incorporándose a las culturas del país anfitrión, en una suerte de transculturación.

Decíamos que hablar de costumbres es también en gran medida mencionar las tradiciones y el folclore. Pero las costumbres ingresan también en el resbaladizo terreno de las creencias religiosas y su infinita gama de rituales. El jugador de fútbol que se persigna antes de patear un penal o el soldado que besa la imagen religiosa que cuelga de una cadenita antes de entrar en operaciones, son partícipes de esos rituales utilitarios que con orígenes antiquísimos, derivan en costumbres socialmente aceptadas por la naturalización que les dio el uso cotidiano. “Son costumbres…” dicen muchas personas frente a esos gestos. Son nada menos que costumbres podemos agregar; por la carga cultural que contienen.

A su vez, existen hábitos menos extendidos, distintos a los que practica toda una sociedad; las pautas familiares, o de ámbitos profesionales, barras de clubes, agrupamientos estudiantiles y hasta grupos de amigos, tienen sus gestos de pertenencia. En muchos casos se los denomina códigos y sus adherentes los respetan como tales, aplicando algún tipo de sanción si se los viola; castigo que puede llegar a la expulsión del transgresor.

No obstante, las costumbres abarcan además otras regiones de la vida cotidiana; como la ropa y la comida. ¿Quién no conoce a alguien que tiene su prenda preferida y la usa hasta el cansancio? O aquel que no puede prescindir del “vermucito” con maníes y otros platitos en el bar de la esquina, antes del asado o las pastas domingueras en casa. Son costumbres, decimos. Y a nadie le interesa averiguar sus orígenes. ¿Para qué? Lo importante es que existen y se disfrutan. También nuestro pueblo tiene entre sus costumbres más sagradas, el consumo del mate. Si bien éste ritual recibió un duro castigo durante el auge de la pandemia covid – 19 por ser considerada la bombilla vehículo de contagio, de a poco y comenzando por los contactos estrechos el mate vuelve a reinar. No

existe mayor símbolo fraterno que una mano extendida ofreciendo un mate rebosante de espuma.

Pero las costumbres desbordan el hogar y como una malla infinita, cubren cada paso de nuestra humanidad. Entre las costumbres porteñas heredadas en línea directa de los españoles, disfrutamos las interminables charlas con amigos en los cafés; en torno a esas mesitas se discute política, fútbol, economía, guerras ajenas y una gama descomunal de temas en que los porteños aparentan ser expertos. Las nuevas generaciones abordan mesas mixtas, alejadas de aquellas estrictamente masculinas que reunían a sus mayores y la variedad de bares y pizzerías desparramados por la geografía de Buenos Aires, siguen cobijando esas costumbres imperecederas; pero en los nuevos tiempos sin exclusión de géneros.

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A su vez, nuestro pueblo cultiva otras costumbres de fuerte arraigo social, como la celebración de Navidad y Año Nuevo, consumiendo pantagruélicas cenas que desbordan de algunos alimentos nórdicos en pleno verano suramericano. En La Semana Santa acostumbramos a devorar pescado en todas sus variantes, empanadas de vigilia, sendas roscas de Pascua y los nunca bien ponderados huevos de chocolate. Pero para no olvidar nuestra vena patriótica, todavía en el siglo XXI conservamos la buena costumbre de engullir locro, empanadas, pastelitos de dulce, el infaltable asado y mazamorra o chocolate caliente, como buen remate, para el 25 de Mayo y el 9 de Julio.

Ya en el terreno social, va quedando en el recuerdo la costumbre sabatina de jugar en plena calle el partido de fútbol “casados contra solteros”; un clásico de cualquier barrio porteño o del Conurbano. Las partidas de bolita de los pibes en las veredas, el estreno de los pantalones largos del adolescente y la entrega de la llave de casa al cumplir dieciocho años.

Los baldazos de agua y las “bombitas” en carnaval, las sirenas de los barcos surtos en Puerto Nuevo la noche del 31 de diciembre, el amigo del chofer del colectivo parado en el “pozo” al lado del conductor y hablando sin parar, la inevitable foto del muchacho que estrena traje de soldado y un rosario de costumbres tan entrañables como populares. “Qué se habrán hecho… dónde estarán”; se pregunta “Barrio de Tango” de Homero Manzi, evocando a sus amigos. Pero cómo no recordar con esa imagen tanguera, también a nuestras buenas costumbres.

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Algunas de ellas como el saludo entre hombres dándose un beso o la manía de cenar tarde siguen gozando de aceptación.

Y ya puestos a indagar, descubrimos que la palabra en cuestión pertenece al latín, deriva de consuetudo usado en derecho romano. Significa adquirir un hábito o la práctica de algo; aquello que se convierte en consuetudinario impuesto por el uso, es decir, la costumbre; eso que practicamos sin reflexionar mucho, tal vez porque ya estamos acostumbrados.

Pero también existen las malas costumbres, aunque esa es otra historia.

1) Diccionario Salvat – Salvat Editores S.A. Barcelona 1992

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