Al Pie de la Letra
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Torbellino Esencial
Relato de Ana María Caliyuri
Torbellino Esencial

Hubiese deseado recuperar el camino, pero mis piernas flaquean. La barca navega suave, no hay nada que temer. Ya no se me ocurre bajar en ningún  puerto para hacer preguntas inesperadas. La corriente va a aumentado o quizás es la velocidad de mi mente. Hay un vórtice, un sinnúmero de aberturas que quiebran el oleaje, y yo aquí, a punto de entrar en ese movimiento migratorio del aire.

Todo comenzó con el reloj que tenía tatuado Mat Nokris en su brazo izquierdo. El diseño en su piel fue hecho con tanta exactitud que parecía real. Para describir su belleza, no sé si detallarlo o alcanza con las generalidades: es un reloj antiguo con número romanos, está a la vista parte del engranaje, más precisamente la rueda de los minutos, la rueda de los segundos y la rueda de escape, todo corroído por el paso del tiempo matizado en tonos marrones y beige. La forma, la bendita forma ovoide, me recordó los relojes bandos de Dalí y también lo inasible del tiempo.

Cada mañana al tomar el tren que me llevaría al parque industrial de Yandao, me encontraba con un muchacho de contextura pequeña y brazo poderoso. Por lo general, se sentaba en el asiento de adelante. Me servía de mucho ese panorama tatuado, ya que mi trabajo en la planta automotriz Sigmund se parece cada vez más a la vida de un robot. Después del último eclipse galáctico que dejó a la Tierra oscurecida por tres o cuatro días, cosa que prefiero no recordar, poco a poco, fuimos perdiendo esencia humana, y como un virus irremediable, se propagó la dureza de sentimientos.

Yo solo quería escapar de ese mundo hostil, desprenderme de esos actos que llevaba a la involución, irme a otro tiempo, eso quería.

Cada mañana, entonces me fui aproximando un poco más al tatuaje con forma de reloj que tenía Mat Nokris en su brazo. Tenía la premonición que sería una pieza clave de mi existencia. Tanta fue mi obsesión, y el insistente aliento sobre el engranaje de los minutos, que un día, el muchacho, ya incomodo, puso su brazo tatuado delante de mis ojos y con voz suave, me dijo:

-No hablaremos. Las palabras nos traerán problemas.

Yo tenía muchas preguntas para hacerle. Hice un saludo automático inclinado mi cabeza, y atiné a decirle.

-Tu reloj blando es mi salvación.

Mat Nokris sonrió, luego se levantó del asiento y bajó del tren.

Pensé que no lo vería nunca más, pero a la mañana siguiente, allí estábamos ambos. Me senté en el lugar de siempre, la fila de las ventanillas, séptimo asiento. Mat Nokris puso su brazo a la altura de mi vista, había caminos. Cualquiera hubiese dicho que eran venas, pero el grosor desmedido y el color violáceo, me hicieron desestimar la idea. Después de estudiarlas con detalle, supuse que eran rutas que se desprendían de las manecillas del reloj.

Deambulé un rato con mis pensamientos acerca del destino y esas cosas, hasta que vi la tristeza de Mat Nokris reflejada en una de las ventanillas. Me animé a hablarle.

– Pasamos por muy malos tiempos- le dije angustiado.

-Llegó el momento de que diga todo- respondió Mat Nokris mirándome fijo.

Con toda rapidez le relaté mi deseo de hallar el espacio infinito. Ni al pasado, ni el presente, ni el oscuro futuro, le daban sentido a mi existencia, y agregué que las agujas del reloj tatuado, o, mejor dicho, su reloj desnudo, me generaban esperanza.

Por otra parte, irme a otro tiempo, no estaría nada mal. ¿De qué sirve una vida similar a la de un robot, esperando el peor de los dictados de la ida?

Mat Nokris dirigió su mirada hacia mi empobrecido ser, con asombro. Tuve la impresión de que desaprobaba mi búsqueda, o aún más, era un tiempo perdido buscar aquello que no existe. Nadie buscaría el infinito sobre este mugroso tren.

Hay otras cosas que preocupan. En la fábrica algo montando relojes solares en los autos de última generación y eso me pone incómodo. El sol ya no se ve. Dicen que está, pero el smog cubre el cielo desde hace décadas.

Las rutas de Nokris era mi vía de escape. Se me ocurrió un plan ”non sacto”. ¿Pero, a quien le importa lo bueno? Lo importante es acceder a los deseos, y yo deseaba escapar del hoy. Estaba convencido de que el infinito que mostraba ese reloj tatuado, me permitiría elegir un mejor modo de vida.

Me preparé con el mejor bisturí mental posible. Deseaba robarle las rutas a Mat Norkis, al menos una. Ese pedazo de piel tatuado, tendría la repuesta al infinito que yo deseaba encontrar.

Cansado de andar sin palabra y hastiado de desconfianza, pero cuando Norkis quiso darse cuenta, estiré la piel y le robé  un pedazo de reloj.

El movimiento giratorio del aire me transportó a un lugar que no reconozco. Sentí la voz amorosa de mi madre que decía “Sos hermoso hijo mío”, al tiempo que me besaba con puro amor. Era tibio estar ahí. Pero después, todo se tornó estremecedor. Me sentí solo bajo unos escombros, y la luz que no entraba, y el aire que era de polvo seco. Tosí, atragantado. Una voz conocida me hizo los ojos.

-Es hora de despertar Sr. Nokris- me dijo el guardián de las horas, haciendo sonar la chicharra que me dejaría en el andén de Yandeo.

Me quedé apegado a las mejores imágenes que había tenido en ese sueño reparador. El tren de todos los días, el que me lleva a la fábrica, espejando mis pensamientos y emociones, en otro tiempo, en otra dimensión, y hasta quizá, en otra galaxia. Me sentí renacido. Al sacar la cabeza por la ventanilla para tomar aire, dejé que el viento me acariciarse. Quizá mi alter ego sueña o tal vez vive en la pequeñez de este reloj tatuado en mi brazo. Como sea, si hay algo llamado infinito, lo halle en mi memoria remota  al recordar el amor que me dio mi madre aquel día de junio, el de bombardeos contra Yandao, cuando ella me cubrió con su cuerpo, me salvó y más nada, o, mejor dicho, estruendo, hola y adiós.

Relato de Ana María Caliyuri
Seudónimo: Dax Walsh

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