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Auge y Decadencia del Baño Público
Acceder al baño de un bar o cualquier otro rubro gastronómico era un derecho adquirido
Auge y Decadencia del Baño Público

Cuentan las personas memoriosas que en tiempos no tan remotos, deambular por la Ciudad de Buenos Aires no representaba ningún problema para las urgencias fisiológicas. Acceder al baño de un bar o cualquier otro rubro gastronómico era un derecho adquirido. Nadie, ni el más pesimista, imaginaba que algún día apremiado por una urgencia sanitaria, se enfrentaría a infinitas puertas que exhibían un cartel infamante: “Los baños son sólo para los clientes”. Entonces al angustiado peatón le quedaban sólo dos recursos: resignarse a entrar y pedir un café o una gaseosa para acceder al preciado baño, o “hacerse” encima, con las consecuencias previsibles. En el siglo XXI esa mezquina realidad no cambió; por el contrario parece haberse agravado; ya que la pandemia covid – 19 cerró las pocas puertas que se abrían a los transeúntes y en las rutas, a los viajeros que impiadosamente se les negaba el acceso. Los transportistas son fiel testimonio de ese padecimiento en tiempos de la peste.

Muchos se preguntan cómo y cuándo se perdió esa buena tradición porteña y seguramente, también de otros lugares: un vaso de agua y el acceso al baño no se le negaba a nadie.

Baño de Hospital – Ámbito Financiero – 20-11-92

Pero los sanitarios de los locales gastronómicos tienen además sus primos hermanos, los baños de plazas y parques, de las estaciones ferroviarias, del subte y estaciones de servicios. A veces en eventos de masas o actividades puntuales se agregan los baños químicos; esquivas soluciones de emergencia que no alivian el problema de fondo.

En un precario inventario, vemos que los espacios verdes porteños en el año 2019, sólo contaban con treinta y tres baños, de los cuales funcionaban veintiséis. Los existentes en las estaciones de subte, la mayoría siempre están cerrados. Como al descuido, todavía pueden utilizarse gratuitamente los de los shoppings y los cines; si el acomodador no adivina la maniobra y nos intercepta. Por otra parte, apenas sobreviven los de las estaciones ferroviarias; muy pocos para una metrópoli de tres millones de habitantes que además, recibe a diario unos tres millones más, procedentes del Gran Buenos Aires. A ésta marea humana que a diario pisa el asfalto capitalino, debemos sumar las frecuentes movilizaciones que con distintos reclamos se desplazan por el Centro. Si consideramos solamente a los habitantes de la ciudad, vemos que cuentan con un baño público por cada 111.000 personas. Que cada uno saque sus conclusiones.

Baño, servicio, sanitario, ñoba, biorsi… todos esos nombres le pertenecen y lo identifican.

Fueron famosos en su época dorada, los baños de la Costanera Sur y el Parque Lezama, entre otros. Este último (el de hombres) funcionaba en el subsuelo de una suerte de templete circular, que coronaba la barranca que se enfrenta a la avenida Martín García.

Contaba con escaleras de mármol, azulejos blancos hasta el techo y cañerías de bronce a la vista; siempre impecablemente limpios. Igual que el de mujeres que se encontraba a nivel, frente a la legendaria calesita. El primero fue sepultado y sólo sobrevive como modesta glorieta protegida por el techo original; el de mujeres fue demolido hace muchos años y no hay más baños.

Sin duda los de los cafés en su época de servicio público, cosecharon generosos anecdotarios.

Baño Público – Clarín 20-06-87 – Foto Ángel Juárez

Desde comunicados de organizaciones políticas clandestinas dejados detrás de un espejo, hasta el clásico rosario de frases eróticas, insultos y mensajes a destinatarios anónimos, para concertar citas amorosas con alguien del mismo sexo; tanto en los de hombres como en los de mujeres. En los años de plomo, cuando reinaba el “no se puede” en todos los terrenos, los baños fueron refugios de intimidades y libertades reprimidas a la luz del sol. Paradójica caja de resonancia de la búsqueda de liberación en una sociedad asfixiada. El Instituto Di Tella, dedicado a búsquedas estéticas vanguardistas y a la indagación sociológica entre otras actividades, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía armó una serie de baños públicos de utilería en plena calle Florida, para que los transeúntes expresaran sus pensamientos estampando graffitis en las blancas paredes interiores del símil baño. La experiencia duró pocas horas, ya que la policía ordenó desarmarlos por el tono antidictatorial de las frases. No fue casual que el Instituto eligiera esa forma de expresión para indagar el pensamiento íntimo y las pasiones porteñas en aquel tiempo oscuro.

Los baños de ambos sexos, fueron también el amparo para que en “el tiempo del jopo”, los hombres arreglaran precisamente su jopo rebelde, se “sacudieran” una dosis extra de fijador y ajustaran la corbata frente al espejo cómplice. Otro tanto pasaba en los baños de mujeres.

El refuerzo de “colorete” en las mejillas pálidas, repasar el peinado, alisar el vestido… todo sucedía en esa intimidad pasajera. También otras acciones humanas no aptas para ser expuestas, encontraron refugio en los baños.

Baño Público Estación Catedral – El Cronista – 1997

Pero a finales del siglo XX todo aquello parecía ser sólo recuerdos. Prueba de ello es que en 1997 en plena agonía del baño público, en la Ciudad de Buenos Aires apenas funcionaban treinta mingitorios de libre acceso. Pese a esa realidad que se estaba generalizando desde hacía varios años, la entonces Municipalidad porteña había sancionado la Ordenanza Municipal 46.798/93 obligando a los propietarios de bares y restaurantes, a permitir a todo público a hacer uso de los sanitarios. La norma nunca fue cumplida ni la intendencia verificó su acatamiento. Refiriéndose a la gravedad del problema, el arquitecto Daniel Silberfaden, decano en una universidad privada, reflexionaba ante un cronista: “”Así como el Estado en la Argentina abandonó los ferrocarriles, los hospitales y las escuelas, el tema de los baños públicos es un ejemplo que no quedó exento y se transformó en más de lo mismo” (1).

Veinte años después, la legislatura de la CABA sancionó la ley n° 6107. La misma establece que el gobierno porteño debe instalar baños públicos en espacios públicos mayores a tres hectáreas. En marzo de 2022 la importante norma siguia sin ser reglamentada por el Poder Ejecutivo, por lo tanto no se cumple.

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Confiemos entonces, en que el baño público no pase a integrar el recuerdo de las cosas que se fueron.

(1) El Cronista – Buenos Aires – 29-09-97

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