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El Carnaval
Por Cuatro Días Locos que Vamos a Vivir
El Carnaval

El Carnaval es una de las fiestas callejera más populares y queridas por todos, no distingue edades, ni condición social, por lo menos por cuatro días. Es una celebración que pone patas para arriba los valores que en los restantes 361 días, volverán a regir nuestras vidas.

Tal vez la mejor definición de esta fiesta la dio Umberto Eco: “Para que se pueda disfrutar del carnaval se tienen que parodiar reglas y rituales, y estas reglas y rituales ya tienen que ser conocidas y respetadas. Durante la Edad Media, los contrarrituales como la misa del asno o la coronación del tonto se disfrutaban precisamente porque, durante el resto del año, la sagrada misa o la coronación del rey eran actividades religiosas y respetables. El carnaval solo puede existir como una transgresión autorizada”.

Algunos aseguran que el origen del Carnaval, se remonta a más de 5.000 años y otros lo sitúan en el Imperio Romano, ya que está relacionado con las Saturnales, unas festividades realizadas en honor al dios Saturno. Mientras que otros lo ubican en  Grecia, ya que también celebraban unos festejos similares donde se veneraba a Dionisio.

En Grecia, tenían lugar unas fiestas parecidas: las bacanales y las Dionisias, en éstas últimas tenían lugar grandes procesiones y representaciones de teatro que reunían a toda la población.

Curiosamente, en la mitología griega, aparece la figura de Momo, el dios de la burla, agudeza irónica  y el sarcasmo. En la actualidad, en algunos países latinoamérica, uno de los personajes centrales de los Carnavales es el Rey Momo, al que se le entrega cada año las llaves de la ciudad.

Todas estas festividades tenían en común la época de su celebración: febrero, una época de transición del invierno a la primavera y en la que tenían lugar ritos de purificación, coincidiendo con los últimos días del invernal, ya que se creía que el dios Saturno, vagaba por la tierra todo el invierno y que necesitaban los rituales y ofrendas para llevarlo al inframundo para comenzar la cosecha de verano. Por ello, con banquetes, bailes y vestidos con ropas y máscaras que personificaban a este dios, celebraban la abundancia de la tierra dejando a un lado las obligaciones y las jerarquías, para establecer durante unos días y después volver al orden.

Con la expansión del cristianismo, en la Edad Media, la fiesta tomó el nombre de carnaval, que viene de “carnem levare”, lo que significa “quitar la carne o limpiar la carne”. Esto es así porque este evento se celebraba días antes al Miércoles de Ceniza, fecha de comienzo de la Cuaresma hasta el domingo de resurrección y con ella la prohibición religiosa de consumirla durante los cuarenta días que dura la cuaresma.

Mural en San Telmo – Independencia al 500 – CABA – El Cronista – 04-04-90

Por ello, los días antes tenía lugar una celebración donde todo estaba permitido, por lo que, para salvaguardar el anonimato, la gente se cubría el rostro o iba disfrazada.

El carnaval fue introducido en Argentina y en la región por los españoles. Según los períodos y sectores sociales tuvo diferentes expresiones. En tiempos de la Colonia en Buenos Aires, los sectores populares participaban en los bailes de máscaras que se realizaban en el teatro de La Ranchería, mientras que los sectores pudientes lo hacían en la Casa de Comedias. 

El festejo también ocupó el espacio público. Los bailes y los juegos con agua inundaron las calles.  Desde los balcones llovían fuentones, huevos ahuecados rellenos con agua (el prototipo de las bombuchas), baldes de agua de lavanda para mojar a los amigos y de agua con sal para los enemigos.

El desenfreno y el bullicio que se generaban durante esos días no eran más que “costumbres bárbaras” para las clases altas, las cuales se oponían fervientemente al festejo del carnaval. Estas encontraron eco en algunos gobernantes. En 1771, el Gobernador de Buenos Aires Juan José Vertíz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. El 13 de febrero de 1795 el virrey Arredondo prohibió «los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas». En los años siguientes a la Revolución de Mayo, se volvió muy común, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar en forma intensa con agua.

Juan Manuel de Rosas había sido gran partícipe de todos los festejos, junto a su hija Manuelita y su esposa Encarnación, pero los estos comenzaron a tomar un tono distinto, desmanes, robos, asaltos, violaciones. Si bien existían medidas preventivas previas al carnaval, estas no eran respetadas ya que el personal policial también participaba del mismo. Los hombres comenzaron a mojar a las mujeres en mala forma, las peleas comenzaron a ser comunes y los actos de vandalismo, es por esto que el 22 de febrero de 1844, Rosas prohíbe por decreto el carnaval.

Aunque también la medida responde a una necesidad de limitar el accionar de los unitarios aliados de la escuadra anglo-francesa, que bloquea el puerto de Buenos Aires, y que aprovechando la fiesta popular multitudinaria pudieran producir actos de violencia interna que favorecieran la agresión imperial. Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder.

Pero esta vez muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.

En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas. Todo reglamentado, las comparsas tenían que estar anotadas, así como sus miembros, en la policía; también las personas que usaban caretas tenían que pedir un permiso y llevarlo encima por si un policía lo requería. El primer corso se efectuó en 1869, participando en él máscaras y comparsas. Fue muy festejado por el pueblo y la prensa. Al año siguiente, una disposición policial permitió el desfile de carruajes en los corsos. Eran muy alegres y vistosos, el lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada nuevo carnaval. En estos años, la gente jugaba con agua durante el día, veían los corsos, que comenzaban en la tarde y en la noche acudían a los bailes públicos o particulares.

Este primer corso se lo debemos a Domingo Faustino Sarmiento, que en 1845, emprendió un viaje de dos años que lo llevó a recorrer varios países del mundo y en Italia participó de los carnavales, conoció las clásicas máscaras venecianas y quedó atraído por la idea del anonimato de los disfraces como forma de borrar, por un instante, la desigualdad de clases sociales.

Enamorado de esas celebraciones, durante su presidencia, en 1869 promovió el primer corso oficial de la ciudad de Buenos Aires. Sarmiento participaba activamente de estos festejos junto a las murgas y comparsas, compuestas principalmente por afrodescendientes, que eran una de las mayores atracciones. También lo eran la elaboración de disfraces y máscaras que intentaban igualar, sin distinción, a todos los participantes.

Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía como antes estas fiestas populares, solo acudían a los bailes o se exhibían en los carruajes durante los corsos más importantes. Ya no se daba la camaradería que imperase en el siglo anterior, en que los niños salían con los grandes, los negros con los blancos, ricos con pobres todos jugaban y festejaban juntos.

En 1909 se suspendieron los corsos por los continuos incidentes que se producían en ellos. A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo. Fueron  reemplazadas por las murgas. Estas en principio estaban integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e ingenuos, y sus letras atrevidas. Eran tiempos difíciles y se notaba en los festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales. En la década del 20 eran muy pocos los corsos que seguían existiendo, y menos aun los que seguían siendo alegres y divertidos. Con la declinación de las comparsas aparecen y proliferan las murgas. Las murgas apelan de modo desafiante al grotesco.

Las comparsas en cambio tenían influencias europeas y eran bandas de músicos con alto dominio técnico y muchos coros e instrumentos. Las murgas también son el resultado de la mezcla de tradiciones que se dio con la gran inmigración. Antes las agrupaciones carnavalescas se fundaron en fuertes lazos étnicos, de clase y amistad. Con el tiempo se fueron organizando a partir del encuentro e intercambio vecinal de los barrios. Las murgas representaban a estos centros sociales y fueron relegando a las grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y siguen siendo muy divertidas.

Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron por más prohibiciones que les implantaron.

El Carnaval navegó entre las prohibiciones y aceptaciones, la última prohibición fue la de la Dictadura del 76, hasta que en 2010 volvió el feriado de lunes y martes, y con ellos los festejos en las calles.

En nuestro país el carnaval se vive de diferentes maneras, adaptando las costumbres de cada región a la festividad. Desde TestimoniosBA los iremos describiendo, en sucesivas notas. Desde los de Corrientes, Salta, Entre Ríos, los de la Provincia de Buenos Aires, Jujuy, los de la Patagonia y el porteño.

Carnaval

¿Sos vos, pebeta? ¿Sos vos? ¿Cómo te va?
¿Estás de baile? ¿Con quién? ¡Con un bacán!
¡Tan bien vestida, das el golpe!…
Te lo digo de verdad…
¿Habré cambiado que vos, ni me mirás,
y sin decirme adiós, ya vas a entrar?

No te apresures.
Mientras paga el auto tu bacán,
yo te diré:
¿Dónde vas con mantón de Manila,
dónde vas con tan lindo disfraz?

Nada menos que a un baile lujoso
donde cuesta la entrada un platal…
¡Qué progresos has hecho, pebeta!
Te cambiaste por seda el percal…
Disfrazada de rica estás papa,
lo mejor que yo vi en Carnaval.

La vida rueda… También rodaste vos.
Yo soy el mismo que ayer era tu amor.
Muy poca cosa: un buen muchacho,
menos plata que ilusión.

Y aquí en la puerta, cansado de vagar,
las mascaritas al baile miró entrar.
Vos entrás también
y la bienvenida, a media voz,
yo te daré.

Divertite, gentil Colombina,
con tu serio y platudo Arlequín.
Comprador del cariño y la risa,
con su bolsa que no tiene fin.
Coqueteá con tu traje de rica
que no pudo ofrecerte Pierrot,
que el disfraz sólo dura una noche,

púes lo queman los rayos del sol.

Tango – 1927
Música: Anselmo Aieta
Letra: Francisco García Jiménez

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