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Resabios de Mitos Argentinos
El hombre actual, sin saberlo, sigue repitiendo muchos de los cuentos del hombre de las cavernas
Resabios de Mitos Argentinos

Tanto nuestro lobisón como el hombre lobo y el mismo vampiro —que tienen la facilidad de convertirse en fieras— pertenecen a la antiquísima tradición de la zoantropía (hombres que se transforman en animales).

Resabios de Mitos Argentinos
En esta nota se comentan algunos aportes de la medicina que permitirían rastrear la razón del aspecto físico de estos seres malhadados. Pero no todo es explicable por este medio.

Con seguridad, la leyenda se remonta a los griegos y, muy probablemente, antes que ellos, a tiempos remotos de los que no queda suficiente registro. ¿Su raíz? Es tan antigua que, por más que retrocedamos en el tiempo, no hallaremos la punta de la madeja, que debe de estar atada al origen mismo de la humanidad.

Lo sobrenatural tomó cuerpo en la mente de los primeros hombres para crear un mundo de dioses y espíritus —tanto protectores como dañinos—, pero siempre merecedores del mayor de los respetos.

Que los brujos tomen forma de animales (en especial, lobos) es una creencia difundida por pueblos muy diversos de Europa, Asia y América. Heródoto cuenta que en Escitia oyó hablar de hombres que se convertían en lobos una vez al año, para luego volver a su figura humana, pero agrega: “No pudieron hacerme creer en tales cuentos, aunque ellos no solo los cuentan, sino que juran que son verdad”.

A los hombres lobo se refirieron también Marco Varrón, Plauto, Ovidio y Virgilio. Más tarde, Plinio, San Agustín y otros. Aparecen vampiros en Las mil y una noches, y en Europa central existen textos sobre ellos por lo menos desde el siglo X.

También en América del Sur existía una amplia colección de mitos zoantrópicos antes de la llegada de los españoles, como el Yaguareté-abá, el Sharón, el Runa Uturunco y muchos más. Lógicamente, aquí predominan los que se convierten en «tigres» (y no en lobos), ya que estos no habitan la región.

Durante la Edad Media, el número de seres demoníacos creció hasta convertirse en una comunidad impresionante. Johann Weyer publicó en Basilea, en 1568, el Liber officiorum spirituum (más conocido como Pseudomonarchia Daemonum), donde censó 7.405.926 diablos, divididos en 1.111 legiones de 6.666 demonios cada una, comandadas por 72 príncipes infernales. Entre estos, algunos se asociaban con lobos o compartían características con los monstruos que nos interesan.

Por ejemplo, András cabalgaba a lomos de un lobo; Eurínome tenía el cuerpo lleno de llagas y colmillos largos y agudos, siempre visibles, como si no tuviera labios; y Amón se mostraba como un gran lobo con cola de serpiente y colmillos afilados.

Las inhibiciones sexuales del mundo occidental ampliaron estos mitos. Según la leyenda, el vampiro puede tener relaciones carnales con su viuda u otras mujeres, y las películas muestran cómo el maligno se cuela por cerraduras, puertas o ventanas. Esto tampoco es nuevo, ni exclusivo del vampiro. El diablo tenía fama de propiciador de violaciones sexuales, por sí mismo o por medio de sus enviados.

Calchona

Los íncubos eran demonios impúdicos y lascivos que cohabitaban con mujeres, sin distinción de edad, estado o condición; los súcubos eran similares, pero adoptaban el rol femenino, seduciendo a los hombres para hacerlos condenar por el pecado de la lujuria. Para lograrlo, podían colarse en las habitaciones como espíritus aéreos que luego se corporizaban.

En particular, daban fe de estos engendros las pobres monjas medievales, sometidas a inciertas amenazas y sospechas constantes de un pecado que no podían cometer en los hechos, y caían en estados histéricos de alucinación sexual. Las pesadillas eróticas las persuadían de que, pese al celo con que cerraran todos los accesos posibles, los íncubos podían penetrar como un tenue vapor a través de las rendijas (lo que también puede haber servido de oportuna excusa en más de una ocasión).

En Grecia aún rige la costumbre de no responder hasta que se llama a la persona dos veces por su nombre, porque el vampiro solo puede llamar una vez, y quien le responde está dando su consentimiento para que venga más tarde a chuparle la sangre. ¿No alude esto, claramente, al recato que deben guardar las mujeres en la calle para mantener su virtud, no respondiendo a quien pudiera seducirlas?

A nuestro lobizón tampoco le faltan connotaciones sexuales, destinadas a imponer determinado orden en las costumbres. En el sur de Brasil se cree que el lobizón es un hombre que cometió adulterio con su comadre. La mujer lobizón es similar al varón, aunque más mansa, y en sus merodeos nocturnos sabe seducir a los hombres. Tal vez también haya algo de eso en la creencia de que el lobizón busca meterse entre las piernas y, si logra pasar, se libera de su desgracia y esta recae en la mujer que se descuidó.

El Yaguareté-abá,

En Chile, la Calchona es un ser mitológico con cierta semejanza al lobizón. Aparece como un perro furioso que puede atacar al hombre, pero cumple un papel moralizador, ya que castiga a las hijas desobedientes y a las mujeres infieles.

La creencia de que los muertos pueden levantarse para comer la carne de los vivos viene de la más remota antigüedad. Tal vez por eso se acostumbraba a colocar alimentos en las tumbas, para asegurarse de que no saldrían a buscar a los sobrevivientes. En distintas partes del mundo, cuando se detectaba que un cadáver no se había corrompido después de enterrado, se lo reputaba vampiro y era de rigor exhumarlo para destruirlo, las más de las veces por el fuego.

En Europa se enterraba a los suicidas en los cruces de caminos, atravesados con una lanza para que no pudieran andar. El motivo real era evitar que se convirtieran en vampiros. Esa costumbre no fue prohibida en Inglaterra sino hasta 1824.

Se dice que, para librarse definitivamente de un vampiro, hay que atravesar su corazón con una estaca y cortarle la cabeza. Por eso, a los asesinos muertos también los decapitaban. Con todos estos antecedentes, resulta muy sugestivo comprobar que cortarle la cabeza al muerto era un rito funerario que ya se practicaba en el Neolítico.

Es probable, entonces, que ni siquiera sean realmente originales las referencias a hombres lobo y vampiros que aparecen en los documentos más antiguos, sino que sus autores solo hayan sido los primeros en volcar en letras lo que la tradición oral repetía desde el Cro-Magnon.

Recibimos una tradición que va milenios hacia atrás. Con el tiempo, el paganismo rural, el miedo a la naturaleza y la religión como factor de poder organizaron esta mezcla de creencias que, en algunos sitios, sigue atemorizando a la gente. El hombre actual, sin saberlo, sigue repitiendo muchos de los cuentos del hombre de las cavernas, cuando, en los largos inviernos de enclaustramiento, se veía acosado por un mundo de espíritus terribles.
Todo es Historia – Abril 1993 – Por Néstor J. Cazzaniga

Hombre Tigre
Leyenda muy difundida en Corrientes, Misiones y Paraguay. Son viejos indios bautizados que de noche se vuelven tigres para comerse a sus compañeros u otras personas.

Cuando les viene el mal propósito se alejan de sus semejantes y se sumergen en la oscuridad de la noche, buscando el abrigo de un matorral. Allí se empiezan a revolcar de izquierda a derecha sobre un cuero de jaguar, rezando un credo al revés mientras cambian de aspecto. Salen entonces de caza, y ya devorada la presa, retornan a su forma primitiva, realizando la misma operación, pero ahora en sentido inverso (es decir, de derecha a izquierda).

Se lo describe como un tigre de cola corta, casi rabón, y frente desprovista de pelos.

La Calchona
es una leyenda folclórica originaria de la zona central de Chile, especialmente del Cajón del Maipo, que describe a una mujer que posee habilidades de brujería y puede transformarse en oveja u otros animales utilizando ungüentos. La leyenda se transmite de forma oral y advierte sobre los peligros de jugar con lo sobrenatural. 

El Runa Uturungo
Esta añeja leyenda, muy difundida, habla de la metamorfosis del indio (runa) en un animal de la selva, el tigre (uturuncu).

De acuerdo a ella, el ser humano adopta la figura y condición del tigre, desposeyéndose totalmente de sentimiento humanitario para vengarse de sus hermanos los hombres, para castigarlos y someterlos con temor.

Esta transformación se opera mediante la complicidad del diablo o «supay», quien facilita el medio: un cuero de tigre, en que deberá revolcarse el hombre para su metamorfosis.

El runa uturungo, afirman, es conocido por los rastros, pues, mientras el tigre común deja en él la marca de sus cuatro dedos, el runa uturungo, como el rastro del hombre, muestra la señal de sus cinco dedos.
[El Folklore de Santiago del Estero]

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