Al Pie de la Letra
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Vahos de Bares
Relato de pablo Diringuer sobre una triada que hace que en los bares se sienta ese vaho que lo invade todo
Vahos de Bares

Y viajeros inconscientes por naturaleza; no nos detenemos nunca hasta la muerte; mientras tanto, en ese gran periplo aparecen los bares y los amigos; las botellas, los corchos y los sacacorchos, vahos de vida que continuarán a pesar de nuestra partida.

Vahos de Bares
Los parroquianos, libres o llenos de copas, da lo mismo; de palabras patinadas que dicen en su idioma, solamente entendible en su propia frecuencia. Algunos sin afeitar, otros a medio camino, muy pocos con sus dentaduras completas… pero todos girando el tirabuzón.

¡Traé otra vuelta, Cacho! -dicen- mientras la barra de fórmica, opaca de raspaduras se aceita automáticamente con una nueva botella que se desliza velozmente de una punta a otra del kilométrico mostrador.

Soy un recién llegado pez, casi dorado, en el medio de esa corriente eléctrica que rápidamente me enchufa a 220 para que los tapones no destapen chispas; cortocircuitos mezclados de risas y palabras que sólo persiguen a los vahos que los preceden: -¿Alguien me puede decir por qué la mina de al lado, la del kiosquito, me pone cara de culo cuando le digo que le voy a comprar cigarrillos porque me gusta su rostro? -dice alguno-

Ese idioma japonés que siempre comienza con un ¡¡¡JAJAJAJA!!!! pero que todos entienden nos da la pauta que; o bien la chica es fea y se hace cargo y no cree para nada que le compren cigarrillos para verla; o bien la imagen del vicioso dejó en evidencia semejante mentira como para mostrar a cara de perro su poca paciencia para con los discursos protocolares y complacientes. Nadie cree demasiado a cualquier personaje que destile exagerada algarabía máxime cuando esas palabras deslizables por entre los sonidos de chicle, sólo demuestren un sospechoso grado de vapores alcohólicos, y una no muy convincente verborragia.

A determinada altura de la noche, ese círculo mezclado de amigos cercanos y no tanto se va cerrando y, los residuales de la tertulia interactúan más cercanamente, con más énfasis y sus pieles rosadas van dando lugar a un rojizo transpirado de alcohol; son los que por una u otra razón no tienen una relación con el género femenino, y si la tienen, la lima de los años les ha pulido de tal manera, que la risa solamente en el bar reluce. El corcho y la botella son pareja desde hace… mucho, pero cuando el tirabuzón hizo su aparición se fue transformando en una gran trilogía; la interacción entre ellos ha provocado una simbiosis ineludible y se necesitan más que sobremanera para pasarla bien y que todo llegue a feliz puerto.

El tirabuzón aplica su destreza con una de sus extremidades y, mientras hace fuerza en el borde del pico de la botella, ayuda a salir al novio corcho de los adentros de su novia; luego se lo nota un poco más gordito y ella un poco más aliviada al parir lentamente su contenido.

El tirabuzón también, plenamente satisfecho de haber logrado su cometido, parte sin prisa y sin pausa hacia otra pareja amiga. Y así sigue durante toda la noche.

En la barra, el barman seca copas y de paso las lustra, y aunque nunca aparece el brillo por entre el rayado vidrio, él aprovecha esa muletilla por el placer de la palabra, y los pocos que todavía quedan sobre los bancos largos de tapizados rotos, se arquean apoyados en sus codos mientras vociferan frases casi históricas de certezas y experiencia; las saben todas y los tres o cuatro que han quedado a las tres de la mañana semejan a los de túnica blanca de la vieja Roma, les falta ese tipo de vestimenta y las coronas de laureles en sus cabezas pero son iguales; dicen, dicen y dicen y en la soledad del bar ya vacío de gente, el público inexistente aprueba y alaba sus frases, por lo menos dentro de las inefables mentes.

Yo soy uno de ellos, me siento uno de ellos casi romano, pero sin túnica; son cerca de las tres y media de la mañana y mi cara de pez dorado ha mutado, ahora las aguas de ese río en el que estoy inmerso son un poco turbias y no me dejan ver la realidad de mi color; después de salir del baño también de la época de los romanos, me despido como puedo, y como puedo es un simple y agradable abrazo de amigo, como siempre, como desde que los conocí y reí de encuentro.

Enseguida pienso en la vicisitudes, sobre todo en las mías; esas montañas y valles que obligaron durante toda la vida a transitar semejante sinuosidad del camino; a veces arriba; otras en el fondo. Esta noche estuve en el valle -pienso- el sexo femenino estuvo ausente con o sin aviso, da lo mismo porque la sensación de carencia me modifica y eso es lo que me importa. Al mismo tiempo pienso en ese borde tan fino que delimita la montaña del valle, y en esa ruta infinita que los comunica a cada momento; somos errantes, nómadas y viajeros inconscientes por naturaleza; no nos detenemos nunca hasta la muerte; mientras tanto, en ese gran periplo aparecen los bares y los amigos; las botellas, los corchos y los sacacorchos, vahos de vida que continuarán a pesar de nuestra partida.

Por Pablo Diringuer

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