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Asado Amigo y Buenas Compañías
Julio Mes de la Amistad - juntada con los “vagos” y a primera hora, bajo el frío abrazo de la mañana campanense
Asado Amigo y Buenas Compañías

Uno a uno van llegando, siendo el último es el Negro con las disculpas de siempre por trasnochar; ya conociendo el paño, el Colo pregunta por el salamín con una cuchilla en su mano. No se hace esperar las bromas cómplices y la “tirada de lengua” entre ellos.

Por Liliana Mabel Selzer

Asado Amigo y Buenas Compañías – Julio, Mes de la Amistad, de 2024
Nos hemos adentrado en el mes de Julio. ¡La pucha que hace frio en estos días en la ciudad bonaerense de Campana! El frente fresco va cubriendo con su manto húmedo y el invierno hace su entrada triunfal en estas latitudes. Aun así no amilana a los pobladores, dándose la esperada cita anual por el “Día del Amigo”, en el

Campana Boat Club, para calentar los corazones adormilados por los días grises.

Para la juntada con los “vagos” y a primera hora, bajo el frío abrazo de la mañana campanense, se encuentra Claudio (“Vale”) al pie del parrillero, presto a cumplir con su ritual culinario típico “asado de tira”, quien conoce todos sus secretos. Es el que primerea el lugar para reservar la mesa bajo el alero de madera dispuesto al costado de los parrilleros a cielo abierto, rodeado de sauces llorones y escasas palmeras esbeltas que le dan elegancia al paisajismo del club. Mientras acomoda el carbón sobre el asador, espera paciente la llegada del grupete.

A pocos metros del sector de parrillas descubiertas, frente al río Paraná, se encuentra la playada de arena y sombrillas de pajas abandonadas en espera por la temporada estival. Hacia el costado izquierdo, el sector de botes del club náutico es orillado por una baranda a lo largo de la senda costanera, recorrida a diario por peatones amantes de la naturaleza, donde el disfrute de la pesca tiene lugar.  

Claudio, en busca de ramas secas para iniciar el fuego, da pasos hacia el arenal, atraído por el encanto del paisaje ribereño. En ese accionar único, preciosísimo instante regocijo del alma deseando retener ese instante, detiene su mirada cómplice al observar la quietud del amanecer. El gélido cielo apenas iluminado por debilitados rayos del sol, abren paso tímidamente entre la insipiente neblina al ras del agua escarchada, camalotes inmóviles cautivos por junqueras y el cielo despejado del vuelo de pájaros, retrasados en la búsqueda del sustento diario para sus polluelos, por la fresca mañana de invierno.

Sin urgencias, el inmutable silencio a su alrededor le hace olvidar por un instante las brasas. La luz del invierno susurra la pampa que aún dormita, nostalgia de algún deseo, resplandor de cierto tiempo perdido, palpita sobre el pecho, sueños incumplidos. Puede escuchar la voz del agua que le susurra al oído secretos que sólo él conoce, le hace recordar que no todos sus sueños les fueron incumplidos, el río Paraná cómplice y testigo.

De pronto, el eco lejano entrecortado y ronco del Chororó irrumpe la paz enajenada, libera la imagen álgida monocromática del Paraná. En respuesta el chillido del benteveo, el trinar de la calandria para entrar a competir con el zorzal, la policromía musical da comienzo al nuevo día. El movimiento de las aguas sobre la orilla por un navío, hace que la mirada clara de Claudio se dirija hacia el puerto, imponente se muestra sólido, soberbio y majestuoso. Observa la prisa de trabajadores por emprender las actividades que moviliza la economía del lugar, buques graneleros esperan su carga. 

En un giro, a espaldas del río, se detiene a disfrutar el manto verdoso del club. Las hamacas vacías se ven muy solitarias a estas horas de la mañana, las luminarias ya apagadas y las instalaciones del club comienza a recibir a sus socios.

Un alborotado “Perdón amigo, se me hizo tarde”, Dani con su tranco acelerado se acerca con la carne. Claudio, en claro disimulo, sin ramitas para la fogata comienza a levantar hasta las piedras para no evidenciar su abstracción existencial, y sonriendo se reúne con su amigo, asegurando alegrarse que era “el Dani” y no otro, para evitar cargadas de los “vagos” por estar un poco lento en esta mañana. La afinidad entre ellos se nota hasta en los pequeños detalles, con un “no hay problema amigo, hay tiempo” se cerró el tema.

Para Claudio, reunirse con su legendario grupo de amigos, de buen comer, humoradas y copas siempre servidas, suele ser su mejor compañía.

Perdón por la distracción, no presenté a la banda y espero no olvidarme de alguno. Dani es el compinche de Claudio, oído atento a sus investigaciones.  En tanto, Danito y el Colo son los que festejan y no cuestionan, disfrutan con carcajadas agrietando sus rostros en pos de pasar un buen momento; hombres bonachones si los hay. El Toto es el más retobado, lo reconocen como el “espíritu de contradicción”, argento de buena cepa, “no se come cualquier verso”, como es necesario en todo grupo, para darle el sabor picante y salir del aburrimiento. Por último el Negro, el fiestero que siempre está dispuesto a charlas con buen humor y a festejar con whisky en mano.

Uno a uno van llegando, siendo el último es el Negro con las disculpas de siempre por trasnochar; ya conociendo el paño, el Colo pregunta por el salamín con una cuchilla en su mano. No se hace esperar las bromas cómplices y la “tirada de lengua” entre ellos. Un Danito a viva voz diciendo que menos mal que el asador es Claudio, un buen “asado de tira” se huele desde lejos. El Toto le responde que de no estar su amigo traería el libro “Manual del asador,  de Claudio Valerio”. El Negro remata, “ahhh el historiador campanense que desasnó a más de uno con sus libros”, entre risas y miradas cómplices con Claudio.

Lo cierto en su afán de historiador, Claudio revivió épocas pasadas donde Campana fue la primera ciudad elegida para la exportación de carne. Reconstruyendo tiempos de gloria que remontan a la década de 1880, gracias a las buenas pasturas argentinas en ésta zona ofreciendo calidad en la carne vacuna, provocó interés en comercializar la producción de carne congelada. La profundidad del río favoreció la instalación del puerto y el acceso al ferrocarril garantizó el éxito industrial.

Según Valerio «Los costillares, que eran descartados, se cortaban en tiras transversales por los empleados del primer frigorífico de Sudamérica, establecido en Campana en 1882. Los trabajadores se llevaban estas tiras atadas a la cintura hasta sus hogares y las asaban». O sea, surgió del desecho de una carne que anteriormente no se vendía por contener huesos y fue aprovechado por la peonada.

Danito con un tenedor golpetea un vaso todavía vacío, solicita la atención de los presentes para dar comienzo a la ceremonia entre amigos. Gira hacia las tiras de asado sobre la parrilla, ve a Claudio controlar el fuego con la pala abstraído paciente sobre las brasas para darle el toque justo al asado. Le recuerda al Colo que falta las papas fritas, el queso y el maní. Trata de flojo a Dani por no traer la cerveza y el tintillo, por estar a pico seco y así desestructurar a al Toto, obviamente éste desaprueba con un gesto a Danito que parece ser que éste sólo se dispone a dar órdenes. Mira al Negro sin mucho más repertorio comienza a bromear por seguir dormido o el frío lo mantiene mudo, da comienzo a las risas y juego en ese diálogo fraternal entre paisanos deseosos de disfrutar la amistad.

Este momento íntimo entre amigos es de ellos, por eso sólo puedo confiar esta historia al viento. El aire fresco envuelve risas que pactan dejando rastro, sellan huellas de amistad sincera y cercana. Cada paso entre ellos es un recuerdo que atesoran y mantienen vivo el fuego palpable de camaradería. Huellas y caminos que no me pertenecen.

Dejemos entonces que el sol penetre en este “Día del amigo”. Disfrutar de la historia como Claudio Valerio, un investigador que da pasos como peregrino errante en la inmensidad de la pampa.

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