Esta milonga canta a tiempos de lanza y romance, a tiempos de ambiciones que se purgaban con sangre. Tiempos de bravura, de fiereza, justificadas por leyes que hablaban de progreso y por la reacción instintiva de quienes no querían ceder en sus pretensiones ancestrales.
El indio era amo y señor de inmensidades que el hombre blanco, con un plan metódicamente diseñado, fue ocupado paso a paso, estableciendo bastones que fueron cabecera de avanzada en un mar de pastos y guadales. La ocupación militar, primero del territorio pampeano y luego de la Patagonia, fue efectivizada por medio de líneas de defensa que a partir de los alrededores en forma concéntrica, apoyadas en plazas fuertes, ubicadas en puntos estratégicos, que recibían el nombre de fuertes o fortines.
Eran aquellos solitarios lugares, precarios asentamientos de adobe y paja, rodeados por un foso de defensa y en algunos casos, protegidos por una empalizada de palo a pique o una muralla de adobe, en el centro se distinguía una especie de torre, llamada bichadero o mangrullo, que servía para advertir a la distancia la llegada de las patrullas propias, o las tan temidas maloqueadas de indios alzados.
En tan precarias instalaciones convivían rudamente, militares de carrera, milicos reclutados entre el gauchaje y que muchas veces tenían cuantas pendientes con la justicia. Entre ellos se mezclaban, alguno que otro gringo inadvertido y una raza singular de mujeres: las fortineras, algunas de ellas con rango militar.
Es difícil entrever en la niebla de la historia, los rasgos de aquel ejecito primitivo, marchando infatigablemente por una pampa inhóspita encabezada por algún joven teniente de cuidado uniforme, flaqueando por algún cabo o sargento mandón y rudimentario de ojos fieros y barba hirsuta, ordenando a una tropa derrengada, mal vestida y peor armada.- Todos ellos seguidos por silenciosas y bravas mujeres, cargando con ollas, bultos y pilchas, habiendo más esperanzada la rutina fortinera.
Fueron estos destacamentos militares y esa particular organización del fortín los que dieron origen a tantas de nuestras actuales poblaciones, pues muchos milicos, “ganada la paz”, se establecieron extra muros con sus compañeras, atrayendo a comerciantes, que tendieron puentes de intercambio entre el paisanaje, la indiada y los milicos, conformando poco a poco junto a las autoridades establecidas, núcleos poblacionales rápidamente engrosados por la influencia inmigratoria y sustentados en la extraordinaria riqueza que proporcionaba la explotación de las “tierras conquistadas”.
Se fundaron a partir de fuertes y fortines las ciudades de Junín (1827), Bahía Blanca (1828), Azul (1832), 25 de Mayo (1836), Tapalqué (1863), General Rodríguez (1864), Gaiman (1874), Trenque Lauquen (1876), Púan (1876), Guaminí (1876), Choele-Choel (1879), General Roca (1879), General Acha (1882), Pehuajó (1883), entre otras muchas.
Rinde homenaje esta milonga a aquellos bravos milicos y gauchos también a esas heroicas mujeres como La Pasto Verde, La Mazamorra o María Culepina y tantas otras, que lucharon en la guerra y contribuyeron a la paz al poblamiento de la tierra inhóspita, ampliando las fronteras de la patria recién nacida.
Letras de Tango- Tomo III- 1997- Ediciones Centro Editor
Milonga de los Fortines
Milonga de cien reyertas
templada como el valor.
Grito de pampa desierta
diciendo su alerta
con voz de cantor.
Milonga de quita penas.
Nostalgia de población.
Canto qu’en noche serena
su rezo despena
detrás del fogón.
Diana de viejas victorias
en la punta del tropel,
con tu vanguardia de gloria
serás en la historia
canción y laurel.
Son de querencia querida
en las noches del cuartel.
Pena de china querida
que al fin afligida
dejó de ser fiel.
Resuenan con tus acentos,
milonga del batallón,
gritos de viejos sargentos
cargando en el viento
con el escuadrón.
Y vuelven en los sonidos
agudos del cornetín,
ecos de mil alaridos
que estaban perdidos
detrás del confín.
Gime el desierto rodando
sus rumores de huracán…
Vienen las lanzas cargando
y están aguaitando
la Cruz y el Puñal.
Gloria de aquel comandante
que jamás volvió al cantón.
Besan su barba cervuna
la luz de la luna
y el fuego del sol.
Milonga – 1941
Letra: Homero Manzi
Música: Sebastián Piana