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Merece un Brindis
El que escabia y no convida, está escrito, padecerá en su carne los picos filosos de los buitres gigantes del Pacifico Sur
Merece un Brindis

Noé fue el primer borracho celebre en la historia. Lo dice la Santa Biblia. Labró unas pocas tierras, sembró algunas vides, las cultivó, fabricó vino, se lo zampo a fondo  blanco y rodó desnudo  por el fango estragado en alcohol.

Merece un Brindis
Noé fue el primer borracho celebre en la historia. Lo dice la Santa Biblia (Génesis 9,20-21). Labró unas pocas tierras, sembró algunas vides, las cultivó, fabricó vino, se lo zampo a fondo  blanco y rodó desnudo  por el fango estragado en alcohol. No se sabe si levantó su copa para celebrar al Señor. Como fuere, es irrelevante Eso si, va de suyo que no cuadra embriagarse en soledad. Seguramente lo habrá descubierto el dueño del Arca en ese elemental protocolo inaugurar del comportamiento etílico.

El que escabia y no convida, está escrito, padecerá en su carne los picos filosos de los buitres gigantes del Pacifico Sur. Es la cumbre del delirium tremens en su versión mejorada. Y sufrirá además siete años de impotencia sexual o ausencia orgánica, según probadas y atendibles  profecías jamaiquinas y mexicanas resistentes  al viagra. Vale recordarlo en estas ordalías de brindis que puntualmente  cada año, con la fuerza de los monzones, llegan a las costas del Rio de la Plata. Con vacaciones o sin ellas, y festejos de fin de año, el calendario hepático revienta desde las últimas semanas de diciembre a los primeros días de marzo.

Dionisio (dios griego de la vid) y Baco (su par romano, un clon con otro nombre), revolotean por aquí para aplaudir y participar de las celebraciones con un mensaje colgado de los labios ”merece un brindis”. Si habrán sumergido copas de invitación en ubérrimas ánforas portadoras de espesos vinos.

Cuando este juego de consagraciones comenzó, allá en la Antigua Grecia, al anfitrión del symposium (banquete) bebía primero para demostrar que el caldo fermentado de la uva no estaba envenenado. Aun así, la gente de poca fe empezó a golpear con vigor sus vasijas entre sí para transvasar líquidos y ponerse a salvo de hipotéticos venenos. Entonces la práctica  se hizo costumbre y permaneció.

Usted dirá que siempre quedaba el remanido recurso del antídoto, antes y después del primer trago. Es que más allá del cianuro y el arsénico era engorros cubrir la fatídica paleta Mucho más fácil resultaba chocar las copas. A riesgo de cruzarse con un suicida daba resultado.

Con el tiempo surgió la necesidad de fundamentar el brindis, episodio que se convirtió en una apuesta de tres actos: el convite, el acuerdo y el trago simbólico de aceptación. Se indica la razón (“Esa risa merece un brindis”), el deseo (“Salud para la portadora”) y se debe el trago, que puede ser apenas un sorbo, o a fondo, para sellas el acuerdo.

El brindis reclama bebidas alcohólicas. Champagne vino y sidra son las preferidas. Aunque el ritual soporta las cervezas y los licores destilados. Es de muy mal agüero brindar con agua o gaseosas dietéticas. Los marinos norteamericanos, vaticinan sepulturas de océanos para los que se atreven a transgredir las normas y empinan H20. También habrá mala fortuna para quienes eviten ingerir el trago del final, un desprecio que merece severo castigo en cualquier latitud.

Los escoceses se toman muy en serio estas cuestiones. Cada año al final y al comienzo, quemas barriles de madera y los ponen a rodar divertidos. Sobre el sendero que limpia el fuego llegará vigoroso y pletórico el año nuevo. Que mejor ocasión para un brindis, el “primer pie”, trago de whisky y el pastel de avena, parte central de la ceremonia el Hogmanay.

Del alemán bring dir’s (yo te lo ofrezco) la expresión se acuñó por primera ez cuando el ejército de Carlos V cantó victoria en Roma, mayo de 1527. Los generales llenaron sus copas y, apuntando en dirección el emperador, le ofrecieron el triunfo y la celebración Los eruditos coinciden en señalar que ése sería el origen del término, pero la acción como tal se remontaría a la Grecia del siglo IV antes de Cristo.

Los romanos hicieron uso y abuso del brindis. Cualquier excusa era buena si llevaba a la celebración, al desorden y al tumulto (como ahora, ¿o no?). El Senado intentó frenar esa parafernalia y sancionó en el año 186 a.c una ley que remitía las celebraciones del Baco (bacanales y orgías) el entorno religioso. Mucho vino sagrado y profano ha corrido desde entonces.

Que no se detenga el torrente. Un brindis representa acaso la última chance de salvar el alama. Tal como se lo ganó el tipo que escribió: “Un pájaro se robó todas las piedras  preciosas del mundo y las cargó en un cofre. Volaba sobre montañas cuando el viento se abrió la tapa y esparció el tesoro. Una de esas gemas está hoy aquí: ¡Un brindis por María!”.

Y otro pájaro por el pájaro, digo.
Por Lorenzo Amengual – Debate – 06-01-08

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