Recuerdos de padres y hermanos multifurcados de experiencias sucedidas en años y esos inefables almanaques oxidados, casi marrones, petrificados de antigüedad que todavía condensan imágenes cómplices de mi generación. ¿Qué hubiera sido si…?
Psicoanálisis Terracero
¿Qué será eso de quedarse disperso en la mirada mientras los pájaros chillan al pasar y las hojas otoñales deslizan sobre esos invisibles toboganes hacia ningún arenero?
Gabanes al descubierto terrenal unos pares de metros sobre el llano gastador de gomosas suelas, pero la mente, esa mente brillosa y, al mismo tiempo, patinadora del recuerdo inmediato y su «por venir» inminente de oportunidades que se quedan perplejas hasta ese… sarpullido picante que… no aguanta ese insoportable ninguneo de actitudes inocuas… ¿A quién echar culpas o, la simple responsabilidad de esas manos mentales a punto de refrescar el cargo mientras el chorro acuoso desperdicia momentos cargosos de finales acaso felices?
Nada importa sobre esa terraza aplastada de mediodía y la soledad ruidosa de murmullos inexistentes, lubrican mis ojos bien abiertos en el medio del túnel pensativo y ni siquiera ese viento empujado por bocotas tiempistas y otoñales, deja de lubricar mi brillo ojal el cual se empecina una vez más en simplemente presionar su automaticidad viajera.
Recuerdos de padres y hermanos multifurcados de experiencias sucedidas en años y esos inefables almanaques oxidados, casi marrones, petrificados de antigüedad que todavía condensan imágenes cómplices de mi generación. ¿Qué hubiera sido si…? ¿Qué fue lo que pasó con ese vecino que…? ¿Cómo fue que el colegio de monjas estuvo sospechado de actividades sexuales? ¿Y ese intendente de Morón que era periodista de la televisión y le encontraron millones de dólares en el plackard de su casa? ¿Y esa chica… que no me acuerdo cómo se llamaba, esa que vivía a tres cuadras de la avenida Sarmiento que se murió por una operación ilegal?…
Ya ni me fumo un simple cigarrillo en la terraza, es más, hasta no suelo comprar esos de marquilla roja y blanca y el kiosquero que frecuentaba día por medio, ya pasó a valores eternos sin tumba ni flores.
Día lunes del otoñal agosto 2023 y sólo me acompañan sobre el cementero terracero lleno de baldosas sedientas de humedad que chupan esporádicamente macetas contadas abejas, coladas mariposas, y algunos caparazones anaranjados y lunares negros de esas vaquitas de San Antonio que –dicho sea de paso- desplumábamos alas trasparentes de osadía infantil años “ha” y que, de justificar actitudes equilibristas de ecología, deben extrañar esos alegres jardines castelarenses de juventud actual casi momificada.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires y esta insolente denominación a través de las décadas que nos vio transitar no solamente una simple terraza acurrucada de macetas, hibernadoras arenas, cales y cementos, sino también, esas pulpas y óseos que nos hubieron de sintetizar para terminar germinando pensamientos condensados en la “prisión de carne y huesos” que tanto diagnosticó el querido Moris en la década del ’70.
El infinito y ese más allá que me importa esos cinco minutos resplandecientes de existencia mientras los calzones terminan de secarse abrochados sobre el silencio sepulcral de la terraza; día lunes en el cuesta arriba de los por qué estamos los gastadores energéticos durante esas horas plasmadas de realidad urbanística en la obsecuente “meritocracia” del pedorro portavoz del que todavía tiene la manija de la compuerta expendedora gasífera que nos sigue intoxicando desde la primera luz del día que nos vio nacer.
De Pablo Diringuer