El suicidio ha hecho escritor glorioso a algún mediocre; antes de él puede llegar esa “segunda edición” que calma tanto; el suicidio que espere hasta tener razón. Pero más precauciones he tomado contra el verdadero suicidio que es el vivir después de fracasar. Corregir es casi todo el Éxito, es lo que hace geniales. Corregir, corregir es el otro gran Poder; así esta novela empezada a los treinta años, continuada a los cincuenta y a los setenta y tres, tiene finalmente lo supremo: un sujeto de Buen Gusto como autor tercero y corregido resultante de los tres. Seré, en fin, autor de una carta a los críticos, la “carta al comisario” pero de seguir viviendo: el suicidio no es corregible.
Carta a los Críticos
Soy el uno que os comprendió, el primero que aferró vuestra definición esencial: solo los eternos esperadores de la Perfección y los cotidianamente reducidos a elogiadores de la encuadernación, obligados por el frustrarse uno tras uno, día a día, del poema, la novela, el libro: solo los únicos que amáis y concebís la Perfección; los escritores nada de esto, publicadores de borradores, libros de apuro, de oportunidad, de rumbo; la Perfección sino en la gracia y poder moral de algunos hombres y mujeres que todos llegamos a conocer alguna vez y que nunca arribaran a la publicidad histórica no cotidiana.
Pero estáis bien en esperar y estoy seguro de que el día en que aparezca en Libro la aplaudiréis todos unanumes, unmensamente agradecidos.
Los escritores, los que no acabamos de entender que ha tiempo debiéramos habernos atenido a la actitud de críticos sabiendo que terrible fatiga es construir un libro en estrictez de arte y que mínima la probabilidad de acertar, no solo sufrimos sino que nos marchitamos pues no hacemos el Libro y en espera de hacerlo perdemos la simpatía de esperar encontrarla en las tentativas de otros.
Yo no encontré una ejecución hábil de mi propia teoría artística. Mi novela es fallida, pero quisiera se me reconociera ser el primero que ha tentado usar el prodigioso instrumento de conmoción conciencial que es el personaje de novela en su verdadera eficiencia y virtud: la conmoción total de la conciencia del lector, y no la de ocupación trivial de la conciencia en un tópico particular, efímero, precario, de ella, y que non esto y algunos otros pensamientos que van formulados en el conjunto del libro en camino, hago más llegadora esa Perfección que vosotros esperáis, y ejemplificando algo también, una severa doctrina del arte literario.
Si me equivoco, no seré el primero ni el último. Podéis sentenciarlo con todo rigor.
Yo bien comprendo que mi obra os dejará esperando la Perfección, quizá más agudamente. Si más agudamente, mi libro sirvió.
Soy el alguno que adivinó que sabéis lo que no es la Perfección.
Macedonio Fernández