Piedra Libre
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El Corralito y el Corralón
A poco andar el gobierno de la Alianza debió soportar presiones del FMI y el Banco Mundial que exigían un fuerte ajuste interno
El Corralito y el Corralón

Los Antecedentes
La imagen de un hombre de origen oriental sentado en el cordón de una vereda y llorando desconsoladamente, mientras a sus espaldas una cantidad de gente saqueaba su comercio, dio la vuelta al mundo.

Fue en los días calientes de finales de diciembre de 2001, cuando la Nación Argentina estuvo al borde de la disolución social y el estallido que costó muchas vidas, heridos y detenidos, se llevó puesto también al gobierno de Fernando De la Rúa y el “uno a uno” (un dólar, un peso) implementado por Domingo Felipe Cavallo una década atrás.

Un nivel de desocupación inédito y una pobreza creciente y alarmante, dio el marco propicio.

¿Pero cómo fue posible que nuestro país con semejante potencial económico llegara a esa situación?

Para no remontarnos demasiado en el tiempo, recordemos que la dictadura militar (1976 – 1983) dejó como herencia entre otros desastres, una deuda externa rayana en los 45 mil millones de dólares. El gobierno constitucional de Raúl Alfonsín no pudo controlar los desbordes económicos (pese a aplicar prolijamente dos planes ordenados por el FMI) y resignó el gobierno antes de tiempo en medio de un proceso hiperinflacionario. Su sucesor Carlo Menem luego de varios cambios de ministros de Economía y una inflación que parecía desbocarse en marzo de 1990, convocó para hacerse cargo de esa cartera a Domingo Felipe Cavallo; hombre de la Fundación

Mediterránea y muy vinculado al establishment. En 1991 el gobierno menemista sanciona la Ley de Convertibilidad impulsada por Cavallo, estableciendo la paridad entre el peso argentino y el dólar estadounidense: el “uno a uno”. La clave consistía en garantizar desde el Banco Central todo el circulante, es decir que cada peso debía estar respaldado por un dólar. Los recursos salían de la venta de las “joyas de la abuela” (activos del Estado Nacional), en general ofrecidas a precio vil y del  endeudamiento externo. Paralelamente la libre importación fue desindustrializando el país, que no podía enfrentar una competencia ruinosa.

La fantasía cavallista era que en un futuro impreciso, pudiera compensarse el creciente endeudamiento con exportaciones.

El problema inevitable es que aumentaba la demanda de dólares y el BCRA se saturaba de pesos, con términos de intercambio cada vez más desfavorables para la Argentina.

Durante varios años la inflación fue controlada merced al recurso artificial del “uno a uno”, estimándose que el total acumulado de precios minoristas durante los 104 meses que duró la convertibilidad, fue de 60,2 por ciento (1), pese a algunas repercusiones de crisis internacionales como el “tequilazo” (México, 1995), Asia en 1997 y Rusia en 1998. La relativa tranquilidad financiera facilitó a Carlos Menem avanzar con la Reforma Constitucional que Pacto de Olivos mediante con Raúl Alfonsín, se concretó en 1994. La nueva Constitución permitió a Menem acceder a otro mandato (1995), en éste caso por cuatro años a lo que se sumarán los seis de la

Carta Magna antigua, en suma gobernó diez años continuos.

Como se ha dicho, el aumento de la pobreza y la desocupación comienzan a dar señales del agotamiento del modelo. Los primeros piquetes de desocupados surgen en lugares distantes de Buenos Aires, como Cutral Có y Tartagal. Entre tanto aparece otra alternativa política llamada Alianza por la Justicia, el Trabajo y la Educación (La Alianza). Es una asociación de radicales y peronismo “progresista” que sin cuestionar las bases del problema que es el modelo económico, promete terminar con la corrupción, mejorar los ingresos y no tocar el “uno a uno”. La Alianza gana las elecciones legislativas en 1997 y con la fórmula Fernando De la Rua – Carlos “Chacho» Álvarez, se impone en las presidenciales de 1999. Fue el final del ciclo menemista pero como se verá, no el de Domingo Cavallo.

Gobierno Aliancista y Crisis
A poco andar el gobierno de la Alianza debió soportar presiones del FMI y el Banco Mundial que exigían un fuerte ajuste interno, para que el país pudiera enfrentar el pago de sus deudas.

Paralelamente, el fuerte desequilibrio de los términos de intercambio y la demanda interna de dólares (atada a la convertibilidad), y la combinación de problemas sociales en aumento, convertían al país en una olla a presión. Las desinteligencias dentro del gobierno pusieron en evidencia la extraña naturaleza ideológica de la Alianza y para coronar la difícil situación política, en octubre de 2000 el vicepresidente Carlos Álvarez renuncia a su cargo, ante presuntas coimas que se habrían ofrecido en el Senado de la Nación, para que el gobierno obtuviera los votos necesarios facilitando una ley de reforma laboral. Otra nota de color es que Álvarez abandonó el gobierno, pero dejó a todo su equipo acompañando a De la Rúa; es decir que la Alianza UCR – FREPASO nunca se rompió.

Ante el angustioso cuello de botella que el país enfrentaba por sus escasos dólares, en enero de 2001 el FMI y otros organismos de crédito, ofrecen al gobierno argentino un nuevo crédito por U$S 40.000 mil millones desembolsables en varios tramos, sujetos al cumplimiento de un plan de ajuste salvaje. El plan se llamó “Blindaje Financiero”.

No obstante, la pérdida de confianza de los ahorristas e inversores va en aumento, ya que es vox populi que el gobierno no podrá sostener sus compromisos cayendo en default. Primero lentamente y luego con mayor velocidad, aumentan los retiros de depósitos bancarios. Luis Machinea asume la conducción económica tratando de aplicar las recetas del FMI pero debe renunciar al poco tiempo; reemplazándolo el economista ultraliberal Ricardo López Murphy. Apenas dura 15 días en el cargo, pero son suficientes para que profundice el ajuste que llega hasta la reducción del 13 por ciento de los salarios estatales y jubilaciones.

Es entonces que Domingo Cavallo fue convocado por De la Rúa para hacerse cargo de una economía a punto de estallar. Con Cavallo llega también el “Megacanje”, que no fue otra cosa que “patear” vencimientos cercanos hacia el futuro, endeudando mucho más al país y comprometiéndolo a realizar pagos imposibles de cumplir.

Ese año se realizan las elecciones legislativas en que el justicialismo se impone ampliamente a la Alianza, pero un dato es inquietante: los votos nulos, en blanco y ausentes rondan alrededor del 20 por ciento del padrón. Un profundo escepticismo corroe el ánimo social.

En ese in crescendo hacia el abismo, el 30 de noviembre de 2001 De la Rúa anuncia una serie de medidas, limitando los retiros de los depósitos y aplicando restricciones a los giros al exterior. Primeras señales confesas del agotamiento del “uno a uno”.

En ese mismo mes el FMI informa que no prestará un dólar más a la Argentina.

Tres días después, el gobierno anuncia “El Corralito” de triste memoria, que consistió en lo siguiente:

– “Por cada cuenta bancaria sólo era posible retirar hasta 1000 pesos o dólares en efectivo por mes, a razón de 250 pesos a la semana. El resto se podía extraer con cheques o tarjeta de débito o crédito.

– Los retiros de dinero podían ser en pesos o en dólares según decidiera el  titular de la cuenta. Los bancos no debían cobrar comisión ni tampoco modificar el tipo de cambio, que fue ratificado en el 1 a 1” (2).

Y seguían otros ítems que en conjunto, confirmaban que los depósitos de miles y miles de argentinos, estaban atrapados en el sistema bancario. Al “corralito” siguió el  “corralón”, medida que inmovilizó los plazos fijos; en suma, unos 55 mil millones de pesos – dólares de particulares quedaron cautivos en los bancos.

El economista Alfredo Eric Calcagno define, más allá de las medidas operativas, el nudo conceptual del “corralito”:

“El corralito financiero fue, tras el megacanje y la ley de déficit cero, otro intento desesperado para salvar la convertibilidad: se implantó para frenar la corrida bancaria y la salida de capitales que estaba vaciando las reservas del Banco Central.

Fue la solución de un deudor desahuciado, que hace cualquier cosa con tal de durar un poco más. La recesión ya tenía tres años, la fuga de capitales fue de 19.000 millones de dólares en 2001, la pérdida de reservas del Banco Central de 12.000 millones y se había cerrado toda fuente de crédito externo. Con o sin corralito, no se podía salvar la convertibilidad” (3).

Al no recibir fondos nacionales, las provincias emitieron cuasi monedas reemplazando al peso.

El Final
El 15 de diciembre se registraron saqueos en Entre Ríos y Mendoza. El 19 comienzan en parte del conurbano bonaerense. La CGT “dialoguista” (Rodolfo Daer) y la CGT “combativa” (Hugo Moyano), exigen la renuncia de Cavallo. Aumentan las movilizaciones y el gobierno decreta el Estado de Sitio en todo el país. No obstante, la bronca venció al miedo y pese a las refriegas registradas en el centro porteño y otras grandes ciudades, al atardecer una multitud se concentró en los barrios y luego, grandes columnas golpeando cacerolas ocuparon la Plaza de Mayo.

“Piquete y cacerola / la lucha es una sola”; es la consigna unitaria que entona la gente, sin diferencias de clase. Otro estribillo se emparenta al anterior: “Qué se vayan todos / Qué no quede / ni uno sólo”. Esa misma noche Cavallo renunció, pero la convulsión social no había terminado.

El día 20 Plaza de Mayo amaneció todavía ocupada por manifestantes que a media mañana fueron brutalmente desalojados por fuerzas policiales. El presidente seguía reunido con su círculo íntimo, mientras en la calle se desarrollaba una represión que no se veía desde la última dictadura.

Finalmente el presidente aceptó renunciar a su cargo, pero previamente, habría intentado comprometer al Ejército en el restablecimiento del orden, a lo que el titular de la Fuerza se habría negado. El telón de fondo de la tragedia es la imagen del helicóptero presidencial despegando de la Casa Rosada, con el Jefe de Estado renunciante a bordo mientras el país ardía. Se estima que hubo 34 muertos, centenares de heridos y detenidos.

Pese a la catástrofe, las instituciones sostuvieron la democracia. Una sucesión de presidentes provisionales en pocos días, culminó con la nominación del senador Eduardo Duhalde, como presidente provisional. Éste tuvo el apoyo político con el que no contaron sus antecesores. Duhalde aplicó una fuerte devaluación que a la par que empobreció aún más a nuestra población, enterró también el “uno a uno”.

“Quién depositó dólares, recibirá dólares”, afirmó Duhalde. La realidad es que (nueva ley mediante) los ahorristas terminaron recibiendo sus depósitos “pesificados” a $1,40, cuando el dólar en la calle alcanza cifras astronómicas.

Pese a la novedad del “uno a uno” que circunstancialmente fue útil, las medidas de fondo que la acompañaron y dieron vuelta la matriz productiva argentina por muchos años, fueron las anacrónicas recetas económicas que por entonces, ya fracasaban en todo el mundo.

1) Revista Mercado – Buenos Aires – 02-12-99.-
2) Historia de la Economía Argentina del Siglo XX, N° 55.- Ed. La Página – Bs. As. 2007.-
3) Ibidem.-

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