Finalizaba el mes de marzo de 2005. Los legisladores nacionales opositores al gobierno de Néstor Kirchner, habían logrado reunir el quórum necesario para interpelar al jefe de gabinete Alberto Fernández. Motivaba el pedido de informes, entre otras cuestiones, el escándalo suscitado por el recientemente descubierto tráfico de drogas a España a través de valijas transportadas por la aerolínea Southern Winds. La dureza de los cuestionamientos y la intransigencia en los planteos de los parlamentarios opositores, habrían motivado el enojo presidencial, que salió en defensa de su cuestionado ministro.
Aludiendo a los legisladores de la oposición, el primer mandatario contraatacó:
“Cuando escucho a algunos diputados de la oposición, que nos generaron la crisis de 2001 y hablan como si fueran paracaidistas húngaros, realmente uno a veces los mira con dolor y le dan ganas de decir; qué poco se ha aprendido.”
La metáfora castrense sorprendió a más de un observador. Quizás por la lejanía que media entre la placidez del Parlamento y la dureza del campo de batalla. Los paracaidistas húngaros fueron una de las primeras fuerzas especializadas del mundo, en esa forma de combate. Ya en los inicios de esa modalidad de lucha, Hungría conformó un cuerpo de élite tomando como base a los paracaidistas deportivos que existían en ese país. Como aliadas de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, las Fuerzas Armadas húngaras participaron en el frente ruso y en el de Los Balcanes; siendo destacada la acción de los paracaidistas de esa nacionalidad en audaces operaciones, que no obstante, se vieron opacadas por la propaganda alemana que siempre priorizó la actuación de sus propios afectivos. Los paracaidistas húngaros pasaron a ser parte de la historia militar, como una fuerza de alta capacidad combativa y probada eficacia. Esa frase en el siglo XXI y en el contexto político en el que el presidente Néstor Kirchner la pronunció, tuvo un indiscutible sentido irónico.
Pero ese pronunciamiento se inscribe en una tradición de presidentes, que apelaron a determinadas frases para apostrofar a sus adversarios.
Son recordables algunas expresiones como la de “piantavotos” utilizada por el General Juan Perón en 1946 para referirse a algunos de sus seguidores que a su juicio, espantaban adherentes. O el calificativo de “farabutes” con que el mismo mandatario reprendió a un sector de su militancia en 1973. “Farabute” es una expresión lunfarda que vale por frívola, irresponsable: sinónimo antiguo de “chanta” en el habla popular de Buenos Aires. Pero también la prensa se dedicó a estigmatizar presidentes en distintas oportunidades; basta con mencionar al “zorro” Julio Argentino Roca, llamado así por su probada habilidad política. Al “peludo” Hipólito Yrigoyen, que según sus detractores “estaban siempre en la cueva”, como el animalito del mismo nombre. Décadas más tarde, el presidente Arturo Illia era caricaturizado en algunas publicaciones, como una tortuga, por su presunta lentitud gobernativa.
A la luz de los ejemplos mencionados, queda claro que la costumbre de calificar con seudónimos o figuras comparativas, cuenta en nuestra historia con una larga saga de adeptos.