Alejandra Pizarnik – (1936-1972)
Decían de Alejandra Pizarnik que nació con la oscuridad en su alma. Su rebeldía, su aire trágico y su pasión se nutrieron de sus propias tinieblas para tejer una poesía única e irrepetible. Nos habló de jaulas, de ojos, de piedras muy pesadas y de Isabel Bathory, la condesa sangrienta. Navegó como nadie, entre la locura y lo onírico, para dejarnos una obra excepcional.
Fue esa mujer que siempre se sintió una extranjera en este mundo. Hablaba español con acento europeo. Le carcomían los complejos, sus subidas de peso. Su niñez estuvo teñida de desencantos, de miedos, de vacíos… (el cielo tiene el color de la infancia muerta, escribió una vez). Se comenta también que lo intentó todo en la vida, periodismo, filosofía, pintura…, pero sólo la poesía y las anfetaminas dieron alivio a sus nerviosos pensamientos.
Alejandra Pizarnik fue también esa poeta argentina que dejó su estela en París y que impregnó su mente y corazón de la etapa final del surrealismo. Entabló amistad con André Breton, Yves Bonnefoy y, sobre todo, con alguien que fue clave en su vida y también en su carrera como notable poeta: Octavio Paz.
Nadie exploró como ella el sufrimiento y la locura. Era esa mujer desdoblada que decía tener en su interior gemelas muertas: Alejandras pasadas y Alejandras del presente, que nunca se atrevió a ser. Se quitó la vida en 1972 con 36 años. No obstante, fue un fin anunciado, porque pasó toda su existencia de puntillas, en ese abismo al que se asomó en diversas ocasiones.
Hasta que al final, halló la liberación para sus tormentos, para sus oscuridades.
A día de hoy Alejandra Pizarnik sigue siendo conocida como la última poeta maldita de América. Leerla es sumergirnos a partes iguales en el romanticismo, el surrealismo, el universo de lo gótico y también en el psicoanálisis. Un universo singular que no deja a nadie indiferente.
Cristina Eseiza
Profesora en Letras – UBA – Escritora