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La Forma del Agua
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La Forma del Agua

Baltimore, Maryland, 1962. La Guerra Fría está en su apogeo y Estados Unidos busca la forma de ganar terreno contra la Unión Soviética. Los laboratorios secretos parecen expandirse bajo el radar de los habitantes, en una carrera frenética para descubrir la nueva arma que les brinde la delantera.

Elisa Esposito (la fabulosa Sally Hawkins) trabaja como empleada de limpieza en una de estas instalaciones. Comparte el turno con Zelda (la gran Octavia Spencer) quien se pasa cada hora del trabajo cuidando a su amiga para que siempre fiche a tiempo, realice sus labores sin problemas, y descargándose con ella de sus dilemas cotidianos. La vida abúlica de casada, las exigencias de sus jefes militares, el típico “chismerío” de todo trabajo. Elisa escucha todo, con una semi sonrisa siempre dibujada en el rostro. Contesta con algún gesto.  Elisa es sorda.

Cuando vuelve a su humilde departamento suele compartir las noches Giles (Richard Jenkins), un artista plástico que tuvo su época dorada como ilustrador publicitario, pero que ahora comienza a transitar la tercera edad desempleado, intentando salir del opresor “closet” para intentar darle un poco de sentido a una vida que se le escurre de las manos. Los dos solitarios se complementan, ven películas musicales clásicas e intentan desentrañar, entre bocados de comida y conversaciones deprimentes, el secreto para escapar a la rutina que los está devorando.

Una noche, en el turno que trabaja Elisa, ocurre un incidente dentro de una de las bóvedas. Le indican a Elisa y Zelda que limpien el desastre que hay dentro, y ellas obedecen, sin cuestionar la peculiar situación. Se sabe que en una base secreta pasan cosas extrañas todo el tiempo, pero nada las preparó para lo que terminarían descubriendo.

Dentro de un tanque, proveniente de un rio amazónico, hay una criatura mitad humana, mitad anfibia. Elisa, lejos de sentir repulsión o miedo, siente una inmediata empatía. La criatura está sometida a un destino que no buscó, encerrado en un tubo que se convirtió en su hogar. En el cuello lleva un poderoso collar metálico que le impide moverse. Ella está en una situación similar, sólo que su collar no se le ve.

En cuestión de tiempo, y tras haber ganado la confianza de la criatura a fuerza de huevos hervidos como aperitivo y canciones que le pasa en su tocadiscos portátil, Elisa cae presa de un amor irremediable e imposible.

Sabe que debe ayudar a la criatura a escapar, necesita devolverlo a su hábitat, aunque eso implique perderlo, pero sacar a un ser tan vistoso como aquel bajo las narices de la milicia y, especialmente, del coronel Richard Strickland (el siempre brillante Michael Shannon, que da más miedo que nunca) que parece tener una cruzada personal contra la criatura.

Para colmo de males, el coronel está cada vez más paranoico porque cree que hay un espía ruso infiltrado, y ya se sabe lo que se dice sobre los paranoicos: no creen que los persiguen, lo saben.

La forma del agua es una de las obras maestras de Guillermo del Toro, que le valió el Óscar a mejor director y mejor película. Su film es un homenaje al cine de terror clásico, con una clara inspiración en La Criatura de la Laguna Negra. Aquel largometraje marcó a fuego al director y terminó sacándose las ganas de ver al monstruo y a la protagonista vivir el romance que se merecían. Los elogios no vinieron solos, La forma del agua también le valió acusaciones de plagio en tres oportunidades, todas sin fundamentos que pasaron, al final, como una anécdota sin repercusión alguna.

El elenco brilla, desde los actores secundarios, que apenas tienen un par de líneas, hasta Doug Jones quien personifica a la criatura, y es uno de los actores fetiches del director. Cada vez que algún monstruo emerge de la cabeza de Del Toro, Jones le pone su flaco cuerpo y su habilidad de maestro para transmitir emociones con sus elegantes movimientos.

El film tiene reminiscencias estéticas al cine clásico noir, y el aspecto fantástico resalta con enorme belleza entre las luces azules verdosas de las instalaciones militares. Del Toro dota a su historia de amor, ciencia ficción y terror gore con un manejo de cámara elegante, una puesta de escena ambiciosa y toda su pasión por el cine clásico a disposición del goce del espectador. No le esquiva a las imágenes fuertes, desde mutilaciones hasta una de las escenas de sexo más peculiares de la historia del cine.

Guillermo del Toro ofrece una de las películas más bellas, emocionantes e hipnotizantes de este nuevo siglo. Un aperitivo más que ideal para esta mitad del especial Hollywoodense.

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