Lunfardo
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El Primer Texto Lunfardo
El Escrito anónimo “La Otra Noche en Los Corrales” se sitúa en la dilatada zona de Los Mataderos
El Primer Texto Lunfardo

Melancolía
El lunfardo, tal como hoy llamamos al lenguaje popular de Buenos Aires, responde a necesidades sociales, ecológicas y ambientales de una ciudad siempre cambiante. Otro fue su origen, hace ya más de un siglo. Se trató, nada más y nada menos, de un invento y reinvento de los sectores más marginales de la sociedad, para comunicarse entre ellos. De las cárceles llegó a las calles y de allí a la literatura. De eso tratan el trabajo que sigue y el primer poema conocido que fue el recopilado por Antonio Dellepiane, en 1894, en su estudio El idioma del delito.

La Lengua Proscripta
Hace algo más de un siglo aparecía en Buenos Aires un texto anónimo que traía la novedad de estar escrito en la lengua proscripta: el lunfardo. Se trataba de un dialogo que protagonizaban una prostituta y un aspirante a  rufián o cafiolo del suburbio. El dialogo reitera una situación típica de los primeros sainetes: alguien que quiere engatusar a otro, “hacerle el cuento” y que finalmente termina burlado. Situación típica no solo del llamado sainete porteño sino del español, que le dio origen. El cafiolo o canfinflero (según observó antes Domingo F. Casadevall) pudo ser el chulo, la percanta, la mina del suburbio, una descendiente de la chulapa, de Sevilla o Madrid. Pero en el habla esta la diferencia, en las entonaciones, inflexiones de ese idioma del arrabal que incorpora voces del campo (china = mujer) o expresiones  como “más reversa que una fiera/ que le queman el pajal”, junto con otras que llegan de los idiomas hablados por los inmigrantes. De esa fusión, de ese mestizaje, nace el primer texto lunfardo conocido (al menos, el primero que pasó a la escritura)

La Otra Noche en Los Corrales se sitúa, geográficamente, en la dilatada zona de Los Mataderos, con rancheríos, almacenes y prostíbulos, donde, según dicen, nació el tango, La acción transcurre hacia 1890.

El Gran Conventillo
Buenos Aires tiene entonces alrededor de 440.000 habitantes; de ello, 230.000 son extranjeros recién llegados.

Algunos toman el camino del campo y se  hacen colonos. Pero la mayoría se queda en la ciudad que crece desordenada, a impulsos de un sueño de grandeza diseñado prolijamente por los hombres de la Generación del 80, con la metáfora optimista del progreso.

Pero la realidad es otra. La crisis está latente y estallará poco después. Donde ella se dramatiza con mayor fuerza es en los conventillos. La pobreza, la promiscuidad, el hacinamiento, la falta de higiene alarman a personas respetables como el doctor Guillermo Rawson, que en 1885 publica un enjundioso ensayo acerca de los conventillos.

Conventillo – Buenos Aires – 1903 – Foto Harry Grant Olds

La Crisis de Crecimiento
Buenos Aires sufre su crisis de crecimiento. La Gran Aldea deviene Gran Ciudad, 95.000 inquilinos viven en 37.000 casillas de zinc y madera, de chapa y cartón, antecesoras de nuestras “villas miserias”. Algunas de esas precarias viviendas se transforman en aguantaderos para delincuentes. Otras, para la práctica  de la prostitución.

La otra noche en Los Corrales emerge de ese mundo. Su lengua es la de los cafiolo, las madamas y pupilas y también la de la policía que frecuenta, por necesidad y gajes del oficio, a los ladrones. El lunfardo es, es su origen, simplemente, lengua de ladrones. Se lo habla en esas casillas, laberintos de latas de San Telmo, Balvanera, Concepción, La Piedad y en las piezas de los conventillos populosos.

En los Arrabales del Lunfardo
Cuando uno anda por “por arrabales del lunfardo”, suele encontrar personajes como los que pinta La otra noche en Los Corrales. Y mientras hablan, se los ve vivir.

Si, se habla como se vive. Cada uno verbaliza la realidad de acuerdo por su experiencia. En 1890, podían registrarse diferentes niveles del mismo idioma: no era el mismo español, no era el mismo “argentino”, el hablado por el hombre de campo que el de ciudad ni lo era el de un conservador del Club del Progreso o el Jockey Club, que el de un parroquiano de los almacenes donde los cívicos cosechaban sus simpatizantes. Además, el habla común, el habla coloquial, se enriquecía con nuevas voces de otros idiomas que derivaban en el nuestro.

Hubo cruces y encuentros donde lo ideológico tuvo gran importancia. En 1890 ya funciona un club socialista de obreros alemanes, que forman un “comité internacional” en Buenos Aires para conmemorar el 1° de Mayo. La convocatoria de “los revoltosos” (como los llaman, despectivos, los “guardianes del orden” de esa época) logra, con creces, su objetivo: se reúnen tres mil obreros,  gringos y criollos, que mezclan sus idiomas y su rabia.

Pero desde entonces, el obrero extranjero es mirado con desconfianza por las autoridades cuando milita en alguna organización sindical o partido político. El término “ideología foránea” tiene más de cien años. Es parte de nuestro lenguaje, de nuestros perjuicios, de la experiencia autoritaria de la Argentina. Ridiculizar el idioma foráneo es costumbre de nuestro matonismo verbal.

Para las “buenas conciencias”, el mestizaje de criollos y gringos tiene alfo de obsceno, de insoportable amenaza, ese mestizaje es permisivo, caótico, “plebeyo” y termina reflejándose en las voces que registra el sainete con su tipología de “tanos”, “gallegos”, “turcos”, “rusos”, que se entreveran con los hijos y nietos de Martin Fierro o Juan Moreira.

Vivienda Precaria en la Quema de basura en el Bajo Flores – 1901
Foto Harry Grant Olds

La Lengua Franca del Delito y la Pobreza
Si bien el lunfardo nació como la lengua carcelaria, como jerga criptica de ladrones, se difundió, con la llegada de los inmigrantes, con una lengua franca del conventillo, de la calle, de los negocios fugaces,  de la pobreza y también, desde luego, del delito.

En sus Memorias de un vigilante. José. S. Álvarez (Fray Mocho) recuerda que “entre los lunfardos hay cinco grandes familias: los punguistas o limpia bolsillos; lo que dan la caramayoli o la biaba, o sea los asaltantes; los que cuentan el cuento o hacen el scrucho, vulgarmente llamados estafadores y, finalmente, los que reúnen en su honorable persona, las habilidades de cada especialidad, estos estuches con conocidos por de las cuatro armas”

El lunfardo (nombre que designa tanto al ladrón como a su lenguaje) recibió algunos aportes significativos chamulos gitano, del argot francés, de los genoveses, del inglés, del alemán, hasta del polaco; en fin; voces de los recién llegados, que sus hijos del polaco: en fin; voces de los recién llegados, que sus hijos oyeron y deformaron; idioma marginal, compartido con los criollos, con los hijos del país que en 1890 hablaban un lunfardo algo distinto del que conocemos ahora.

La Otra Noche en Los Corrales, como texto funcional del lunfardo, registra y resume esas lesiones.
Pedro Orgambide – La Maga – 12-04-95

“La Otra Noche en los Corrales”

La otra noche en Los Corrales,
hallé a una china muy mona;
y ahí no más, como por broma,
me le empecé a lamentar.
Entré a llorarle la carta
y ahí nomás le formé un cuento
porque habiendo visto el vento
pensé poderla shacar.

Pero me había equivocado:
era una mina cabrera,
más reversa que una mina fiera
que le queman el pajal;
y como yo me pasara
más de lo que es necesario
se largó con un rosario
muy difícil de rezar.

Empezó con que tenía
Un bacán muy a la gurda
Y que ella no era una turra
Que la pudieran sacar
Me dijo: ¿piensa filarme
Con un cuento tan fulero?

Soy mina de un mayorengo
Y lo he de hacer encanar.

Pero yo que soy cabrero
Para eso de estar en cana,
Le dije: Nadie la afana,
Pa’que se pone a esquillar
Y ahí no más le largué un lengo
mistongo que yo tenía,
Y le batí si quería
darle el enaje al bacán.

Me contestó, es imposible,
pero no es por despreciarlo,
es que yo tengo un otario
que lo ando por afanar;
estoy por ver si el bulín
me arregla,  porque es estazo,
y después el esquinazo,
de búten se lo he de dar.

Pero falta ver si Usté
no me las cuenta de vado
y tiene otra mina al lado
más a la gurda que yo;
por eso quiero advertirle
que soy mujer estriladora
y no quiero que otra lora
venga a mandar en mi amor.

Por ello y otras razones
quiero que me bata el justo
para librarme de un susto
si se aparece el bacán;
hoy le toca la dormida
y es muy fácil concebir
que a eso de las once y media
caiga escabiado al bulín.

Entonces yo le batí
que la hablase a la madama
que conmigo a la posada
pensaba irse a dormir;
y cuando venga su mino,
dígale que lo despida,
qué usté ha tomado dormida
y le es imposible abrir.
Se arregló con la madama,
juntos del tambo enajamos
a una posada llegamos
adonde un cuarto pidió;
y a eso de la madrugada
me hizo el vento y la marroca
Y espiantándose la loca
amurado me dejó.

¡Me hubieran visto esquillar
por la marroca y el vento
¡Después que creí que el cuento
ella se lo había tomado!
Me visto y me voy al tambo
derecho a darle la biaba
y me dijo la madama:
espiantá, otario afanado

Así, ya lo ven señores,
¡Quién se lo imaginaría
Que el otario que tenía
Yo mismo tenía que ser!
Yo creí bien hecho mi cuento
Y ella me filó primero,
Largándome tan fulero
Como Ustedes ya lo ven.

Esto servirá de ejemplo
al que sea caloteador,
busque otro medio mejor
cuando pretenda afanar;
no le pase lo que a mí
me pasó, hace poco tiempo,
que la marroca y el vento
me hicieron, por calotear.

Anónimo lunfardo – (Alrededor de 1890)

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