Columna
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Acerca del Odio y Otros Demonios
El discurso de odio que ha sido la forma de comunicarse de la derecha y de sus expresiones mediáticas y judiciales
Acerca del Odio y Otros Demonios

Sí, yo fui una de los miles que lo vio en directo. Cambiar de canal a ver si se confirmaba. Encender la radio y pasar de emisoras amigas a enemigas. Contemplar la escena repetida. Nadie atronaba el celular como cuando Néstor. Silencio: sólo el sonido del televisor. Me fui a dormir. El viernes la marcha, los abrazos, los cantos. Debo haber caído en estado de conciencia el sábado después de mediodía. Y todavía me dura. Ni intento describirlo. Me llevó cuatro días más sentarme a escribir.

El 3 de septiembre me resistía a escuchar un audio de nuestra amiga también llamada Cristina.

Oírlo fue perder la inocencia. Decía -muy nietzchaena- que se trataba de un hecho irreparable, Cristina no murió pero alguien quiso matarla y eso es lo irreparable. Algo ha muerto, simbólicamente. Ahora viene el llanto, la paz de la tristeza, la aceptación. El magnicidio frustrado (frustrado esta vez, digámoslo).

En el horizonte sólo se vislumbra un abismo de incertidumbre, ¿camino sin retorno? Porque el sendero del atentado vino por episodios sucesivos: Luciani, los escraches en la puerta de la casa, las vallas del Pelado.

Cuando se persigue la desaparición política de una expresidenta elegida dos veces por el voto popular, vicepresidenta en ejercicio y líder de un movimiento histórico, se viaja por un camino sin retorno. Su desaparición física en el plano simbólico, acompañada del pedido fiscal de cárcel e inhabilitación de por vida para ejercer cargos públicos, equivale a la bala que no salió de la recámara del arma de Fernando Sabag. La bala apuntaba al corazón de la propia democracia: no la mata, pero la empuja hacia un abismo de incertidumbres y peligros y prefigura un escenario inimaginable.

La violencia simbólica es el impulso de la violencia física. Se comienza por la injuria, por la humillación, por el insulto, por el escrache fomentado, por la mentira, por el desprecio, por la demonización. Y después los hechos.

La derecha no imaginó, no midió, no tomó conciencia de la tragedia que estuvo a punto de suceder, que no hubiera beneficiado a nadie. Si el atentado hubiera tenido éxito, en este momento el país estaría en llamas igual que el futuro de los 46 millones de argentinos.

Si fue un acto individual o parte de un plan desestabilizador, para el caso es lo mismo: parte del discurso de odio que ha sido la forma de comunicarse de la derecha y de sus expresiones mediáticas y judiciales.

Hay una triple asociación (¿ilícita?, ¿tácita?, ¿fanática?, todas esdrújulas) política, mediática y judicial, que impulsa golpes blandos o duros y procesos de estigmatización con su remanida prédica contra el populismo peronista y la corrupción (sin que se sepa bien de qué se trata).

Aunque el relato mediático hace foco exclusivo en ella, resulta difícil creer que la derecha viene sólo por Cristina y por el peronismo: la Argentina no está aislada del mundo. La derecha viene por todo, con planes de más concentración económica y eliminación de las leyes laborales, previsionales y sociales.

Además de a la política nacional, popular y democrática (por sintetizar de algún modo), esa corriente de disciplinamiento va dirigida específicamente a las mujeres que se atreven a hacer política, a llegar a espacios de liderazgo y a enfrentar a los poderes económicos.

Con profunda irresponsabilidad, cierta dirigencia política exacerba la “grieta” y, además, pone en evidencia su incapacidad para ofrecer otras respuestas.

La derecha y sus medios de comunicación repiten un discurso de odio, de agravio, de negación del otro, que estigmatiza, criminaliza a cualquier dirigente popular e incluso a sus simpatizantes (La Cámpora, los kukas).

Es un odio, que sabe a la perfección usar las “nuevas” herramientas de las fake news y las shit news, nutriéndolas con las normas de un escenario de odio, violencia, rencor: una manera eficaz de captar atención masiva de una enorme audiencia que asiste –por televisión- al diario espectáculo del odio en prime time.

Y ese odio también invade a los comunicadores que, impunemente, mienten y alimentan la brecha entre los de arriba y los de abajo.

Sólo un ejemplo entre cientos de miles. En 2016, Jorge Lanata la llamó “pobre vieja enferma (…) Ojalá la historia la juzgue como la mierda que fue”.

Con su espíritu antidemocrático, el partido judicial y mediático, provocó sin medir las consecuencias la movilización de todo el campo popular (no sólo peronista) en defensa de la vicepresidenta y de la democracia. Confiando en la manipulación del imaginario colectivo, no esperaban el aluvión masivo (medio millón de personas en la Plaza de Mayo). Apostó a que toda la atención estaba puesta en la inflación y la escalada de los precios.

Todavía es demasiado temprano para comprender nada a fondo…

Mientras los partidos de oposición al Gobierno impidieron el sábado último que se incluyera un párrafo referido a los discursos de odio en los medios de comunicación, recordamos el documento de las Naciones Unidas de 2019. Van algunos párrafos.

Estrategia y Plan de Acción de las Naciones Unidas sobre el discurso del odio (mayo de 2019)

En todo el mundo, estamos presenciando una inquietante oleada de xenofobia, racismo e intolerancia, con un aumento del antisemitismo, el odio contra los musulmanes y la persecución de los cristianos.

Y no se trata de un fenómeno aislado, ni de las estridencias de cuatro individuos al margen de la sociedad. El odio se está generalizando, tanto en las democracias liberales como en los sistemas autoritarios y, con cada norma que se rompe, se debilitan los pilares de nuestra común humanidad.

El discurso de odio constituye una amenaza para los valores democráticos, la estabilidad social y la paz, y las Naciones Unidas deben hacerle frente en todo momento por una cuestión de principios. El silencio puede ser una señal de indiferencia al fanatismo y la intolerancia, incluso en los momentos en que la situación se agrava y las personas vulnerables se convierten en víctimas.

Poner coto al discurso de odio también resulta crucial para impulsar el progreso en toda la agenda de las Naciones Unidas, dado que contribuye a prevenir los conflictos armados, los crímenes atroces y el terrorismo, poner fin a la violencia contra la mujer y otras violaciones graves de los derechos humanos, y promover sociedades pacíficas, inclusivas y justas.

Hacer frente al discurso de odio no significa limitar la libertad de expresión ni prohibir su ejercicio, sino impedir que este tipo de discurso degenere en algo más peligroso, como la incitación a la discriminación, la hostilidad y la violencia, que están prohibidas por el derecho internacional.

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