Al Pie de la Letra
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El Golpe Certero
Relato de Pablo Diringuer
El Golpe Certero

Edificios de departamento… ese patio interior entre diferentes construcciones a modo de «pulmón» que sólo respiraba ese aire gris de taciturno mediodía pasado de tiempos y calores ejemplificadores del aburrimiento veraniego en ciernes.

Ella posaba sobre el marco ventanal un jarro pírex, mitad agua, mitad vacío, y en el medio, casi recostada sobre el vidrioso borde, una larguirucha margarita solitaria y ese sol central de su amarillo, se conformaba con los enésimos pétalos blancuzcos que adulaban su ser central en el medio del insignificante universo dentro de esa paupérrima casi maceta de cristal que brillaba sobre las alturas de ese callejón edilicio, y ni siquiera los gorriones perdidos gastaban ojos por entre esas alturas tenebrosas sobre los pisos quince del urbano paisaje.

Acababa ella, de posar esa miserable especie de maceta cristalera sobre ese marco ventanal y una música al azar salida de ese equipo estéreo radial, la obnubilaba, como si, por pura casualidad, se hubiese combinado con un momento lejano y, al mismo tiempo, algo completamente real y presente de su propia actualidad; luego, como completamente comprometida con los hechos… lloraba… desconsoladamente lloraba y esa transpiración ocular recaía sudores que no rebasaban ese jarrón vidriado en su contenido, solamente caían sobre el borde ventanal, y esa roja baldosa recortada de a mitades, imantaba redondeles acuíferos como calcomanías o tatuajes mientras su tristeza sólo tenía el fin del concatenado nuevo final.

Es que… no había sido como ella lo había previsto; no había resultado para nada como ella lo hubo de imaginar, y ese obvio devenir hubo de resultar como un disparo en la oscuridad o, en todo caso, como un trabucazo cuya culata explotó y salpicó esquirlas en el anverso de las intenciones.

Milena sabía de conciencias asequibles y administradas de responsabilidad, por ende, no se permitía en lo más íntimo, el justificarse sobre si había hecho lo justo o indispensable de lo sucedido. A medida que pasaban los minutos, ella sólo posaba sus codos sobre el borde ventanal y lloraba. De a ratos, se auto convencía de la justeza de sus actos… pero, inevitablemente después, ese maldito reloj del gastador argumental, arruinaba y desequilibraba esa especie de pseudo-balanza justiciera y razonable de actitudes.

Los vaivenes sentimentales la habían perdido a más no poder y en esa última oportunidad, había actuado como una extraña, como si hubiese sido momentáneamente otra persona irreconocible y, por ende, ese raro comportamiento, su única y práctica respuesta. Las vueltas de la vida en esas idas y regresos alrededor del amor; resultaba ser que, ella lo había dejado y él la buscó encarecidamente y ella, finalmente aceptó… Pero después de alrededor de dos años de estar juntos, inesperadamente él la dejó; sí, increíblemente e inesperadamente, él, sin ninguna explicación de por medio, la abandonó sin ton ni son y encima, él no quiso saber nada de nada en las conversaciones póstumas y hasta la menospreció e ignoró en sus dichos anhelados de conciliación y reconciliación y hasta sugirió ironías sopesadoras de incipientes denigrantes consecuencias. Ella, no pudo soportarlo y hasta divagó noches enteras con contadas amigas de contención así como también, las miradas nocturnas llenas de oscuridad recostada en su cama a ese cielo raso lleno de blancura grisácea de interrogantes.

Milena se encerró en su cuarto pero básicamente dentro de su prisión de carne y huesos y esos tres milímetros de espesor del hueso craneano, impedían explotar sus chispazos que rebotaban por todo ese hemisferio cerebral como polos eléctricos convulsionantes de agresividad.

La margarita flotaba rejuvenecida en medio del agua jarrera y Milena ya no le prestaba atención, esa flor había sido el último recuerdo tangible de ese amor que, simplemente, ya no estaba. No tenía ningún sentido para ella deshojar esos pétalos alrededor del amarillo central que la componía… sin embargo… ese sonido lejano que retumbaba en medio de ese día domingo alrededor de la hora quince sobre todo entre medio de esas paredes edilicias del barrio, optó por, nuevamente, observar a la pequeña flor flotar sus extremidades llenas de pétalos y reconsiderar y cambiar diametralmente su accionar displicente al respecto. Finalmente, y a medida que esa sirena acrecentaba su robótico y reiterativo sonido, tomo otra vez la margarita entre sus manos y comenzó a arrancar uno tras otro todos los pétalos que rodeaban ese sol amarillo de su centro. A medida que acrecentaba la sirena el sonido, ella arrancaba rítmicamente uno por uno como en un estado de shock mezclado con un cierto automatismo imantado de acciones inequívocas.

Cuando la alarma cesó en su volumen caótico y fuerte, ella había despegado el último pétalo y ya, casi no lloraba. Sobre esa ventana, desde la calle, todo el mundo podía observarla, y ella -obviamente- a los demás también.

El patrullero cesó de alarmas y los uniformados descendieron de su interior, y muñidos de parlantes y megáfonos se dirigieron a su persona: -«Señorita Milena M. queda usted detenida por el probable asesinato del joven masculino quien fuera su conchabo sentimental hasta las últimas horas del día de la fecha; haga el favor de no resistirse a la autoridad y abrirnos la puerta de su domicilio a la brevedad, caso contrario nos veremos en la obligación de actuar por la fuerza»…

Milena empujó el jarrón pírex con su codo hacia el vacío desde ese piso catorce mientras los pétalos arrancados y su sol central todavía flotaban en el medio del mismo, luego observó a uno de sus costados, sobre ese sofá en el cual poco tiempo atrás hubo de compartir momentos de histrionismo junto a su ex-novio; ahora allí, estaba su bolso, dentro del mismo afloraba ese revólver calibre 38 cuyo único disparo había dado en el epicentro del corazón del occiso, quizá, alguna metáfora de ese otro tiro que ella, Milena M. había recibido pocos días antes en ese músculo que bombeaba a movimientos más que acelerados.

Por Pablo Diringuer

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