Las Bodegas Giol fueron en algunas épocas un símbolo de la Argentina industrial. Otro tanto representan los nombres de Cocinas Longvie o calefones y cocinas Volcán.
Estas marcas señeras a pesar de representar cosas tan distintas como vinos o calefones, tienen un denominador común: a mediados de los años noventa sus instalaciones estaban ocupadas por gente que las usaba como vivienda. La misma suerte habían corrido muchos establecimientos que antes ofrecían trabajo y por entonces sólo les quedaba un techo para dar. Giol se convirtió en un caso testigo ante todo, por estar enclavado en una zona de alto valor inmobiliario, en Paraguay y Godoy Cruz de Palermo Viejo.
Cuando fue ocupado el edificio, a la sorpresa de muchos vecinos siguieron las quejas. Primero se argumento que dicha ocupación, desvalorizaba las propiedades. Luego la creciente ola de delitos en la zona, para mucha gente no tenía relación con el crecimiento de los ilícitos en general, sino que estaba vinculado con los ocupantes de la bodega.
Rechazado por los vecinos, sospechados por la policía y convertidos en un dolor de cabeza para el gobierno porteño, los ocupantes de Giol después de muchas idas y venidas, a principios de octubre de 1994 se enfrentaron al desalojo definitivo. El jueves 4, unos trescientos efectivos de la Policía Federal apoyados por ocho carros de asalto, cercaron el edificio y se prepararon a un eventual asalto en caso de que los ocupantes no desalojaran pacíficamente.
Horas antes abogados de los habitantes de la bodega habían presentado un recurso de Hábeas Corpus ante el juez correspondiente. El recurso fue rechazado y el juez Aliberti ordenó cumplir el desalojo.
En una tensa negociación que involucró a la Comuna Porteña y a la empresa Ferrocarriles Argentinos (propietaria del predio), finalmente se acordó desocupar el lugar y a cambio, el municipio alojaría a la gente en hoteles particulares durante un mes, con vistas a una solución definitiva.
Los ocupantes en silencio y pacíficamente, abandonaron el edificio cargando sus pertenencias.
“Nunca supimos cuantos vivían ahí”, confesó el entonces secretario de Seguridad Social porteño, Alfredo Agulleiro.
“Somos más de mil”, decían los ocupantes.
Al final se reubicaron algo más de 600 personas, entre ellas 171 familias.
Giol fue un caso muy conocido, pero apenas uno más.
Libro Pintadas Puntuales – Roberto Bongiorno – Ángel Pizzorno – Testimonios – 2020