Costumbres
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Truco, un Argentino de Veras
El que tiene cartas puede perder y el que no ha ligado puede ganar
Truco, un Argentino de Veras

Tan local como el dulce de leche, es el juego de cartas que ha logrado más difusión, más popularidad y más fidelidades entre nosotros. Pone a prueba la viveza y la rapidez del jugador y convida a seguir disputando un pozo imaginario para ganarlo casi sin nada de merca

Así como se denomina al futbol como el más popular de los deportes, podemos- sin temor a equivocarnos- hablar del truco como del más popular de los juegos de cartas de nuestro país.

Consultando un diccionario (libro tan poco frecuentado como la guía telefónica porque todo el mundo prefiera llamar a un amigo, pariente o entendido o revolver agendas y escritorios antes de ir a las fuentes) vemos que en Chile la palabra truco vale como “puñada, trompis” y en España como “treta o ardid engañoso” (Sopena, tomo VI). Y algo de eso hay porque este juego, que es tan local como el dulce de leche, resulta a todas luces un enfrentamiento realizado en base al chicaneo.

De las barajas españolas originales aplicadas a otros juegos por los yoyegas se han sustraído dos, cuyos valores se han sustraído dos, cuyos valores se les han asignado respectivamente a la infantería y a la caballería. El 9 y el 8.

No son los únicos valores sustraídos que se les importa a tan prestigiosas armas, sin duda, injustamente. Así que al diez de infantería se le ha asignado el valor de ocho y al once de infantería nueve, por lo que no se adivina si al final les fue para mejor o peor. Al rey le fue mejor, sin duda, porque se sabe que ser un “diez” (Pelé, Maradona, Bo Derek o el Pibe Diez de “Titanes en el ring”) es mucho más que ser un doce (como su carta lo indica). Todo esto demuestra sin duda lo improvisado que ha sido el nacimiento de este juego y por eso mismo lo lógico que resulta que hayamos sido nosotros sus creadores. Se comenta incluso que, definitivamente, las dos cartas afanadas del mazo se han dado por desaparecidas.

El Truco – Molina Campos

Terapia de Pareja
El truco se juega de a dos, cuatro o seis jugadores. De a dos resulta un mano a mano de características silenciosas y poco elocuentes de su espíritu, salvo que haya público para el que actuar y al cual dirigirse con las chanzas al adversario. De a cuatro se juega por parejas y es donde mejor se luce porque ya se pueden pasar señas, establecer amistades t hacer yunta con un cumpa, pata. Además, el público está entre los mismos jugadores y no hace falta más claque. De a seis resulta entre dos “equipos a trois”, que una mano juegan en redondo y otra pica a pica, enfrentándose un jugador por bando contra el que está sentado simétricamente en el lado opuesto de la mesa. Como se sabe que los argentinos no andamos muy bien en equipo se puede considerar que no es tampoco el truco de seis el que más se disfruta. Siempre te toca, por simple promedio, algún loquito o algún pichirilo que en los pica a pica te pierde los muy valiosos puntos que supimos conquistar.

El Factor Humano
Es cierto que en el truco hay algunas cartas que son más importantes que otras y que -enfrentadas- se imponen por simple presencia. También es cierto que – de facto- se establece entre las cartas que te tocaron algunas asociaciones más valiosas que las del adversario. Así que el tener o no tener cartas ganadoras solo depende de lo que te den sin poder pedir un cambiazo como en el póquer. Pero la magia de este juego reside en que igual se le puede ganar al que tiene sin uno tener que ganarle. Es decir, si vos asustás a tu rival, si logras que él crea que vos tenés mejores cartas que él, si conseguís que se achique y prefiera no confrontar abiertamente sus cartas con las tuyas por temor a perder más puntos de los que pierde por “irse al mazo”, vos, con menos que el otro, le podes ganar. Y es aquí donde reside el mérito de este juego. Ese es el quid de la cuestión: el factor humano. Eso es lo que equilibra la suerte del que liga con el proleta. El desprovisto de merca puede ganar gracias a su intuición, su personalidad, su escruche del otro, su capacidad  para el arte de la interpretación del tener, no teniendo. Aquí vale su capacidad de dar el phisique du rol del que está cargado para su “Actor’s Studio”, su voz modulada exactamente su picardía de zorro para ocultar, simular, mentir sin prejuicios ni remordimientos (porque si hay un mérito que hoza de unánime admiración entre los jugadores del truco es precisamente el de saber mentir)

Street’s University
Si el que tiene cartas puede perder y el que no ha ligado puede ganar, quiere decir que ésta es una tarca para superyeca. Es la calle la que da los conocimientos necesarios para jugar al truco. Es allí donde se toman clases para éste juego y donde se realizan los entrenamientos. Ahí aprendes a sopesar si el dato que te pasa el burrero esta para apostar o no tu sueldo a las patas de su caballo, ahí donde sabes a puro golpe de vista si el que te llora esta fusilado de verdad o te hace el cuento para pagarte el día de le escarapela y así de paso cambia su coche con tu guita. Es ahí mismo donde aprendes  que a veces es preferible perder y resignar antes de meterse en camisa de once varas porque in soldado vivo sirve para otra guerra y también donde valoras el coraje de jugarse  por algo que uno cree, aunque todo le indique que es más conveniente lo contrario.

En la universidad de la calle dan título de doctor en truco. Ahí y con Lito Cruz.

Tiempo Argentino – 13-08-85

Estudiar Arte Escénico
Si Humphrey Bogart tiene cara de póquer, la cara de truco vendría a ser la de Darío Vittori, porque todo lo que tiene el póquer de misterioso e intrigante lo tiene el truco de comedia italiana. Sin embargo, Landriscina pagaría más que el tano, porque el truco es puro sainete criollo, gracia gauchesca bajo el ombú, simpatía nativa y tiene mucho que ver  con las payadas , la chacarera, el chamamé y los cuartetos. El truco es un protagonista valioso de esa hermosa cultura nuestra de la fiesta popular donde los actores la van de boxeadores sentados que hacen fintas y le muestran la izquierda para pegarte con la derecha. En un escenario “a nivel” los actores que juegan dan su “rol” en una rutina de enredos, gritos, provocaciones, mentiras, presiones a viva voz y simulaciones divertidas. Todo lo que tiene el póquer de silencios sugestivos lo tiene el truco de ruidos, algarabía y festejos. Aquí la secuencia no es dramática. El que gana no controla sus músculos faciales para reprimir su satisfacción defendiéndose se la ira y el dolor del que ha perdido. En el truco, el perdedor recibe toda clase de pullas. Le enrostran la derrota. Le hacen saber que lo han vencido y encima te gastan. Te hacen sentir que gracias a su mayor “muñeca” te han ganado y que piensan disfrutar abiertamente de ese éxito. En este juego se recita poesía, se hacen exclamaciones de júbilo y se pone en escena una obra de oración colectiva ideal para cargar a los que se chivan.

Las Cartas Sobre la Mesa
Espadas, copas, oro y palos. Mirá si esto no es un juego de hombres. El ejército, la cultura de la violencia, la bebida, la farra, la guita, el capital; y los palos, el fracaso, los golpes de la vida, la fuerza bruta están representados en las cuatro familias de cartas en juego Familiar de poder.

También está presente la religión. El pobre Cristo es uno que tiene la pretensión de jugar con semejantes factores de poder.

El as de espadas le gana al as de bastos, éste al siete de espadas, éste al siete “bravo” de oros: el dorado a cualquiera de los “tres”.

Los “tres” a los “dos”, los “dos” a los otros dos ases berretas y los unos a los reyes. El rey a los caballos, los caballos a los pajes, esos que andan de a pie, la infantería a los otros dos sietes que no eran bravos; los siete a los seis, los seis a los cinco, los cinco a los trocua, que vienen a ser el último orejón del tarro. Serán tan de última que está prohibido cantarle el truco al cuatro del adversario cuando es su última carta en juego, seguramente por aquello tan hispánico del Derecho de Indias de protección del aborigen, tan loable de no hacer astillas del árbol caído o tan criollo de respetar al más débil.

Sin embargo, cuando uno liga de todo, muchas veces daría su vida por tener algún trocua. No hay nada más bocina que andar en un Renault Fuego, con un Rolex de oro, parar en un quiosco para comprar puchos y descubrir que solo te quedan dólares en el bolsillo. Se pelás los dólares y te ve uno de los “chicos malos” podes empezar a correr. El trocua te da ese no sé qué de clase media, de tipo común, de quiero y no puedo que hace que el otro dude, Aunque sea un instante. Ese instante te puede salvar.

Clarín – 03-02-85

Es que en el juego las diferencias abrumadoras de ligue entre uno y otro no le sirven de mucho ni al “ciego” (el que no “ve” nada de cartas en su mano) ni al afortunado. En realidad lo divertido es que ambos tengan algo para pretender ganar. Si los dos se tienen confianza empezaran a cantarse trucos y retrucos, envidos y reales envidos y los puntos en disputa irán aumentando el imaginario pozo. Por eso es que si estás cargando de cartas buenas y ligás un cuatro es mejor, porque te disimula el poderío y el otro si tiene algo puede picar y entrar en disputa.

Las Señas
En el truco se habla todo el tiempo, pero no para decir la verdad, sino para confundir, presionar o engañar al adversario. Cuando se juega en pareja hay una necesidad de los compañeros de darse los datos de las cartas que tiene cada uno a fin de que el otro actúe en consecuencia. Estas cartas importantes tienen un código de señas fijo que usan todos los jugadores. Y esa es otra característica de la habilidad que el juego exige. Como hacer para pasarle al compañero las señas de lo que uno tiene con el lenguaje gestual que conocen todos y evitar al mismo tiempo que los contrarios se aviven y le descubran a uno el juego. Esto es muy divertido señores. Levantar las cejas denuncia un “ancho” de espadas; el guiño botonea el as de bastos; muequear la boca al costado derecho avisa del siete de espadas y del lado izquierdo el de oros. Morderse el labio inferior te avisa de un tres; tipo besito de Mulatona canta un dos y un as berreta (el “sucio” o el de copas) se avisa con una O silenciosa ligada con el bostezo corto. Todo eso si uno no está nervioso. Lo divertido es cuando nos juntamos Juancito Sánchez y yo en pareja. Aquel tienen el tic del conejo así que pasea las señas del siete bravo por los barrios y yo por ahí adentro a prender y a apagar los ojos o pegó algún cabezazo imaginario y entre los dos volvemos locos a los contrarios. Nadie nos quiere jugar, encima afanamos.

Lo del cabezazo denuncia que tenés mucho “tanto” para el envido, casi las 33 de mano que te hace imbatible si es que no sale algún gracioso cantando una flor. También, el cabezazo exige un gran nivel de preparación física para el deporte. No sería la primera vez que en algún mamao por avisar, del envión, termine de cabeza en el suelo.

El Tango, el Truco y Freud
Hay muchas mujeres que juegan súper bien al truco, es más, la mayoría de las mujeres que se “atreven” al truco juegan muy bien, pero aun así que en ese juego los hombres siempre intentarán que ellas la vayan de “oyentes” y no de algunas regulares del establishment. Es más, si la liberación femenina, consiguiera que las mujeres no solo jugarán sino también que se hagan lugar de tiempo para practicarlo, no es descartable pensar que los hombres se refugiarían en el jugar a las muñecas. Algunas mentes retorcidas han preferido leer en la mitología de los guapos del tango cierta homosexualidad latente por el solo hecho de que esa música era bailada entre hombres en las esquinas de los barrios al son del organito, cuando cualquier hombre bien pensante puede advertir que las cuestiones del asunto eran cosas de machos. Pero no quiero imaginarme la reacción del Sigmund Freud si hubiera pasado por estas tierras y hubiera asistido a una sesión de truco de a cuatro o de a seis entre varones. No me pregunte nadie que hubiera interpretado al notar esas señas de guiñarse el ojo, tirar besitos, morder los labios con intención de que el otro reciba el mensaje y pegar el cabezazo como indicando la piecita del fondo.

Flor de Tema
Antes del truco, es decir de dirimir la supremacía de unas cartas sobre las otras de acuerdo a su valor (si es que los contrincantes se decidieran a llegar a ese extremo) viene la cuestión del “tanto”. El “tanto” se conforma con la asociación de cartas de la misma familia. Oros con oro; bastos con bastos y así con los demás. Son asuntos que se cocinan en familia y sin juntarse con los de otro palo. Cualquier carta que se asocie con un rey, un caballo o el de infantería se convierte en un veintitantos (según el número de la carta que se asocie a dichas instituciones). Un siete y un rey será veintisiete y así. Pero el veintitantos puede superarse cuando dos cartas del mismo palo sumen diez o más. Así un seis de copa y un cuatro de copas harán treinta y eso seguirá hasta el posible treinta y tres (un siete y un seis).

Dos miembros de las instituciones, llamadas “las viejas” harán veinte a secas, (un rey y un caballo, un caballo y un infante, etcétera).

Pero si el “tanto” se ha cantado , y hay que decir lo que uno tiene, valen las cartas Solari, sin acompañamiento de naides y siempre cualquier siete será más que cualquier seis del oponente.

Todo esto viene a cuento del “envite” o invitación a dirimir supremacías de la asociación de las familias que apoyan el juego de cada jugador. Este asunto responde al nombre del “envido”.

Ante el solo pronunciamiento de esa palabra, el oponente deberá definir si quiere o no quiere. Aquí no hay medias tintas. Los de Géminis abstenerse. No vale un sí ni un bueno. Solo las frases “quiero” o “no quiero” son suficientes. También se puede contestar con otro “envido”, que si es querido por el primero doblará la cantidad de puntos en disputa. Sin embargo, no es solo lo único que se podría responder. Te quedan el “real envido” que vale tres puntos y la “falta en vido” que pone en juego todos los puntos que le falten al que pierde para llegar al final del juego- si se está en las “buenas”- y en el partido, en definitiva, si todavía el que pierde anda en “malas”. Esto de buenas y malas es un párrafo aparte. Como se juegan treinta puntos y el que los suma primero gana, se considera estar en malas dentro de los primeros quince y en buenas cuando se emprende la recta final de los quince últimos. Pero parecen dos partidos aparte, tanto que al punto dieciséis se lo nombra como uno y cuando se cuenta con porotos se guardan todos los reunidos en la bolsita o platito original, para empezar a juntar de nuevo.

En fin, este asunto del “tanto” todavía está en pañales y ni siquiera hemos abordadas una flor de tema que nos falta. Si uno se pone a pensar en la importancia de ser “mano” (como en “El eternauta” de Oesterheld), en la responsabilidad paternal de ser “pie”, en que “falta un vidrio”, en que un “chico” lo tiene cualquiera y que el pobre piojo navegante del litoral todavía carga con su estigma, uno deberá llegar a la conclusión de que este truco le falta un retruco. Sera en la próxima.

Tiempo Argentino – 13-08-85 – Por Martín García

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