Columna
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Emigrar ¿Para qué?
“Más vale pan duro en casa propia que banquete en casa ajena”
Emigrar ¿Para qué?

“Más vale pan duro en casa propia que banquete en casa ajena”

Este viejo refrán que solía repetir mi abuela “tana” nunca había tenido, para mí, mucho sentido. Tal vez porque en aquellas épocas aun perduraba en la memoria colectiva el recuerdo de aquellos inmigrantes que tocaron nuestras costas buscando la felicidad y una vida digna para ellos y para sus hijos. Recordamos, quizás la época en que muchos aún teníamos un vecino tano o gallego y le comprábamos a Isaac la ropa sin marca, pero de muy buena calidad, en cuotas que se registraban en un cuaderno Gloria.

Tal vez porque muchos de nosotros mismos o nuestros padres descendíamos de esos tanos, gallegos, turcos, judíos de toda Europa y de otros orígenes. Por eso parecía no tener mucho sentido el refrán.

Ellos, aquellos inmigrantes han fallecido ya, quedamos y mayores los nietos y nuestros hijos y nietos no los conocieron, o apenas a los más longevos.

Recuerdo que sus historias tenían la dureza de una vida muy cruel, de frio y de hambre, de guerras y de odios antiquísimos. De eso huían, del hambre, de la guerra del odio, de la falta de posibilidades.

Se trajeron todo lo que tenían y cupiera en dos baúles de madera y en su memoria, junto con sus ilusiones y con su tristeza. Todo.

Y así a pesar de que su búsqueda no fue en vano, que estas tierras no los defraudaron, así y todo, nunca olvidaron sus orígenes, sus costumbres y sus tradiciones, resistieron el idioma distinto, las costumbres vernáculas, nada había aquí que no fuese mejor allá, así y todo, a pesar de haber encontrado casi todo lo que añoraban, también para sus hijos, así y todo, extrañaban, soñaban con volver y se les llenaban los ojos de lágrimas cuando recordaban el terruño.  

Algunos pudieron volver, muchos tal vez, pero fueron turistas en su pueblo. La casa familiar donde crecieron ya no estaba y en su lugar había un edificio enorme, o una sucursal del Banco Hispanoamericano, como dice la canción de Sabina.

Tal vez nos hicieran creer que estaban felices de haber podido ver los progresos, pero también sabemos que se apoderó de su corazón un sentimiento de no pertenecer más a ese lugar que amaron y al que le fueron fieles aún en el exilio, al que ellos nunca habían dejado de sentir como propio, que bastaría con volver para recuperar su lugar. Más no. El tiempo había pasado, el tiempo lejos, trabajando día tras día para tener la casa propia, y luego para ampliarla por la llegada de los hijos, después para que tengan estudio, ello no, sus hijos. Tal vez haya pasado mucho tiempo, tanto que su país no los pudo esperar. Tanto que se olvidó de ellos.

Y así, a la distancia puedo entender aquel refrán de la abuela. Claro ella vino de Italia y nunca pudo volver, nunca siquiera se atrevió a soñar con volver.

Hoy estoy frente a una realidad que muestra como los jóvenes buscan emigrar hacia la tierra de sus bisabuelos.  Tantos jóvenes como adultos se esfuerzan para obtener la doble ciudadanía que propicia el estado italiano y con ella la llave de toda Europa, que habilita el espejismo de una vida mejor. También para correr detrás de sus hijos emigrados, porque los extrañan porque no han podido construir una vida propia, no alcanza con verlos independientes realizando sus sueños. Unos y otros emigran dando un portazo echando culpas al país, tapando la vergüenza del fracaso valiéndose del discurso implantado “que aquí ya no se puede vivir más”.

¿Por qué decir espejismo y no sueño? Es que emigrar plantea una esperanza de mejor vida y condiciones y por otro lado un desarraigo muy difícil de mensurar en términos afectivos.

Para emigrar es posible conjugar muchas variables antes de decidir, pero no todas. Aquellas y éstas se conjugarán cuando pongamos los pies en otras tierras. Vale decir que no es, en principio una trivialidad y es obvio que no hablamos de vacaciones o visitas temporales por trabajo o familia, sino de emigrar, desarraigarse del lugar en el que nacimos y crecimos.

Pensamos tal vez que la cordialidad y la apertura de la gente de esas sociedades que al suponerlas más evolucionadas serán abiertas que van a aceptar nuestra llegada con beneplácito y hasta sentirse alagados porque hemos elegido su tierra. Pues no.

Sabemos que podemos hacer casi cualquier cosa para poder sostenernos económicamente, trabajos simples, mal remunerados y soportar algo de maltrato y también discriminación al principio, pero que una vez transcurrido un tiempo seremos parte de esa sociedad que admiramos. Pues tampoco.

Esperamos que con los magros salarios que se pagan a los ilegales en Europa y USA vamos, igualmente a vivir mejor que aquí. Pero tampoco es así.

“El césped es más verde en jardín ajeno” También este refrán me recuerda a un maestro en la vida con el que compartí algunos años como su amigo. Este espejismo nos llevará a la frustración o peor, como todo espejismo, a la desesperanza.

La realidad es que ni estamos tan mal acá ni están tan bien allá.

A los europeos no les interesa recibir gente de otros países, a los que consideran subdesarrollados, porque afirman que llegan para disfrutar de su progreso sin haber hecho nada para alcanzarlo. Que en lugar de ir a mamar de esa ubre deberían quedarse en su tierra y luchar como ellos lo han hecho antaño.

Los recién llegados son tratados como escoria, emergentes de sociedades en guerra, o fracasados que buscan los beneficios de sociedades avanzadas. En resumen, no están dispuestos a ceder un lugar en su sociedad más que el de “inmigrantes” sin derecho siquiera a respirar su aire o disfrutar del sol.

Profesionales, técnicos talentosos migran subyugados por el resplandor de tales países pensando en que con igual sacrificio que aquí allí van a triunfar. Creo que se equivocan.

La situación laboral en Europa es crítica, los puestos de trabajo escasean, los salarios son bajos, aunque parecen altos en euros, mas allí todo se paga también en euros, y tampoco alcanza, la cobertura médica es carísima con respecto a nuestro país y el sistema de seguridad social es solo para los nativos. Pero tal vez, aún así valga el riesgo. Pues aquí en tu país hay guerra, persecuciones religiosas y étnicas, hambre y miseria extrema y si no es así ¿Por qué emigrar?

Los bisabuelos, aún con la terrible situación de antaño apenas pudieron soportar el desarraigo y mantuvieron su amor por la patria hasta el último día, venerables colonos, trabajadores incansables, sabios y humanos migraron por necesidad. Hoy se van los jóvenes dando un portazo igual que adolescente enojado, hoy nos dejan puteando esta tierra.

Ah! los jóvenes. Bueno ellos tienen tiempo de equivocarse. A esos jóvenes les digo lo que mi abuela “tana” decía “más vale pan duro en casa que banquete en casa ajena”

Lic. Ricardo Galarco

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