Al Pie de la Letra
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Mear de Perros
Cuento de Pablo Diringuer
Mear de Perros

Salí del bar, pero no cualquier bar, sino ése que solía frecuentar con mis dos grandes amigos: Rafca y Lems. Pero esta noche de bancos altos pegados a la barra, simplemente… no pudo ser. Lems me llamó disculpándose por su ausencia por una nueva mujer que hubo de cruzársele en la vida y que, según dijo, «se estaba replanteando un montón de cosas». Rafca me dejó grabado otro mensaje en el cual me repiqueteaba acompañado con un «¡Jajajjá!» en el cual me decía que su abuela no se sentía bien y que se iba a quedar cuidándola toda la noche… Mis amigos… una manga de primeros ministros prometedores en campañas electorales, garcas como ellos solos.

El gallego del bar, en ese mostrador petrificado de fotos grises, cerró la última botella con tapa a rosca y me dijo: -Pues… ¿Tú vas a conducir, o te trasladas en helicóptero?

El muy hijo de puta me vio tan escabiado y sin respaldo de ningún tipo que se hubo de tomar la libertad de verduguearme y mandarme cualquiera, total, la semana siguiente o la otra, nuevamente, con o sin amigos pasaría indefectiblemente por el lugar y… vuelta a empezar sin tapujos.

Mi última letra del abecedario dibujada a través de mis pasos a la salida de ese bar, efectivamente era la «Z»… no era para nada la «S»… Suponía que tal definición de mi parte debiese al hecho de haber estado hasta último momento en ese lugar con un gallego risueño que en su dicharachero lenguaje sobresaltara ese sonido vocal con esas letras «Z» que todo el tiempo grababan sobre los tímpanos.

Sin embargo, mis piernas arrastradas por sobre las veredas, dibujaban intenciones de pasos dilapidadores de direcciones inmediatas a mi exclusivo parecer y necesidad. Tardé como cuarenta y cinco minutos en hacer menos de diez cuadras hasta mi casa, y encima, cuando llegué, casi me meo en la puerta de entrada.

Eran tal las ganas que, mientras sacaba las llaves del bolsillo para abrir la puerta, mis piernas se cerraban a la altura de la cintura como apretando mi pito para que ese grifo no dejara escapar ninguna gota a través de ese imaginario cuerito que amenazaba con filtrar; encima en ese momento desesperante, el llavero se me cayó y al agacharme para recogerlas del piso, se me cruzó un pensamiento lejano de una sensación casi expulsada de mi mente que hube de tener almacenada en algún rincón del cerebro en donde recordaba a una ex-novia que decía sufrir de sistitis y que, ante cualquier evento postergador de tiempos, amenazaba con frases altisonantes que rezaban un: -¡Ay que me meo, ay que me meo!

No sé todavía, cómo pude pedalear ese desafortunado momento, pero no bien traspuse la puerta, me encontré en la habitación con la computadora prendida -que hube de olvidarme el haberla dejado de ese modo- y varios mensajes que destilaban luces verdes para contactarse urgentemente con mi persona. Uno de ellos era de una femenina que me había dicho que no esa noche, pero que, poco tiempo después habíase arrepentido y decía que sí… Otro de los mensajes que titilaban de contacto era el de un vecino con el cual tenía confianza en el que me imploraba que le diese de comer a su gato porque imprevistamente se había tenido que ir de urgencia al interior del país, lo que motivaba el ausentarse por un par de días; finalmente, otros dos mensajes de mis dos amigos que se tomaron el palo en ese encuentro en el bar del gallego, en donde Lems, me decía que lo de esa mujer se había cortado sorprendentemente por causas que completamente desconocía y que, por tal motivo se daría una vuelta por mi domicilio cerca de la hora 3am. Por último, el mensaje que faltaba, era el de Rafca, en el mismo decía que, su abuelita se había muerto y que tras el velorio, pasaría alrededor de las 3,30am. para olvidar las penas… Luego completaba el mismo con ¡Jajaja!

Yo miraba la pantalla atónito y, sin siquiera haber ido al desierto baño a destilar el cloro, refunfuñé en el pedo que me obnubilaba y pelé mi manguera de oprobio y descargué mi ira impotente de resultados, y como un simple espectador de cine, observé como ese chorro amarillo de amoníaco derretía ese maldito monitor lleno de mensajes ventajeros, acomodaticios de tiros reventadores de culatas, y mientras mi vista imaginaba, elucubraba o fantaseaba vapores emergentes sobre la caótica pantalla computable, terminé amilanado y con las botas puestas sobre el colchón que hacía las veces de cama tendida sin mucama. Entre penumbras sentí timbres de puertas y teléfonos, mas no pude modificar esos picaportes cerrados propios del infortunio; en esa mañana siguiente, la computadora seguía prendida y el monitor humedecido y con fragancia varonil; enseguida pensé en el gato del vecino del que me había olvidado de darle su ración alimenticia… Justifiqué mi intención y culpabilidad al respecto: -«Volví algo borracho anoche, y por eso, olvidé la cena del gato vecinal, tal vez por eso -me argumenté- el muy guacho se pasó para este lado y descargó su bronca meando en mi computadora»…

Todavía no supe bien qué fue lo sucedido, el felino está apoyado en las alturas de la pared lindante mirando hacia el lavadero de mi casa, quizá decida darse alguna vuelta para dejar su marca, pero ojo, no creo quedarme quieto, sentado como un simple espectador, estoy comenzando a creer que hasta puedo imaginarme llegar a ser un cuadrúpedo sin bozal; un guau sin cadena y amenazante, algo que, tanto a Lems como a Rafca, jamás podría decirles… ellos saben muy a la perfección de esos descontroles etílicos que hasta nos hacen realizar esa gimnasia de la amnesia que jamás de los jamases nos comprueban que hemos photoshopeado ninguna imagen, como esa virgen con su túnica, con sus manos y sus ojos impolutos a través del tiempo.

De Pablo Diringuer

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