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Técnicas y Trucos de Nuestros Fotógrafos
A caballo entre lo artístico y lo artesanal, la fotografía comenzó a abrirse paso en Buenos Aires de la década de 1880
Técnicas y Trucos de Nuestros Fotógrafos

Lo concreto es que la nueva técnica no se hubiera difundido tan rápido si no fuera precisamente porque sus cultores mejoraban y realzaban las imágenes con sus retoques primero en la placa negativa y luego en el positivo final.

Técnicas y Trucos de Nuestros Fotógrafos
La década de 1880 marcó la época de oro de la fotografía-arte. Inmigrantes Italiano como César Bizioli y Antonio Aldanondo (caricatura), radicados en Buenos Aires, fueron los últimos exponentes de esa escuela. (gentileza de Abel Alexander)

Nuestros primeros fotógrafos estaban rodeados de una aureola de prestigio, magia y misterio.

A caballo entre lo artístico y lo artesanal, la fotografía comenzó a abrirse paso en Buenos Aires de la década de 1880. La etapa rudimentaria del daguerrotipo quedo pronto archivada por el constante perfeccionamiento de técnicas y recursos. Entre bastidores, decorados y luces de los retratistas, se paseaba la vanidad de damas y señores que ponían sus rostros en manos de estos artistas, maestros en disimular defectos, borrar arrugas y endulzar miradas.

Con el paso medido, César Bizioli atraviesa esa mañana, como todas las mañanas de lunes y sábado, la vereda oeste de lo que hasta poco tiempo antes se llamaba Plaza de la Victoria, y ahora se denomina Plaza de Mayo. Bizioli viene caminando por la calle Bolívar desde Monserrat, donde vive. Pasa por San Ignacio y bordea el edificio del Cabildo con su larga galería de arcos, asiento de los tribunales de justicia. Coteja, como de costumbre, se reloj de bolsillo con el regulador en la torre del ayuntamiento. Son las nueve de la mañana, y Bizioli tiene tiempo holgado para llegar a su lugar de trabajo, porque aun en un día diáfano como éste no acostumbra iniciar sus tareas antes de las diez.

Pocos transeúntes hay a esa hora en las calles. Algunas lavanderas, que presurosas se dirigen hacia la ribera del rio, balanceando cestos en sus cabezas. En el costado de la plaza, varios mateos esperan clientes, mientras para un tranway y a caballo.

Ha llovido hace tres días y todavía queda agua en los baches sobre la calzada de Rivadavia hacia el oeste, que no posee aun adoquinado de granito como el tramo de esta misma arteria entre Reconquista y San Martin, frente a la Catedral.

Hace algo más de diez años que César Bizioli vive en esta ciudad, que cuenta con 365.000 habitantes. Oriundo de Bérgamo, Italia, donde aprendió el oficio de pintor, llegó al país allá por 1871.

Retrato de pareja realizado por el estudio Bizioli Hermanos de la calle Cuyo (hoy Sarmiento) 1011. Los trabajos de Bizioli eran muy estimados por la sociedad porteña. El maestro concede turnos de una hora para realizar sus trabajos frente al decorado pintado por él mismo. (gentileza de Abel Alexander)

Desde entonces, Bizioli pudo ahorrar algún dinerillo. Empleado primero, luego pequeño empresario, no demoró demasiado tiempo en asociarse con su hermano y trasladarse a un local más amplio. Cerca del primero que tuvo.

En los años desde su arribo ha presenciado, en las casi diarias caminatas por su acostumbrado itinerario, acontecimientos que hicieron y otros que nunca harán historia: como las exhibiciones del equilibrista Blondi sobre una cuerda sin red tendida entre dos edificios revolucionarios del año 80; la demolición de la vieja Recova que atravesaba lo que hoy es la gran Plaza de Mayo; la onerosa modificación parcial del Cabildo por el arquitecto Pedro Benoit, y por fin, el triunfo definitivo de las placas húmedas y seca sobre el daguerrotipo en el arte de la fotografía.

Porque César Bizioli, hoy, setiembre de 1884, y establecido como prospero comerciante, es fotógrafo de profesión. Y podría añadirse: también por vocación. Después de sus modestos inicios como ayudante en el taller de un compatriota pintor y fotógrafo, donde aprendió cómo perfeccionar las tomas originales retocando e “iluminándolas”, hizo rápidos progresos hasta instalarse en un estudio propio, cómodo, en la calle Artes esquina Cuyo (hoy Carlos Pellegrini esquina Sarmiento), que es hacia donde ahora se dirige.

Ha conseguido en locación allí, a pasos apenas del Mercado del Plata, tan concurrido desde la supresión de las grandes ferias de las plazas Miserere y Constitución, una casa muy adecuada a sus necesidades. Si bien la construcción consta de plata baja, como la casi totalidad de las de alrededor de treinta y cinco mil viviendas de la ciudad, dispone de una azotea donde Bizioli hizo levantar una casilla mitad de mampostería, mitad de madera, con amplios ventanales, convirtiéndola en solana.

Aquí es donde César Bizioli trabaja, como pintor ocasional y como fotógrafo la mayor parte del tiempo. Siempre que el día no esté muy encapotado, sino radiante como hoy, entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde el sol ilumina su galería con intensidad suficiente para que pueda retratar a grandes y chicos.

Atrás quedaron los días en que la tarea del daguerrotipista era una lucha continua contra los elementos: la química, la física y la naturaleza. Cuando el tiempo de exposición llegaba a varios minutos y todo era un constante improvisar. En cambio, las placas húmedas a colodión, y más aún los vidrios de emulsión seca de reciente invención traídos por Bizioli en su último viaje a Europa, permiten operar con precisión y rapidez y por ende aun costo razonable, aun en condiciones críticas de luz; otro tanto cabe decir de las cámaras perfeccionadas y los objetivos franceses sumamente luminosos.

El niño en las rocas, retrato de estudio realizado por César Bizioli. El atelier de la calle Cuyo goza del reconocimiento nacional “por el nuevo invento de los retratos eternos”,
dice la propaganda de la firma. (gentileza de Abel Alexander)

Serán las nueve y media de la mañana cuando Bizioli llega a su gabinete en los altos de la calle Cuyo 401 y se coloca el guardapolvo gris largo que lo protege de las salpicaduras de las distintas soluciones de drogas con las que sabe hacer malabares. De paso, el atuendo le confiere ese toque de distinción que anhela exhibir todo profesional de su ramo y su rango. Porque en la incipiente metrópoli rioplatense, donde las estadísticas registran 535 abogados, 433 peluqueros y barberos, 267 médicos y 220 relojes, funcionan apenas 31 fotografías, que es como por entonces se llaman los atelieres dedicados al retrato y a la reproducción de paisajes.

Es que el de fotógrafo es un oficio estimado y respetado. Más que títulos y diplomas, lo que aquí vale y cuenta es la experiencia. Solo la práctica de años permite obtener un retrato acabado de una dama coqueta, reproducir con fidelidad la vera efigie del varón elegante o perpetuar con éxito la pose cándida de un bebé.

Para lograrlo, cada profesional cuenta con un arsenal de recursos. Como por caso una técnica refinada de iluminación. O el truco de la correcta posición del gancho de nuca o sujetador y el apoyo disimuladamente firme del brazo sobre el sillón para inmovilizar la cabeza y el torso del cliente. Luego, el enfoque en el vidrio de pulido, con el paño negro cubriendo medio cuerpo del experto.

Solo cuando todo está así preparado para la toma el maestro quitará la tapa del objetivo y la mantendrá en la mano durante el segundo crucial, rogado que en ese instante tan breve pero aparentemente interminable, el sujeto haga ninguna mueca, no estornude ni tampoco parpadee. Luego colocará de nuevo la tapa sobre la lente, dando fin a la exposición. Únicamente con esta constelación favorable de detalles estarán dadas las condiciones para la obtención de un portait cabinet cabal.

Tal vez pronto se podrá simplificar este engorroso procedimiento con los disparadores neumáticos de goma que don César ha visto descritos en los periódicos llegados últimamente del Viejo Mundo y que piensa hacerse traer cuanto antes.

De todas maneras, ¡Cuánto se ha avanzado desde que el joven Bizioli incursionó en el mundo del arte fotográfico más de una década atrás! Por entonces, los más veteranos del oficio todavía practicaban el método del venerable Daguerre, usando placas enteras de 16 por 21 centímetros, que eran muy caras. Por ello, a menudo se usaba la media placa, un cuarto, un sexto, y hasta un noveno. César Bizioli, en cambio, utiliza al presente cristales húmedos preparados por él al instante, y ya está experimentando con las llamadas placas secas del inglés Maddox, que vienen del laboratorio de origen con la emulsión sensible lista para usar.

Mas no solo en el terreno técnico ha progresado Bizioli desde que paso a alternar entre la galería soleada y el cuarto oscuro. Mucho aprendió también en otro aspecto desde que, gracias a sus dotes de pintor, comenzó a iluminar o retocar las tomas fotográficas con delicadas pinceladas. Ya por entonces, apenas llegado al país, se percató de lo que realmente quería el público. Porque si en la primera daguerrotipia tomada en Buenos Aires allá por 1843 por el norteamericano Jihn Elliot lo único que importaba era perpetrar la imagen cualquiera fuese el tamaño o la calidad de la vista, ahora, cuatro décadas después, las exigencias son otras. Y don César lo sabe.

Sabe que cada una de las tres damas que ese día se anunciaron para sendas sesiones a las 10 la primera, a las once la otra, y al mediodía la tercera, no solamente desean posar frente a un decorado diferente de los de César, con su habilidad innata de pintor, ha creado, sino que la afluencia asidua a su estudio de tantas señoras de la sociedad porteña obedece a una virtud que el maestro ha desarrollado hasta la excelsitud.

Más allá de la nitidez y el equilibrado contraste que caracterizan sus positivos inalterables. Biozioli atesoran un secreto profesional tan celosamente guardado que, por temor a que sus rivales se lo pudieran arrebatar, no admite a su lado a ningún ayudante, aparte del chassirete adolescente que le asuste en acomodar los bastidores y correr las cortinas para conseguir una incidencia optima de la luz.

Dos hermanas, retrato de estudio de Bizioli. La casa, sita en la calle 55 entre 7 y 9 de La Plata, anunciaba “retratos de todos los sistemas conocidos del tamaño del más reducido hasta el natural”

Ocurre que con la magua de su arte y esta verdad corre de salón en salón de las familias más distinguidas, sabe eliminar aun en los rostros de personas mayores todo trazo de arrugas, de pliegues y de patas de gallo. Así, para la satisfacción de la vanidad de los retratados, entrega al día subsiguiente de la sesión, correctamente enmarcada, la efigie del individuo de cuyo semblante parecen haberse esfumado como por encanto diez años, a veces veinte.

De ahí el éxito de la casa Bizioli, que aparte de haberse constituido en la razón comercial Bizioli Hnos. ha abierto ese mismo año una sucursal en la flamante capital de la provincia de Buenos Aires. Y aquello explica en buena medida también por que don César ha sido privilegiado por el Superior Gobierno Nacional, como hace constar justa y orgullosamente en los avisos que publica.

Es, por sobre todo, artista. Y por ello ni siquiera quiso incursionar en la cursilería cada vez más popular de las vistas estereoscópicas que varios colegas suyos producen para deleite del público. En el cartel de la calle y en el membrete de su papelería reza la leyenda “Taller de Fotografía y Pintura”, que son las dos disciplinas que Bizioli ejerce en forma simultánea y domina a la perfección. En cierto modo, desdice de esta forma, sin querer, a Paul Delaroche, el autor de La toma del Trocadero y de otras telas celebres, quien, al enterarse en 1839 de la invención de Niepce y Daguerre, había exclamado: “¡Desde hoy, la pintura ha muerto!”.

Pero lo concreto es que la nueva técnica no se hubiera difundido tan rápido si no fuera precisamente porque sus cultores mejoraban y realzaban las imágenes con sus retoques primero en la placa negativa y luego en el positivo final, animando así a una clientela cada vez más numerosa a inmortalizar su aspecto de la manera favorable.

Todo es Historia – Por Federico B. Kirbus

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