Es el alma colonial de una ciudad que ha sabido conservar su pasado sin renunciar al progreso. Entre balcones y palacios, Trujillo nos invita a detenernos, a mirar con otros ojos y a descubrir que la historia no está en los libros, sino en las calles que aún la cuentan.
Entre Balcones y Palacios: El Alma Colonial de Trujillo
Trujillo, la ciudad de la eterna primavera, no solo deslumbra por su clima cálido y su cercanía al mar, sino por el esplendor de su arquitectura colonial que aún respira en cada rincón de su Plaza de Armas. Fundada en 1534 por Francisco Pizarro, esta ciudad norteña del Perú se convirtió en uno de los bastiones más importantes del virreinato, y hoy, siglos después, sigue siendo un testimonio vivo de la historia, el arte y la identidad nacional.
Caminar por la Plaza de Armas de Trujillo es como abrir un libro de historia en tamaño real.
Rodeada por casonas señoriales, palacios republicanos y balcones de madera tallada, esta plaza es el corazón palpitante de la ciudad. Cada edificio cuenta una historia, cada cornisa guarda secretos, y cada balcón parece susurrar los ecos de una época dorada.
Uno de los íconos más representativos es la Catedral de Trujillo, construida entre 1647 y 1666.
Su fachada amarilla vibrante y su interior barroco con detalles neoclásicos la convierten en una joya arquitectónica. En su interior, el Museo Catedralicio alberga piezas de arte religioso que datan del siglo XVII, incluyendo lienzos, esculturas y ornamentos litúrgicos que reflejan la devoción y el talento artístico de la época.
Frente a la catedral se alza el Palacio Iturregui, una casona del siglo XIX que perteneció a Juan Manuel Iturregui, prócer de la independencia. Su estilo neoclásico, sus patios interiores y sus columnas corintias lo convierten en uno de los edificios más elegantes de la ciudad. Hoy funciona como sede del Club Central, pero su arquitectura sigue siendo motivo de admiración para locales y visitantes.
Los balcones de Trujillo merecen una mención especial. De estilo mudéjar, barroco y rococó, estos elementos decorativos no solo embellecen las fachadas, sino que también cumplen una función social: permitían a las damas observar la vida pública sin ser vistas. Algunos de los más emblemáticos se encuentran en la Casa Ganoza Chopitea, reconocible por su fachada color ocre y su balcón de esquina, uno de los pocos que aún se conservan en perfecto estado.
En el centro de la plaza se erige el Monumento a la Libertad, obra del escultor alemán Edmund Möeller, inaugurado en 1929. Esta escultura de mármol representa la lucha por la independencia del Perú y está compuesta por tres niveles: la opresión, la lucha y la libertad. Es el punto de encuentro de turistas, estudiantes y artistas que encuentran en este espacio un lugar para la contemplación y la inspiración.
Trujillo no solo conserva su patrimonio, lo celebra. Cada año, durante el Festival Internacional de la Primavera, la Plaza de Armas se llena de color, música y alegría. Las reinas de belleza desfilan en carros alegóricos, las bandas musicales animan las calles, y los danzantes de marinera —baile típico de la región— hacen vibrar el suelo con sus pasos ágiles y elegantes.
Además, la ciudad ha apostado por la conservación y puesta en valor de su centro histórico.
Gracias a iniciativas públicas y privadas, muchas casonas han sido restauradas y convertidas en museos, galerías, cafés y hoteles boutique. Esto ha permitido que el turismo cultural se fortalezca, atrayendo a visitantes nacionales e internacionales que buscan experiencias auténticas y enriquecedoras.
La mayoría de los turistas destacan la belleza de su centro histórico, la hospitalidad de su gente y la riqueza de su gastronomía, que combina sabores costeños, andinos y criollos. La Plaza de Armas de Trujillo no es solo un espacio físico, es un símbolo de resistencia, de identidad y de belleza. Es el alma colonial de una ciudad que ha sabido conservar su pasado sin renunciar al progreso. Entre balcones y palacios, Trujillo nos invita a detenernos, a mirar con otros ojos y a descubrir que la historia no está en los libros, sino en las calles que aún la cuentan.
José Darío Dueñas Sánchez
Consultor de Negocios