La caída de los imperios es una advertencia, pero también una oportunidad. Una oportunidad para construir algo mejor, algo más justo, algo más sostenible. Una oportunidad para crear un mundo donde la democracia no sea una mera formalidad, sino una realidad viva y vibrante.
Por Ada Noemí Zagaglia
Como hojas arrastradas por el viento otoñal, los imperios se alzan majestuosos, despliegan su grandeza y, finalmente, se desvanecen en el polvo de la historia. Roma, con su implacable maquinaria militar y su sofisticado entramado legal; Grecia, cuna de la filosofía y la democracia; Egipto, con sus faraones y monumentos eternos. Todos, en su momento de apogeo, parecían invencibles, destinados a reinar por siempre. Sin embargo, la historia, como un río incesante, los arrastró hacia el olvido.
Toynbee, en su monumental Estudio de la Historia, nos recuerda que “las civilizaciones mueren por suicidio, no por asesinato”. Esta sombría reflexión resuena con fuerza en nuestro presente. No son las invasiones bárbaras, como antaño, las que amenazan nuestra estabilidad, sino nuestras propias decisiones, nuestra apatía, nuestra ceguera ante los signos del declive. La polarización política, la desigualdad económica, la crisis climática, la desinformación rampante: todos estos son síntomas de una enfermedad que corroe los cimientos de nuestra sociedad.
EL Espejo de la Decadencia
• Roma: Corrupción, decadencia moral, gasto público descontrolado.
• Grecia: Lucha interna, faccionalismo, pérdida del sentido cívico.
• Egipto: Rigidez burocrática, estancamiento económico, descontento popular.
Observamos hoy, con creciente inquietud, ecos de estas antiguas dolencias. La corrupción, como una metástasis, se extiende por las instituciones. La moralidad pública se diluye en un mar de relativismo. El gasto público se desboca, alimentando burbujas insostenibles. La lucha partidista ciega a nuestros líderes, impidiéndoles ver el panorama general. La desinformación, como una niebla tóxica, oscurece la verdad y divide a la sociedad. ¿Acaso no estamos repitiendo, con variaciones contemporáneas, los errores del pasado?
Ortega y Gasset, en La Rebelión de las Masas, advirtió sobre el peligro del “hombre masa”, aquel que, “sea perfecto; no echa de menos nada, no se da cuenta de que está vacío”. Este hombre masa, absorto en su individualismo y ajeno al bien común, es presa fácil de la demagogia y la manipulación. Se convierte, sin saberlo, en cómplice de su propia destrucción.
El Voto Como Antídoto
Sin embargo, no todo está perdido. Aún tenemos en nuestras manos una herramienta poderosa: el voto. El voto consciente, informado, responsable. El voto que trasciende el mero interés personal y busca el bien común. El voto que exige transparencia, honestidad y competencia a nuestros líderes. El voto que castiga la corrupción y premia la virtud. El voto, en definitiva, que construye el futuro.
Como dijo Lincoln en Gettysburg, “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no debe perecer en la Tierra”. Pero este gobierno no se mantiene solo. Requiere la participación activa y responsable de cada ciudadano. Requiere que cada uno de nosotros se convierta en un guardián de la democracia, un defensor de la verdad, un constructor de un futuro mejor.
No podemos permitirnos la complacencia. No podemos cerrar los ojos ante la realidad. Debemos aprender de la historia, extraer lecciones de los errores del pasado y actuar con valentía y determinación. El futuro no está escrito. Depende de nosotros. Depende de cada uno de nuestros votos. Depende de nuestra capacidad para elegir conscientemente el camino que queremos seguir. Eco de Esperanza
Una Luz de Esperanza
La caída de los imperios es una advertencia, pero también una oportunidad. Una oportunidad para construir algo mejor, algo más justo, algo más sostenible. Una oportunidad para crear un mundo donde la democracia no sea una mera formalidad, sino una realidad viva y vibrante. Una oportunidad para demostrar que somos capaces de aprender de la historia y construir un futuro donde el eco de los imperios no sea una profecía autocumplida, sino un recordatorio constante de la importancia de la elección consciente y la responsabilidad ciudadana.
Ada Noemí Zagaglia. Derechos Reservados de Autora por el Tratado do de Berna. República de Irlanda.