No era tan sencillo llegar a esa instancia…primero debía convencer a mi mamá, utilizaba algunos gestos que le hacía y ella aflojaba. Me compraba lo que le pedía y yo… ¡feliz! A veces no llevaba plata a la playa y me quedaba con las ganas.
Mariano Roselló*
Finalmente pude tomarme unas minivacaciones y logré de alguna manera alejarme de la rutina diaria que provocan las grandes urbes. Me encontraba sentado frente al mar viendo a la gente pasear y disfrutar de la playa y de repente, una ola rompió bruscamente en la costa. Ante tal evento marino pude reaccionar e incorporarme rápidamente y sólo logró mojarme los pies en ese día nublado en Mar del Plata. Por la mañana habían caído algunas gotas de lluvia y luego el sol salió por momentos pero las nubes prevalecían en esa tarde de otoño. Ningún factor meteorológico adverso me iba a impedir estar presente junto al mar esa tarde.
Aquella ola intempestiva me transportó a mi infancia y a partir de ese momento surgieron infinidad de recuerdos que creía olvidados pero comprobé, que aún permanecían guardados en algún lugar de mi memoria. Como las olas, los recuerdos aparecen en algún momento de nuestras vidas y se hacen presentes sin pedir permiso.
Ciertos eventos activan nuestra memoria y nos hacen recordar lo que creíamos olvidado.
Precisamente aquella ola me había transportado directamente a mi infancia, a recuerdos felices que volvían a hacerse presentes en esa tarde de otoño junto al mar.
Que buenas jornadas playeras que pasaba junto a mi madre en esas vacaciones de los años ’80 en las playas del barrio de Constitución (Mar del Plata). Era todo un ritual preparar los «sánguches» por la mañana y alrededor de las 11:00 de la mañana partir rumbo a la playa con el almuerzo, la sombrilla y el barrenador. Aquellos sánguches podían ser de milanesa tipo primavera o simples de jamón y queso con bastante mayonesa pero lo más importante, era preparar la «bebida». En un termo color naranja mi madre agregaba jugo de pomelo de una marca famosa que en esa época venía en botella de vidrio (Yo llamaba a la bebida cariñosamente Pepita), mucho hielo y el elemento «X» que era el ingrediente que le daba el toque especial…»un chorrito» de un aperitivo muy reconocido aún en la actualidad (Si fuera un perfume sería la fragancia más importante de la preparación). Sinceramente jamás supe las proporciones que se vertían de una y otra bebida. Mi madre era la encargada de preparar tan exquisito brebaje. Era la bebida perfecta para pasar el día en la playa.
Siempre se arrimaba algún que otro vecino/a del barrio que tomaba un traguito y disfrutaba junto a nosotros una hermosa jornada playera. Pasaba gran parte del día disfrutando del mar y las olas, era de aquellos que se metían bastante lejos pero fui y sigo siendo un bañista prudente. Primero observaba la banderita que ponía el bañero en la playa, si era de color celeste… ¡la ideal! Si era roja y negra tomaba ciertos recaudos al meterme. Banderita roja permanecía donde hacía pie. A veces me quedaba observando como sacaban los guardavidas a algún irresponsable de la vida.
Aunque aprendí a nadar desde muy pequeño, siempre le tuve mucho respeto al mar. Recuerdo haber visto en el cine la película «Tiburón» en Mar del Plata y no me metí en el mar durante varios días. Luego de secarme al sol esperaba ansiosamente la voz de algún vendedor ambulante y uno de ellos decía lo siguiente…»Lloren chicos, Lloren…llegó el Pirulín». O el infaltable vendedor de barquillos, me encantaba hacer girar esa ruleta mágica que te marcaba la cantidad de barquillos a consumir. Cuánta adrenalina que generaba ese momento tan esperado de la tarde. También solía aparecer el vendedor de aviones de telgopor qué si había mucho viento, el hilo se cortaba y el avión se iba a la m…
No era tan sencillo llegar a esa instancia…primero debía convencer a mi mamá, utilizaba algunos gestos que le hacía y ella aflojaba. Me compraba lo que le pedía y yo… ¡feliz! A veces no llevaba plata a la playa y me quedaba con las ganas.
Si el mar crecía demasiado, trataba de hacer una barrera de arena a nuestro alrededor para evitar movernos del lugar que habíamos elegido, pero el mar podía más que mi ingenio. La naturaleza prevalecía ante mi intento de preservar ese espacio y había que moverse a otro sector de la playa más alejado y quizás…no deseado. Si había mucho viento y la arena comenzaba a molestar, se inclinaba la sombrilla contra el viento para protegernos. El viento por más que soplara, jamás iba a poder sacarnos de la playa, tenía que aparecer un tornado categoría cinco para dejar de seguir disfrutando de tan grato momento.
Luego de una extensa jornada volvíamos felices por la tarde mientras veíamos descender el sol en el horizonte, luego de haber pasado una excelente jornada junto al mar.
¡Que hermosos recuerdos de infancia pude recordar!
Seguí observando el mar en esa tarde tan especial. Luego decidí alejarme de aquella playa y mientras caminaba para volver al lugar donde me hospedaba, no pude evitar que una lágrima se derramara por mi mejilla. Aunque había recordado momentos felices de mi vida, sólo eran recuerdos pasados, momentos felices de mi vida que jamás volverán.
*Mariano Roselló, profesor de Ciencias Naturales, y escritor.
Porteño de nacimiento, vive en San Andrés, provincia de Buenos Aires.