Al Pie de la Letra
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Recital… y Ellas
Relato de Pablo Diringuer en que no cualquier periodista hubo de tener el privilegio de estar donde se produjeron los hechos
Recital… y Ellas

Acto seguido se abalanzó sobre el chabón y le metió su zocotroco de puño en la cara a lo que el muchacho reaccionó y la trifulca desembocó en un revuelco sobre el pasto mientras la otra chica gritaba su desesperación ambivalente quizá…

Recital… y Ellas
El zig zag, el ir y venir… el bamboleo a un lado y el otro… En ese apretujar frente al escenario la muchedumbre empapada de pogo, de a ratos, bifurcaba o multifurcaba en pequeños islotes de actitudes diferentes y, después de ese movimiento en conjunto, cambiaba quizá, para tomar un poco de aire.

Había que bancarse esas dos horas al mango y, desde arriba del escenario, los músicos emitían sin parar esa transpiración melodiosa llena de energía mezclada con sudor, beneplácito y la inexplicable consecuencia imantada hacia el público. Yo estaba en el medio de la colmena y las abejas picaban sin picar mientras la piel acusaba recibo de los deliciosos aguijones que me traspasaban como con las puertas abiertas al placer. De a ratos, la rapidez de las notas mutaban en una lentitud justa y necesaria para el hambre combatiente de una languidez de años sin noticias sobre ese actuar del grupo musical que rompía todas las reglas premonitorias. La banda sonaba impresionante y la avidez de su producto tan extrañado durante su lejanía productiva, desembocó en un frenesí imposible de domesticar aunque sí, de diagnosticar. Todos coincidían previamente en que, llegado el caso de su probable presentación sería impredecible la repercusión en la gente. Cuando se confirmó, las 80000 entradas desaparecieron en contados minutos; tuve la fortuna de conocer a una chica ligada a una amistad casi lejana o cercana de otra persona de la organización, lo que motivó tener mi ticket sin cargo como un gran privilegiado en el medio de la terrible muchedumbre. Ella, la que me cedió la entrada, la perdí de vista no bien traspuse los límites de esa puerta principal de ese gran estadio de recitales y luego, no bien empezó el show, esa marea humana infectada de locura inexplicable me arrastró a esa elipsis contagiosa de remolino y saltos en un giro loco del cual me resultaba muy difícil poder salir.

De golpe me hallé detrás de dos chicas que parecían tener en sus cuerpos dos pilas solares en el medio del desierto del Sahara a la hora 14. Pero no, eran las diez de la noche y el espectáculo ya tenía una hora de máquina y ellas… simplemente no paraban. Aparte de gritar inentendiblemente sus respectivos mensajes, sus saltos y movimientos arrastraban y eran arrastrados por un raro fanatismo contagioso que no podía parar. Ellas eran muy distintas entre sí y no hacía falta diferenciarlas: una era delgada, esbelta y de cabello largo, oscuro y lacio; la otra, de similar altura, era rubia, de cabello ondulado largo, pero lo que más desentonaba con la otra, era su silueta: era casi el doble de la otra y sus pantalones rechinaban a punto de estallar en cada uno de sus movimientos bruscos al son de la música. Parecían estar juntas e inacabadamente cómplices y al mismo tiempo presas y en sintonía de ese estado de shock perplejo ante ese impactante espectáculo musical lleno de luces y humo escenográfico descomunal.

Cada tanto –o cada inicio de un nuevo tema- la corriente humana estallaba y vuelta a deambular en el medio de ese remolino ambiental, para, finalmente tranquilizarse durante unos segundos al finalizar la canción. En cada uno de esas situaciones, daba la casualidad de terminar juntos en el lugar que fuere y así, se podía estar unos minutos justo frente al escenario para, un rato después hallarnos más hacia la derecha o izquierda o un poco más al fondo o también a pocos metros del escenario mismo. A nadie le importaba demasiado el ritmo de los acontecimientos todos disfrutaban de todo y yo no era la excepción; yo no desentonaba en absoluto de tales coincidencias. La única diferencia de mi parte resultaba ser que, al hallarme solo en semejante locura, de a ratos observaba al que tenía al lado y así, de resultas, tomé conciencia que ellas y yo, siempre estábamos juntos aunque no tuviésemos ningún contacto previo de nada. Luego de un rato y en la vorágine de esa tremenda inmersión humana y con la conclusión de un nuevo tema, ellas, al borde del éxtasis se dieron un gran beso labio con labio y se abrazaron como estar viviendo un gran sueño perimido en años y por fin, hecho realidad. A partir de allí, cada nuevo tema concluido, sellaban su felicidad con uno y otro gran beso. Obviamente que eran una pareja de femeninas completamente enamoradas de lo que les sucedía y, a la vista estaba, que nada ni nadie podía obnubilar o desviar lo que desde muy dentro suyo destilaban como algo completamente intrínseco a su real gana de amar al otro –en este caso a la otra-

Así fue durante poco más de la última hora que quedaba de recital más el plus tradicional de los bises reclamados por todos los allí presentes; ellas no disimulaban su amor, y su abrazo de par en par las hubo de transformar casi en la fusión de una sola entidad humana, pero en uno de los últimos temas, la marea humana al borde del colapso como una ola a punto de reventar, las separó y las desconectó momentáneamente  en donde a nivel visual no podían ubicarse; yo me quedé junto a una de ellas –la gorda- que no tardó en expresar su desasosiego ante el infortunio de tener a su pareja justo en ese último tema final del recital.

Automáticamente buscó en el bolsillo su celular y la llamó como si hubiese algún punto de referencia para reencontrarse mutuamente en el medio de semejante quilombo humano, de tal manera y luego de unos instantes de palabras casi a los gritos quedaron en verse al lado de una de las columnas de la torre de sonido, unos cuantos metros más atrás hacia la salida y frente mismo del gran escenario.

Al concluir el recital me tocó mover mi cansino andar justo hacia el mismo lado en el que circulaba esa chica de rollizos apretados y rulos rubios y largos al viento, que todavía escaseaba; al llegar a esa gran torre de sonido, la otra chica, la que inesperadamente se hubo de perder dentro de la gran masa, daba la apariencia de estar algo molesta o ansiosa o algo así como no muy conforme con su actual situación de ánimo; al lado mismo de ella, un muchacho le hablaba sin parar y muy cercanamente a su oído, en un momento dado él la besó y ella no se negó, es más, hasta dio la apariencia de haberle gustado sobremanera y abrazarlo con un dejo de complacencia algo así como una reconciliación en ciernes de algún modo esperable entre dos que vaya a saber uno, habrá tenido bastantes matices. Yo había sido testigo de uno de ellos impensadamente y me podía contar a mí mismo como un fiel lector de chimentos en esas revistas pedorras semanales, en donde las tapas de las mismas reflejan las novedades intrínsecas de personajes totalmente caretas y vacíos de situaciones a considerar. Yo la había visto durante gran parte de ese recital acompañada por la otra gordita y a los besos lo que aparentaba ser una gran pareja feliz de su mismo sexo y conmovidas ambas de los sucesos vividos luego de ese gran recital disfrutado al mango.

La expresión de la gorda que caminaba a mi lado cuando la vio abrazada y a los besos con ese muchacho, cambió en sólo unos segundos como el anverso de una moneda al golpear el piso cuando cae: no pudo evitar desencajarse y ponerse a llorar sin más trámite que procesar e invertir más que rápidamente un estado de ánimo imposible de pensar sólo unos minutos antes. De la algarabía hubo de pasar de manera abrupta a la peor de las desazones y su rostro se transformó de angelical en demoníaco y sus probables palabras de amor fueron trocadas por las más aborrecibles buscadas en los sinónimos de un diccionario; a los gritos le dijo a la otra: -¡Perra prostituta ahora voy a escupir tu saliva todavía mezclada con la mía para que no me ataque tu pudrición a mi vagina, ya me lo hiciste una vez y a ese chongo me lo paso por las tetas!!

Acto seguido se abalanzó sobre el chabón y le metió su zocotroco de puño en la cara a lo que el muchacho reaccionó y la trifulca desembocó en un revuelco sobre el pasto mientras la otra chica gritaba su desesperación ambivalente quizá, como metafóricamente un girar de moneda en el aire, pero dentro de su cabeza a la espera sobre cuál imagen finalmente volcaría su sentimiento indefinido.

El espectáculo sobre el escenario luego de más de dos horas, había concluido; ahora continuaba de otra manera y con otros intérpretes sobre el mismo campo de juego y con un gran público expectante alrededor de ese improvisado círculo de curiosos. Durante unos minutos fui uno de ellos y hasta pude llegar a tener el mote de cronista freelance de esas revistas semanales; yo había tenido la primicia sobre cómo fueron realmente los acontecimientos paso tras paso y hasta ese final imprevisto y plausible ante mis ojos; no cualquier periodista hubo de tener el privilegio de estar al pie de la noticia justo allí, donde se produjeron los hechos, y yo, pasaba a ser el cronista estrella con columna propia.

La cosa no habrá durado más de dos o tres minutos hasta que varios se metieron y algunos uniformes azules aparecieron para aquietar las aguas. El murmullo no decreció y primó por sobre todas las cosas el alegre comentario de satisfacción alrededor de ese gran espectáculo musical añorado durante años de espera y finalmente disfrutado hasta la papilas gustativas. Mientras salía del estadio tenía la misma sensación común a todos, habían sido más de dos horas de dale que te dale con esos temas que hacía años no los escuchaba en vivo y en directo; de aquí en más quién sabe si tendría una nueva oportunidad de volverlos a ver sobre un escenario, como la gorda o la flaca de pelo largo, la incertidumbre de volver a ver lo que a uno le gusta y lo disfruta plenamente como si fuese la última vez.

Por Pablo Diringuer

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