Al Pie de la Letra
Relámpago empezó a tocar, el público estalló de alegría. Meli se escabulló entre la multitud hasta encontrar la puerta de salida. Darío la vio irse zigzagueando la gente, como la vida misma. Mañana sería otro día y todo estaría mejor, o quizás, no.

El Recital
El recital daría comienzo en una hora o más, el estadio estaba repleto, la banda de rock Relámpago haría de conjunto soporte, antes de que los Hand Blue hicieran su aparición efervescente. Melina y Darío habían conseguido dos entradas gratis, en realidad fue Darío el que tuvo la fortuna de que “El colo” se las regalara. “Andá con tu minita”, le había dicho.
—Fijate, el grupito que está haciendo bardo, ahí está el que te conté ayer
—dijo Melina.
—Ayer, ¿cuándo?
—Te olvidaste, era importante y te olvidaste.
—No, no me olvidé. ¡No me doy cuenta de qué me hablás! no es lo mismo
—Si no te das cuenta es porque no le das importancia a lo que te dije.
—Me importa, sí, ¿qué decís? ¿qué bicho te picó? —respondió con voz fuerte Darío.
—Nada, ninguno, dejalo así. Ya voy a ver cómo me las arreglo, sola como siempre.
—No, no estás sola, estoy yo, Meli.
—Estás y no estás, para mi es importante lo que te dije ayer, Darío.
—No te oigo bien, es un despelote hablar acá. Acá no se puede—dijo casi gritando, al tiempo que se sacaba la remera y la revoleaba al son de los sonidos de ensayo del bajista de Relámpago.
Luego, se detuvo al ver el llanto de Melina, le secó las lágrimas, le dio un trago de cerveza, y agregó:
—Tengo mil cosas en la cabeza, hacela corta, ¿qué tiene que ver el grupito este que rompe las pelotas saltando y empujando con lo que me dijiste ayer?
—Te acordas, entonces ¿o no?
—Sí. Más o menos, ya sabes que cuando estamos así me olvido de todo.
—Bueno, yo no me olvido, mirá el pelirrojo, ese es el peor.
—Pero ¿vos estás segura? ¿No estarás flasheando? ¿No te habrá parecido?
—Te dije que había tomado un par de birras nada más, no da como para flashear—respondió indignada Melina.
—Ah, bueno… ¿y qué pensás hacer?
—No sé, además en un ratito empieza a tocar la banda soporte, y ya no vamos a poder hablar porque no me vas a poder escuchar.
—¡Yo te estoy escuchando, Meli! ¿No me ves qué estoy acá, prestándote atención?
—Si yo estuviera en tu lugar voy y lo cago a trompadas, lo que pasa es que no te animás, o lo que es peor, no me crees.
—Qué se yo, yo no estuve ahí, pero si querés voy y lo parto, no me cuesta nada.
—No hay que hacer animaladas, hay que pensar, bah, o no, mi mamá me dijo que mejor es que no piense más en eso, que ya va a pasar.
—Bueno, si no pasa, vamos y hacemos lo que hay que hacer.
—¿Vos sabés lo qué hay que hacer?
—Ponéle, no sé, qué se yo. ¿Le dijiste a tu viejo?
—¿Estás loco, vos? Si le digo algo no me deja salir más.
—¿Y entonces?
—Nada, entonces nada. Mejor me voy a casa y listo, no quiero estar acá, fijáte cómo me mira.
—Te mira porque vos lo mirás. Capaz que el otro día también lo miraste.
—¿Y vos no mirás las pibas?
—Si, pero cada uno es como es. Yo las miro, eso, las miro…
—Bueno, me voy.
—Pará, Meli, pará. ¿Por qué te vas?
—Porque vos no crees en mí.
—Qué se yo, Meli, a “El colo” lo conozco de chico.
—¿Vos qué me querés decir? ¿que esa noche se me cruzó un gato negro?
—No, que capaz que tomaste y no te diste cuenta y todo se fue de las manos.
—Me di cuenta, grité y todo.
—Bueno, olvidáte, ahora estoy yo, vas a estar bien.
—La otra noche a la salida del boliche me dijiste lo mismo.
—Bueno, pero hoy es hoy.
Relámpago empezó a tocar, el público estalló de alegría. Meli se escabulló entre la multitud hasta encontrar la puerta de salida. Darío la vio irse zigzagueando la gente, como la vida misma. Mañana sería otro día y todo estaría mejor, o quizás, no.
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