Anécdotas
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¿A mí?… ¡Con la Piolita!
Fray Mocho, un hombre que anheló siempre hacer más dignos y mejores a sus contemporáneos
¿A mí?… ¡Con la Piolita!

¿A mí?… ¡Con la Piolita!(1)
Recién llegado a Buenos Aires, José S. Álvarez deambulo por más de una redacción periodística.

Una técnica muy imaginativa pero poco respetuosa atentó contra su estabilidad  laboral: cuando las noticias no eran suficientes, no dudaba en inventarlas. Su vena literaria, excitada por la aguada observación, recreó y dio forma a la rigidez informativa. Gracias a esta habilidad supo retratar la gestación de un arquetipo urbano, el vivillo, burlador de otarios. Y nada menos que Julio Argentino Roca, el Zorro por su astucia política, dos veces presidente de la Republica, conquistador del desierto y adalid del orden y progreso, cayó frente al ingenio del entrerriano, voluntariamente alegre. (2)

Al frente de Caras y Caretas, Álvarez debió en cierta oportunidad publicar una historia gráfica sobre distintos momentos de la vida de Roca. El material era casi completo, pero faltaba una fotografía que representara los primeros dulces años del general. Esto no fue impedimento para Álvarez, que utilizó una de sí mismo a los 2 o 3 años de edad en compañía de una vieja criada negra de la casa paterna. El Mocho Álvarez recibió felicitaciones de Roca por su completísimo archivo y le confesó que ni él ni su familia poseían semejante documento.

(1) Título de un cuento de Fray Mocho. Frase vulgar: No me vas a engañar de ese modo.
(2) Miguel Etchebarne, en La Nación del 24 de agosto de 1958.

Julio Argentino Roca y Familia

Humor, Sobre Todas las Cosas
Fray Mocho, un hombre que anheló hacer más dignos y mejores a sus contemporáneos.

José Sixto Alvarez, Fray Mocho, fue bastante más que el primer director de “Caras y Caretas”- aquel “semanario festivo, literario artístico y de actualidades” que revolucionó las letras argentinas a fin del siglo XIX. “Fue el mayor de nuestros costumbristas, y si se hubiera acercado al teatro, cosa que pudo haber hecho con más autoridad y capacidad que otros, habría sido el mayor de nuestros saineteros”, según Cesar Tiempo.

Hijo de Desiderio Álvarez y Dorina Escalda de Soriano, Uruguay, “el Mocho” nació el 26 de agosto de 1858 en Gualeguaychú- “un pueblo con nombre de estornudo”. Pero fue en Buenos Aires donde desarrolló su excepcional oficio de observador.

En la memoria de León Bernarós, Fray Mocho era “corpulento, de cabellos cortos, grueso bigote llovido, alta frente abovedada, espíritu criollo y chispeante, y pronto el dicharacho y a la broma”. El apodo “me lo pusieron los muchachos de mi pueblo cuando era chico: porque además de tener una cara acarnerada, como la que tengo, parece que era el más taimado del pueblo”, evocó el mismo Álvarez, quien no se concluyó sus estudios para maestro en la Escuela Normal de Paraná por propiciar una revuelta estudiantil contra el rector.

Álvarez dejo su provincia en 1875, luego de haber escrito algunos artículos en “La Democracia” y “El Pueblo Entrerriano”, y “trayendo como único capital unos $10 de la antigua moneda y muchos deseos de no morirme de hambre y escapar, con mi pellejo entero, de ciertas aventuras en que me había metido”. Pero recién en un segundo viaje, en 1879, resolvió establecerse en la Capital, cuando comenzó a escribir breves notas para “El Nacional”.

Por gestión del ministro de Instrucción Pública de Nicolás Avellaneda don Onésimo Leguizamón, entro a la redacción de “La Pampa”, de Ezequiel Paz. Luego fue también redactor en “La Patria Argentina”, de los Gutiérrez: en “La Razón” (no la de los Peralta Ramos), y cronista parlamentario en “La Nación”, además de colaborador en “Sudamérica” y fundador de los efímeros “Fray Gerundio” y “La Mañana” de La Plata.

Ya instalado definitivamente en su sueño frecuentó las peñas literarias de la época, como “El Ateneo” y “La Colmena Artística”, y animó celebres tertulias con Belisario Roldan, Miguel Cané, Eduardo Wilde, Roberto J. Payró…

Con su inalterable adhesión a ideales de libertad y democracia, y su insobornable anhelo de contribuir a hacer mejores y más dignos a sus contemporáneos, se erigió en una personalidad vertebral de una ciudad que aún no aprendía a ser Buenos Aires.

Al pie de sus vividos relatos firmó con Santos Vega, Paja Larga, Carlos Lanza, Escalpelo, Florito, Segismundo, Fray Ojitos, Machuca, Juvencio López, Pancho Claro, Matías Polancas, Gavroche, Garmin, Stick, Pincheira y Fabián Carrizo. Desde su primer libro de cuentos “Esmeraldas”, publicó: “La Cartera de Doña Francisca”; “Memorias de un Vigilante”; “Vida de Ladrones Celebres y su Manera de Robar”; “En el Mar Austral” y “Viaje al País de los Matreros”.

Fue un hombre bueno. Un excepcional humorista. Un notable escritor. Un brillante periodista. Y un gran conversador, dijeron quienes lo conocieron. Y a la vez fue juez de Paz (1886), oficial mayor de la Marina (1897, ministerio Villanueva), y comisario de Pesquisas (o jefe de investigaciones) de la Policía (1896) gracias al general Francisco Bosch (presidencia Juárez Celman). Su primer artículo en “Caras” fue sobre los vascos lecheros.

Que Fray Mocho este incluido en la placa de los inmortales se dice a que escribió como hablaba, e inauguró así in estilo argentino pintado (“fotografiando”, habría hecho el) lo que otros disimulaban el ridículo, los defectos, la angustiosa monotonía de su tiempo.

Fray Mocho murió de bronconeumonía a las 19:20 del domingo 23 de agosto de 1903 en su casa de Bolívar 703. Al día siguiente fue inhumado en el panteón de la familia Escalda, en el cementerio de la Recoleta.

¿Qué dejo Fray Mocho? Una invalorable colección de crónicas sobre el sacrificio cotidiano de los trabajadores sobre el dolor de los marginados, sobre la vida de los suburbios, sobre los compadritos, borrachos, lavanderas, mercachifles, costureras, cocheros, inmigrantes, gauchos, burócratas; en fin, sobre un pueblo que no se atrevía a mirarse a sí mismo.
Revista ASI – Los Inmortales – 22-08-97 – Por L.A.

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