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La Carretera
es un película cruda, nihilista de a momentos, en donde la paleta cromática acompaña el estado de ánimo de los protagonistas
La Carretera

Padre e hijo caminan por un Estados Unidos que ha caído tras un evento apocalíptico. No sabemos qué sucedió, pero el clima hostil, repleto de peligros y desolación nos da la pauta que fueron momentos duros para la humanidad.

Las comodidades han desaparecido. Las casas ya no son el refugio de nadie. Los pocos seres humanos que han sobrevivido se dividieron en dos especies diferentes: los nómades, que buscan llegar a algún sitio en donde los vestigios de la civilización hayan prevalecido, y los cazadores, salvajes que se han adaptado con violencia al entorno. Darwinismo distópico. La supervivencia del más fuerte. La lucha permanente por un bocado de comida en un macrocosmos decidido a acabar con la poca humanidad que quedó en pie.

Viggo Mortensen y Kody Smith-McPhee son los protagonistas absolutos de La Carretera, le dan vida a padre e hijo, dos personas sin nombres, porque viven en un mundo donde las nomenclaturas se convirtieron en trivialidades. Ellos caminan por las carreteras de Estados Unidos, en dirección al sur, tratando de encontrar algo de comida, la tarea más difícil de todas, ya que la tierra se volvió infértil y los animales escasean.

El riesgo a morir de hambre o de sed es inminente, y es peor es toparse con un grupo de bandidos, capaces de robar con violencia las pocas pertenencias que cargan a cuestas. Pero esas dos alternativas son mejores al más nefasto peligro que ese mundo monocromático tiene para ofrecer: caníbales, hombres y mujeres que optaron por adaptar sus paladares al gusto de la carne humana. Pequeñas bandas de salvajes que se niegan a morir de inanición. El planeta les quitó los recursos. Ellos se las rebuscaron para vivir otro día.

El ser humano se convirtió en un depredador de los suyos, y en ese contexto, un padre debe proteger a toda costa a su hijo, intentando preservar la inocencia inherente a la edad, un pre púber inmerso en un contexto abrumador.

El hombre, también, va “educándose”. Su hijo tiene una visión distinta a la suya, ya que no conoció el mundo antes de la debacle. La perspectiva del pequeño alberga un dejo de esperanza, porque su cabeza funciona así. Su universo se circunscribe a las pocas comidas que puede conseguir, a escuchar las historias de su padre y a seguir caminando. No tiene algo que extrañar más que los recuerdos de su madre, que ni siquiera son suyos. La figura materna se resignifica, se ubica en un pedestal para el vástago, ya que lo único que conocen son cuentos sobre ella. Para el hombre, su esposa es la otra ancla que le queda para mantener la cordura. Las memorias del pasado son el arma de doble filo, que aparecen en sueños, como flashbacks, para recordarle a él —y a nosotros— cómo era el mundo antes del apocalipsis y porqué vale la pena luchar, continuar caminando, apuntar a la supervivencia.

La Carretera, dirigida por John Hillcoat, es un película cruda, nihilista de a momentos, en donde la paleta cromática acompaña el estado de ánimo de los protagonistas. Todo es gris y marrón, todos los paisajes están envueltos en una neblina que nubla la vista de ellos, que nubla la nuestra. La esperanza radica en el niño, y está en constante peligro. No es solo el infante el que corre riesgo, es la esperanza, es la cordura de su padre.

Este no es un film que apuesta al optimismo, pero deja siempre alguna ventana abierta. No tanto para los protagonistas sino para los espectadores. Las escenas tampoco abundan en acción vertiginosa, sino que construye los momentos de horror con pericia, con tensión, con desesperación.

Pero el fuerte de La Carretera son los diálogos y, sobre todo, los silencios. La actuación del dúo protagónico es perfecta, y Mortensen demuestra por qué es uno de los mejores actores de nuestra generación. Sabe pasar de la desesperación a la acción, es capaz de balancear la angustia existencialista que lo acosa casi de forma permanente para después tener un momento tierno con su hijo. Luce como un animal en estado de alerta, protegiendo a su cachorro. En sus ojos podemos advertir el sentido de futuro que lo impulsa, pero también deja entrever algo mucho más funesto.

La novela de Corman McCarthy fue adaptada a la perfección por un cineasta que no ha tenido ningún hit en su haber. Parece una rareza en la filmografía, porque se despachó con una película desesperante, profunda, inquietante, con actuaciones dignas de todos los premios y una atmósfera que pocas cintas que abordan el apocalipsis son capaces de emular.

Quienes no la hayan visto pueden ir a HBO MAX y sumergirse en una experiencia nihilista, existencialista y profundamente conmovedora.

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