Si la figura señera del compadre tuvo su versión empequeñecida en el compadrito, su alter ego deformado por exceso de protagonismo fue el compadrón.
El aumentativo tiene que ver con algunos rasgos sobreactuados por el compadrón: la bravuconada en primer lugar, el esmero por cuidar la fama de guapo trabajosamente cultivada y otras características que lo emparentan con el compadrito: sentirse obligado permanentemente a mostrar sus blasones de guapeza.
El compadre verdadero no se jactaba en vano; por el contrario, pecaba de excesiva humildad al momento de hablar de sí mismo, es decir que practicaba la más extrema soberbia que consiste en mostrarse humilde en grado sumo.
“Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de cuchillero y de malo, y que le dicen El Pegador. Quiero encontrarlo pa ´que me enseñe a mí, que no soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista”. Así se presenta Francisco Real, compadre de valía, en el cuento Hombre de la Esquina Rosada, de Jorge Luis Borges. La presentación encubre el desafió a pelear, para definir quién es el mejor.
Nada más alejado del compadrón que esa actitud, ya que, sin ser un impostor, desplegaba hazañas que estaban más cerca del mito que de la realidad.
Como al compadre y al compadrito, el ocasional paso por la cárcel fortalecía su trayectoria, porque como lo afirma un tango de la época, “la cárcel para el hombre no hace mal.”
Tampoco era afectado en la vestimenta: su indumentaria habitual no difería de la del resto de sus congéneres arrabaleros. Por lo demás, solía portar cuchillo y la decisión de usarlo si alguna compadrada salía mal. Sus hábitos no excedían la rutina del barrio y la de la gente de avería en particular: habitar alguna pieza de conventillo, explotar a una o a varias mujeres cuando tenía la habilidad para hacerlo, juego clandestino, vagancia, robos. Sin embargo, había compadrones que trabajaban, sin que esa posición menoscabara su fama de guapo.
En esos casos, se desempeñaba en trabajos vinculados con el mundo suburbano con reminiscencias rurales. La condición de compadrón no requería necesariamente vivir del delito.
Al igual que sus parientes el compadrito y el compadre, el hombre se daba por bien pago con el reconocimiento de su entorno, amigos o enemigos.
Como sucedió con otros personajes, cuando la orilla comenzó a fundirse con la ciudad el compadrón se transmutó en otras formas de violencia y marginalidad.
Compadrón
Compadrito a la violeta
si te viera Juan Malevo
que calor te haría pasar.
No tenés siquiera un cacho
de ese barro chapaleado
por los mozos del lugar.
El escudo de los guapos
no te cuenta entré sus gules
Tus ribetes de compadre
te engrupieron no lo dudes
ya sabrás porqué…
Compadrón
prontuariado de vivillo
entre los
amigotes que te siguen
sos pa’ mí
aunque te duela
un compadre sin escuela
retazo de bacán.
Compadrón
cuando quedes viejo y solo (colo)
Compadrón
Y remanyés tu retrato (gato)
Notarás
que nada has hecho
tu berretín deshecho
verás desmoronar.
En la timba de la vida
sos un punto sin arrastre
sobre el naipe salidor
y en la vida de ese mundo
sos un débil pa’l biabazo
el chamuyo y el amor.
Aunque busques en tu verba
pintorescos contraflores
pa’ munirte de «cachet»
Yo me digo a la sordina
Dios te ayude compadrito
De papel «mashé»….
1927 – Tango
Letra: Enrique Cadícamo
Música: Luis Visca