La lucha es desigual, sin dudarlo. No soy de insultar, sin embargo, los he insultado, y en ocasiones hasta les he pegado. Siempre que uno lastima sale lastimado, decía mi abuela, y he de decir que pude comprobarlo en forma fehaciente.
Mano a Mano
Llegaron a casa durante la noche, en realidad fue todo tan sutil que cuando vi las marcas a la mañana siguiente, me sorprendí. No hay nada peor que la sutileza al servicio de la destrucción.
Bueno, en verdad, es una destrucción en pequeñas parcelas, pero debo admitir que me molestó verlos tan sagaces: son capaces de localizar a un humano a 50 metros de distancia por su respiración y yo ya no sabía dónde ponerme a resguardo.
Dos razones poderosas me llevaron al estado de inquietud que sentía, la primera es que tenía a mano lo que había que tener y no lo usé por respeto, y la segunda es que algo había escuchado en la radio y estaba al tanto de lo que sucedería. Claro que no siempre lo que se escucha por radio es cierto, pero también en la despensa del barrio se hablaba del tema, es más, mi vecina Tita me dijo que las autoridades habían emitido una alarma, yo le resté importancia. El caso es que ellos se instalaron en mi vida como si hubiesen sido invitados, se apoderaron de mi entorno y lo que es aún peor, se apoderaron de mi persona. La lucha es desigual, sin dudarlo. No soy de insultar, sin embargo, los he insultado, y en ocasiones hasta les he pegado. Siempre que uno lastima sale lastimado, decía mi abuela, y he de decir que pude comprobarlo en forma fehaciente. Había sangre en distintas partes de mi cuerpo, pero no me dejé amedrentar por ello y fui por mi objeto preciado, un arma que se me antoja similar a una “taser”: no permite que ellos se acerquen. Una vez que se compra el arma y utiliza es imposible recargarla, hay que deshacerse de ella y con recaudos.
No me gusta el olor que emana el instrumento en cuestión, tampoco los efectos secundarios, así que me puse barbijo, anteojos de sol para pasar desapercibida o eso pensé, y apreté el gatillo.
Esparcí de una vez y por todo mi cuerpo el aerosol, literalmente me bañé en repelente. A los cinco minutos los vi alejarse. No sé por cuanto tiempo los mantendré a raya, los mosquitos se mueven en nubes y yo estoy sola en este oficio de ser aprendiz de la supervivencia, después de todo, podría haber probado con el aerosol para matar hormigas y me contuve, no me gustan las luchas desiguales.
Ana María Caliyurí – 2024 –